miércoles, 31 de diciembre de 2008

'Man of the Year'

A fuego lento, como las buenas recetas. Así es el fútbol de Xavi Hernández y así ha llegado al Olimpo de los cracks. A la hora de hacer balance del año, es más fácil quedarse con el juego exuberante de Torres, Cristiano Ronaldo o Messi. Pero lo que hace Xavi con la velocidad de un niño de seis años tiene más mérito.
De sus fabulosas cargolades cuando algún insensato le entra de golpe para robarle el balón, de su visión de juego y su recuperada ambición han salido algunos de los mejores momentos que se han visto este año en el fútbol mundial. En el año que empezó como el del hundimiento definitivo del Barça, Xavi comprendió, a sus 28 años, que había llegado su hora de decir que el equipo es suyo.
Lo hizo en un equipo en ruinas en que sólo Milito y Touré rendían al nivel Barça. Él, que lleva en su cabeza el mapa secreto de la ruta Cruyff hacia los secretos del buen fútbol, pasó de ser un arquitecto lúcido a un ejecutor perfecto. Acabó la temporada con su récord de goles y, sobre todo, demostrando a Deco que era mejor que él. Luego volvió de la Eurocopa convertido en el centrocampista más decisivo del continente, capaz de abrir la lata en semifinales, y tan bueno que hasta un mal pase suyo se convirtió en el gol decisivo que dio a España el título.
Lo mejor estaba por llegar. El nivel que está ofreciendo Xavi en estos tres meses de sinfonía exquisita con Guardiola supera a cuanto se haya visto de él hasta ahora. Lo ha hecho, además, ante el escepticismo de la eterna legión de críticos que le acompaña. Pero los números no engañan: suma seis goles y 14 asistencias. Sólo Messi es más productivo, pero el seis, además, acompasa las agujas del reloj del Barça.
Maqui, ese jugador feo, pequeño, diestro y sin cambio de ritmo ha alcanzado este año el nivel prodigioso de Lampard y Gerrard, y lo ha hecho sin zapatazos y reivindicando la artesanía del fútbol de toque.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Sobre la felicidad

El buen barcelonista lleva una semana levantándose mal. Encendiendo el teléfono móvil con la certeza de que le han llamado del hospital, de que ha ocurrido una desgracia. Consultando si su banco ha quebrado. Sorprendiéndose cada vez que abre el armario y dentro no encuentra a ningún hombre musculoso con un escudo del Espanyol tatuado en el tríceps. Comprobando, asombrado, que Messi no ha dado positivo en ningún control antidoping. Muchos han optado por somatizar tanto desconcierto, pillar la gripe y así poderse quedar en la cama a meditar su suerte.
Y todo porque la semana prevacacional fue tan perfecta (el clásico, el sorteo de Champions, la victoria en Villarreal, la ventaja en lo alto de la clasificación y los fichajes de La Banda) que el barcelonista espera ahora que se le castigue por tanta felicidad. Uno no sabe si esta predisposición innata al sufrimiento tiene raíz en nuestra cultura judeocristiana ("¡Arrepentíos, arrepentíos!") o se explica más bien por la historia del club: el robo de Di Stéfano, los palos de Berna, las dos décadas de Rexach, las lesiones de Maradona, los penaltis de Sevilla, etcétera.
La realidad es que el Barça es así. Patidor y cenizo. Los culés suelen coincidir en que la alegría por ganar la primera Liga de Rijkaard fue menor a la tristeza del desastre del Tamudazo. El éxtasis de la Champions de París habría sido una minucia al lado del luto que habría seguido en caso de haber perdido. De hecho, en este club sólo idiotas insensatos como Maxi López han sabido celebrar las cosas como se merecen. Miren a Belletti: él sí parecía del Barça. Marcó el gol de la década y no sabía si reír o llorar. Lo celebró una hora después de acabado el partido, saliendo en chancletas al césped de Saint Denis a escuchar el silencio del estadio y a mirar la portería donde hoy está su altar.
El Barça, en la victoria, parece un escolar tímido al que la profesora más odiosa felicita por un examen: sólo quiero que acabe el tormento. Y en la derrota, pues eso: reniega de Di Stéfano, de los palos cuadrados, de Duckadam, de Gaspart y de la madre que los parió a todos.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Morir en azulgrana

Tenía el aspecto inconfundible de un freak o de un postyonki. Era uno de esos culés al filo de la patología mental que pasaba el día en el Camp Nou, viendo entrenamientos de mayores y niños, paseando arriba y abajo, y ejerciendo de embajador de los jugadores entre los aficionados y de cónsul del culé en el vestuario.
Su indumentaria se componía inevitablemente de chándal o ropa ajada y por eso sorprendió a todo el mundo cuando el pasado sábado apareció en el Miniestadi entrajado para ver jugar al Orihuela y al Madrí, esos equipos menores. Ocurrió que los jugadores del Barça Atlétic le querían hacer un homenaje y le habían regalado un segundo traje, el oficial del equipo.
Con su atípica vestimenta, pero con el moreno y el graciejo de siempre, Cristóbal vio a los chavales, que ganaron por 4-0, antes de desplazarse al Camp Nou a asistir al último Clásico de su vida. Las televisiones le han recordado esta semana en escenas que recuerdan que los futboleros de verdad tienen un inevitable punto de locura. Hablaba con Eto'o de qué había comido, se abrazaba a Jorquera -sí, el que había antes del señor de la coleta- y aprendía a chutar con rosca con un maestro llamado Ronaldinho.
Si le hubieran preguntado cómo quería morir, Cristóbal habría pedido caer fulminado después de que su equipo masacrara el Madrí. Alguien le escuchó y le concedió un infarto al poco de que el húmero de Cannavaro comprobara la dureza de los palos del Camp Nou. En la semana en que se decide el futuro europeo del Barça, viene bien recordar que a este hombre le daba igual el alevín de la Rapitenca que el Milan. Porque él era del Barça, el equipo que juega a 50 metros del cementerio de Les Corts donde fue enterrado.

domingo, 14 de diciembre de 2008

El día perfecto

En la caverna corre hoy la cerveza y se asan jabalís. Sus gentes se abrazan y cantan canciones desafinadas. Hay cola en los kioscos y ganas de sintonizar Antena 3. Es el merecido homenaje que tienen los buenos guerreros, los que sobrevivieron al Clásico y pueden celebrar haber nacido a este lado de la trinchera.
El Barça-Madrid es siempre un día especial, en que se concentran las emociones y se embotan los sentimientos. El de ayer no fue una excepción: de Barcelona a Pekín y de Pekín a Nueva York hubo gente que estrenó televisor nuevo para ver a Messi más guapo. Hubo gente que recurrió a sus fieles de las grandes noches para reeditar la tradición de la danza de la guerra ante el eterno rival, hubo quien se reencontró con su infancia de batas azules y rojas -de blanco iban las enfermeras que te pinchaban el brazo un segundo después de preguntarte si te gustaba el fútbol, ¡traidoras!-. Y hubo corazones que justo ayer dijeron que no pueden más y pasaron el partido en un quirófano entre batas blancas.
Todo eso fue un Barça-Madrid que dejó escenas imborrables. Mecidas por el Perfect Day de Lou Reed se suceden hoy imágenes de esa calamidad desvergonzada que se llama Drenthe, del fanatismo de Sagado besándose el escudo, la grandeza de Casillas volando bajo la lluvia para parar un penalti, la locura africana celebrando un gol, los puños de Valdés bajo el chubasco, la legión de ancianos de la grada recibiendo con una muralla de cuernos a Palanca en un saque de banda.
El Barça-Madrid es la mirada de Messi fija en el balón antes de que le llegara en el último minuto, cuando ya había decidido lo que iba a intentar. Es ese balón flotante [http://es.youtube.com/watch?v=Y7JI1a-iS6k (1' 29")], colgado del aire mientras el argentino y otras 100.000 personas lo empujaban con los ojos hacia la red.
Fue una dulce agonía que ocurrió instantes antes de que Barcelona entera se abrazara a un barril de cerveza para poner punto y final al día perfecto.

jueves, 11 de diciembre de 2008

La pesadilla

El barcelonismo comparte una pesadilla: en ella, sobre fondo verde y ante el silencio sepulcral de la multitud, una decena de jugadores vestidos de blanco se abraza.
Eso no cambia ni siquiera en tiempos de euforia, en que el club quiere ganar, el vestuario es una piña y el equipo hace un fútbol excelso. Llega La Banda rota, como el espejo roto de las convulsiones que ha vivido la Casa Blanca en el último lustro, con un fútbol lamentable y una alineación escandalosamente descompensada.
Pero es el Madrid, el equipo más ganador de la historia del fútbol. Y es el Barça, el equipo que ha tenido la épica misión de plantarle cara proponiendo fútbol de museo, funambulsimo táctico y malabarismos con la pelota. La caverna vive una semana de miedo, casi de depresión. La llegada de Juande hará reaccionar al vestuario blanco. Elementos como Guti o Sergio Ramos se agigantan estos días en un equipo desesperado y acuciado por la posibilidad de salvar una temporada que pinta fea. El orgullo de Raúl, Hijo de Di Stéfano, acalla toda lógica de la superioridad arrasadora azulgrana. Y Dios no quiera que para hablar de Saviola haya que sacar del olvido a personajes lamentables como John Wilkes Booth.
Para añadir histeria a la situación, el fútbol ha mandado un aviso esta semana: el Barça sigue siendo el de los palos cuadrados de Berna, el equipo que queda primero de grupo para exponerse a un enfrentamiento con Chelsea, Inter, Olympique o Arsenal.
Que empiece ya. Que acabe. Que por lo menos rasquemos un empate. Que disfrutemos de esta pesadilla del fútbol por muchos años.

viernes, 5 de diciembre de 2008

El último imperio

Ésta es una entrada de homenaje a la sufrida generación que aprendió a insultar, a renegar y a emplear vocablos que escandalizaban a sus madres viendo en el televisor a Buyo, Míchel, Butragueño, Martín Vázquez, Hugo Sánchez y compañía. Los barcelonistas que nacieron al fútbol tras el desastre de Sevilla vivieron un interminable lustro entre 1986 y 1990. Ser del Barça equivalía a llorar, frustrarse y dudar de una cosmogonía balompédica, que un año tras otro llevaba el "Aquest any, tampoc" al Camp Nou. En aquel tiempo, el único consuelo posible consistía en exorcizar los demonios propios insultando con saña a los jugadores del equipo campeón cuando jugaban en el Camp Nou.
Dejando aparte el último par de décadas de asombrosos éxitos del Barça, el fútbol español tiene dos etapas: antes de Di Stéfano, y después de Di Stéfano. En los años remotos, antes de que La Saeta inculcara al Madrid su insaciable voracidad, no había un claro dominador en el fútbol español: el Barça era el equipo con más títulos (seis), seguido de Athletic de Bilbao (cinco), Atlético de Madrid (cuatro), Valencia (tres) y Real Madrid (dos).
Pero con el portento argentino de su lado, el equipo blanco convirtió la Liga española en su coto privado de caza. Dicen los antiguos que los árbitros ayudaron. Con perspectiva, no parece que un equipo que tenía por estrella a ese perdedor resignado que era Rexach pudiera hacer nada contra una secta balompédica adicta a la unión y al éxito. Entre 1954 y 1990, La Banda se llevó 23 títulos. El Barça, ya entregado a las convulsiones internas y al victimismo, cuatro. Y el último conjunto que marcó época encadenando más de dos títulos seguidos antes de la llegada del Dream Team, fue aquella maravilla de la técnica llamada Quinta del Buitre.
Debieron de ser muy buenos. Jugaban al ataque y eran terribles. Aún tienen el récord, con Schuster a la batuta, de haber sido el equipo más goleador de la historia de la Liga. Butragueño driblaba en un palmo y Hugo Sánchez podía enganchar de espaldas al mundo esos remates en que empalmaba apuntando de forma centera a la Sagrada Família. Martín Vázquez y Míchel eran los mejores volantes de España. Buyo tenía alas y hasta Sanchis, Tendillo, Chendo o Camacho daban miedo. Sin embargo, aquella gente nunca gustó a nadie en Barcelona. Ningún niño les tenía en sus carpetas, tal vez sí en sus pesadillas.
Para ellos este silencioso reconocimiento.

domingo, 30 de noviembre de 2008

Guerrear en pantalón corto

"Un partido contra la violencia en Aquisgrán convocado bajo el lema 'Deporte en lugar de violencia' se saldó con graves consecuencias para un espectador, de 24 años, que afeó desde la tribuna las agresiones en el campo. Uno de los futbolistas se lanzó sobre él y, tras insultarlo, empezó a darle puñetazos. Le siguieron otros cuatro compañeros de su equipo, que le patearon y siguieron con los puñetazos, cuando la víctima ya estaba en el suelo. Los agresores, de entre 20 y 25 años de edad, huyeron en tres automóviles, sin que hasta el momento la policía haya logrado dar con ellos".
Esta crónica de un partido disputado este año ilustra una semana de fútbol verdadero. Como también lo hace el juicio que se celebra estos días en Cerdanyola: cuatro espectadores de un partido de fútbol agredieron a un quinto a puñetazos y le rompieron dos dientes. Éste repelió la agresión como mejor supo: clavando un bolígrafo en el pecho de uno de sus contendientes. Cuatro de los implicados se exponen a una pena de cárcel. ¿Qué finalísima de la Champions veían tan iracundos futboleros? Un partido de Liga entre el Industrial y el Halcón de la primera vuelta que se disputó en fechas navideñas.
Cabe recordar que el reciente debut de Maradona como técnico vino sazonado por la noticia de que un inglés se proponía decapitarle porque perdió dinero con 'La Mano de Dios', la misma gesta por la que un miembro del cuerpo técnico de la selección escocesa, un tal Terry Butcher, explicaba, 22 años después, que "nunca" le perdonaría: "Me dijo que marcó con la cabeza".

Nadie piense que esta caverna ha enloquecido y fomenta ahora el uso de la violencia. Nada más lejos de su intención. Pero ocurre que hay ciertos partidos (cuatro o cinco cada año) en que uno recuerda que a veces el fútbol no es más que un simulacro bélico, y que la guerra se inventó, como explica Marvin Harris, para ganar al enemigo en su territorio.

Viendo al Barça que visitó al Sevilla, el equipo que mejor ha retratado su grandeza y su miseria en los últimos años, el barcelonismo se sintió orgulloso de ver que su equipo entiende que a veces hay que pensar en cómo herir al enemigo y cómo protegerse de él. Fue un gusto ver a Márquez y Piqué lanzar un pelotazo tras otro para evitar pérdidas de balón. Fue un gusto ver a Touré y Keita explicando en el centro del campo que a una guerra siempre es mejor enviar al más fuerte.

Y fue un placer ver al mejor guerrero del mundo en el eje del ataque para dar el golpe de gracia. La jornada deja una lección: el Barça de Guardiola conoce el fútbol y conoce la guerra.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Lisboa arrasada

Lisboa, patria emocional de ese país melodramático que es Portugal, ha conocido terremotos, incendios y toda suerte de catástrofes naturales. Tal vez la más conocida sea el temblor terrestre que en 1755 destruyó el 85% de la ciudad, pero desastres como aquel se han venido reproduciendo con una frecuencia suficiente para que la Cidade Branca sea la capital mundial de la lágrima.
Eso ha hecho que sus gentes sean adictos a ese lamento triste que es el fado, que la ciudad entera parezca un homenaje a las gloriosas ruinas del pasado, que sus muchos miradores parezcan altares donde homenajear a los difuntos. "O amor portugués é um amor triste", susurran las viejas del lugar para resumir las historias de marineros añorados y novias envejecidas.
No es de extrañar, pues, que el mejor equipo de Lisboa se presentara en la Liga de Campeones con una estrella brasileña -Liedson- que parece un etíope famélico, con un ídolo local, Moutinho, que ha admitido que está en el Sporting contra su voluntad y unos centrales capaces de hacerse dos autogoles y rozar el hat trick.
Una ciudad que tiene edificios donde está prohibido instalar lavadoras ante el evidente riego de que el predio entero se venga abajo nunca debió exponerse a ese terror desequilibrante llamado Messi. Con el argentino campando por el Alvalade como Attila, hubo planos de bigotudos aficionados del Sporting que daban lástima. Hasta ellos, enamorados de la decadencia del lugar, se estremecieron ante el huracán azulgrana.
A pesar de la goleada, el sabio cancionero del lugar salió reforzado. Mientras Xavi, Busquets y compañía abandonaban el estadio, el aire atlántico llevó a sus oídos una canción (É uma curva bellísima / é uma equipa fantástica / que me faz sonhar / alé Sporting alé) y As Juventudes Leoninas se repetían una solemne verdad: Só eu sei / porque nao fico em casa.

martes, 25 de noviembre de 2008

El poder de la mandíbula

Miren la foto y pregúntense qué tienen en común tipos agrestes y mercúreos como Gattuso, Luis Enrique o Víctor Muñoz. La respuesta salta a la vista. Sus prominentes mandíbulas encierran el secreto de su éxito, de esa manera visceral de entender el fútbol y triunfar. Por el Camp Nou pasó esta semana Víctor, que para una generación de culés fue el primer gran capitán del equipo, para dar su enésima lección.
Víctor no tiene el glamour ni las amistades de otros pero también fue un líder, también ganó mucho y rozó la gloria en Sevilla antes de emigrar al calcio a conocer otras formas de vivir el fútbol. Diría de él que como entrenador es el peor enemigo posible para el Barça. De hecho, en las entrevistas que concede siempre suelta un latiguillo: "Al Barça le ha ganado hasta con el Lleida". Sí, y con el Villarreal y el Zaragoza. Sabe cómo romper el juego azulgrana y a ello le ayudó el domingo la ausencia de Iniesta y Messi. 
En cierta ocasión este cavernícola tuvo la suerte de jugar con él una pachanga de fútbol sala. Jugando en el mismo equipo, le reiteré una orden. "Cuando te desmarques no vuelvas, quédate y te la doy", le dije una y otra vez. La mirada que me regaló por respuesta me queda para el recuerdo. Fue la misma con que barrió el césped del Camp Nou el domingo, la mirada de quien comprende el juego -desde luego, mejor sobre césped que en parqué- y sabe cómo minimizar a una catarata de estrellas.
El domingo, el Barça no perdió dos puntos, sino que salvó uno. Y además, recuperó a un jugador. Bojan, la antigua promesa, el sueño roto de 18 años, el proyecto de mito que pasó a Portillo y posteriormente a Lucendo, ha aprendido a renegar. Sucedió todo muy rápido. Primero falló a puerta vacía una jugada anulada. Fue sustituido y no pudo reprimir las lágrimas en el banquillo. A los cinco minutos, la lección ya estaba aprendida. Calentando su asiento y con Busquets por testigo llamó "hijo de puta" a un rival por protestar una falta. Él, el hombre que sonríe hasta cuando falla una ocasión, el que va por el campo portando el cartel de "Sóc un bon jan", está aprendiendo a odiar.
Pudo ser un efecto óptico, pero en el plano que ofreció la televisión pareció que su mandíbula aumentaba un par de centímetros de pura rabia. Buena cosa: el rencor es el mejor fermento del ganador.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Un futuro dorado

Aunque parezca lo contrario, el barcelonismo debe mucho a Florentino. Primeramente, porque con el fichaje de Figo y la invitación permanente a Aznar a ese palco presidencial terrorífico dejó claro a los niños desorientados a quién tenían que odiar. Segundo, porque echó a Hierro y Del Bosque, dejando sin rumbo al equipo durante dos años y segando la tradición blanca de orgullo, sacrificio y unión como clave para ganar.
Ya en su día presentamos aquí a Floren como un chavalín tímido y adicto al PC Fútbol, ese entrañable juego en que cuantas más estrellas millonarias hubiera en el equipo, más goles metías, independientemente de que no tuvieras ni centrales ni centrocampistas. El bueno de Floren, ex concejal de urbanismo de Madrid con la UCD que después se pasó a la inmobiliaria, no comprendía que el fútbol no es tan fácil como enriquecerse con buenos contactos. Ahora parece que quiere volver y eso llena de gozo al Barça, que sabe perfectamente lo difícil que es competir cuando el sillón presidencial es el primer enemigo.
Podría objetarse que la dupla Calderón-Mijatovic es la mejor posible para gobernar -con perdón- la nave merengue. Sin embargo, Florentino parece no haber perdido el sentido del ridículo ni un ápice de su popularidad en esa ciudad de la recalificación, la camisa rosa y el tupé engominado. Y además, podría llegarse a la situación hermosa de que Florentino provocara unas elecciones anticipadas para encontrarse como rival en las urnas -atención- a Aznar y Villalonga. De llegar ese día, habría que hacerse socio del Madrí sólo por el gusto de recibir la publicidad de los candidatos, que ofrecerían stock options, uñas de la abuela de Pelayo o solares a sus votantes.
Tanta diversión promete años de bonanza en lo deportivo y sólo viene turbada por una realidad: con semejante colla, Laporta parece bueno. Sí, ese hombre al que sólo apoya el 38% de los culés.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Fútbol en blanco y negro

No hace falta ser Nietzsche ni pasarse el día en la biblioteca para saber que la historia tiende a repetirse: desde el sofá de casa, equipado de un mando en la mano y luciendo bigote de espuma cervecera, se aprenden hermosas lecciones.
En sólo quince días, los futboleros hemos asistido con placer al espectáculo implacable del peso de la historia. Primero fue ese artista maligno llamado Del Piero que masacró al Madrí con el sello añejo que tuvieron los mitos futbolísticos que alumbraron los años 90. Pinturicchio cuenta hoy 34 años pero lleva ya cuatro dedicado a la épica tarea de alargar su magisterio en unos tiempos que ya no son los suyos. Desplegó su talento en los 90 y hay algo en su fútbol, en esa zancada corta y lenta, que le convierte en un romántico, que recuerda a Hagi, Laudrup o Romário; a esos viejos maestros que maravillaban sin ruborizarse por no entrenar, por tener calambres, por sus físicos frágiles. Y sin embargo, Del Piero reinó en el Bernabéu y sacó la lengua a la noche madrileña para celebrar sus goles –en un gesto, por cierto, que pusieron de moda los Rolling Stones en los 70, pero que han empleado los guerreros maoríes en sus danzas bélicas desde hace siglos-.
El arte de golear pasada la treintena no es una exclusiva del italiano, claro. Ahí están las tremendas temporadas que han firmado en los últimos años Raúl o Van Nistelrroy. Sin embargo, hay algo de metálico el instinto asesino del holandés y en la tozudez del capitán blanco que les convierte en hijos androides del nuevo milenio. Del Piero es distinto. Ya hace tiempo chocó con Capello, porque éste, en su sabiduría, lo reservaba como a una de esas trufas blancas que da el norte de Italia. Aquellas sesiones de banquillo, de ver pasar por delante de él a delanteros musculosos y hambrientos, sirvieron para preservar su calidad y olfato, para verle cantar gol en el Bernabéu, en un alarido que compartió con Cantona, Francescoli o Baggio.
Y esta semana hemos presenciado la proeza del Real Unión, todo orgullo y fe, propio de unos jugadores y un escudo que no han olvidado que ganaron hasta cuatro veces la Copa y uno de los equipos más temidos de España. Los goles de Eneko Romo y compañía fueron para algunos un milagro. Viéndolo con perspectiva, tras la parálisis sobrevenida de Dudek, como tras la la parábola de Zizou en Glasgow o el triunfo del Liverpool en Estambul ante el Milan, se escondía una sencilla verdad que resuena en las grandes citas: la historia juega y gana.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Datos de interés

Celebrando el primer naufragio blanco de la temporada quiero ofrecer a la comunidad ciertos datos que hablan a las claras de quiénes son los líderes de este equipo y que aclaran las jerarquías, las mismas que tanto tiempo han frustrado al vestuario entero. Para esta misma semana llegará un merecido homenaje al Real Unión y al fútbol en bianconero.
Pichichi (Máximo goleador)
Eto'o, 16
Messi, 11
Xavi, 6
Henry, 5
Gudjohnsen, 3
Bojan, 3
Márquez, 2
Alves, 2
Iniesta, 1
Busquets, 1
Propia portería, 1
R10 (mejor asistente)
Xavi, 10
Messi, 8
Henry, 5
Iniesta, 4
Alves, 3
Bojan, 2
Márquez, 1
Puyol, 1
Busquets, 1
Hleb, 1
Eto'o, 1

domingo, 9 de noviembre de 2008

Hambre en el Camp Nou

En los bebés, el ciclo del hambre se revive cada dos horas y media. En hombres adultos, cada seis. Y en los grandes clubes de fútbol, cada tres años. Vivir un partido en los aledaños del Camp Nou escuchando las convulsiones del público es el camino más directo para comprender que el Estadi no es más que una enorme víscera. Cualquier endocrino, viendo al Barça de Guardiola, confirmaría que se trata de un hambriento estómago.
Eto'o ha puesto la cara este fin de semana a la ambición azulgrana. En años pasados, cuando el Camp Nou sonaba más bien como un envejecido escroto adicto a la Viagra, la exhibición de orgullo de Higuaín habría conllevado, por simple yin y yang, que el Barça encallara. Ocurre que Eto'o tiene esta temporada un triple estímulo. En primer lugar, convencer al mundo de una mentira: es mejor que Messi como en su día era mejor que Ronaldinho. En segundo lugar, ganar títulos: mira a su alrededor en el vestuario y ve que lo tiene todo. Y por último y más importante, que Abramovich o cualquier otro loco rompa por él el récord de 11.500 millones pagados por Zidane.
Eto'o ha vuelto a corretear con esa mezcla de fe, locura y demagogia que tan bien le fue en el pasado. Su rodilla parece estar en condiciones. Sus arrebatos de locura transcurren lejos de las cámaras. Y su afilado olfato africano intuye que este año el Barça volverá a ser campeón.
Ulises, náufrago y cenizo, conocía bien lo penoso que era pasar hambre. Siempre se refería a su estómago como "el maldito estómago" y sus descripciones de libaciones de vino y sacrificios de reses prueban que era un auténtico Carpanta de ruidosas tripas. Qué orgulloso estaría Ulises de este Barça desesperado. Qué a gusto le daría la pelotita a Eto'o para que marcara a placer y rugiera de alegría.

lunes, 3 de noviembre de 2008

La tardía victoria de la catiusca

La gloriosa jornada 9 deja miles de datos estadísticos para el recuerdo. Deja crónicas que hablan de una Banda "ridícula" y "vulgar". Deja la 11ª victoria consecutiva de la Pepa Mecànica y la convicción de que el Barça es un equipo hambriento y duro. Sitúa al Barça por encima del Madrí más goleador de la historia, el de la 89-90, y del mejor equipo azulgrana de siempre, el de las cinco Copas, con 3,11 goles por partido.
Pero el fin de semana merece ser recordado por el líquido homenaje a las generaciones y generaciones de escolares barceloneses que en esta tierra de climas suaves y escasas precipitaciones vivían cada tormenta como si del Armaggedon se tratara: en efecto, cuando llovía, en las escuelas se prohibía el fútbol. Armados con flamantes catiuscas rojas que nunca lograron estropear, los niños llegaban a escuela cariacontecidos, mirando el cielo y con la seguridad de que aquel día no habría fútbol.
La hidrofobia reinante en Barcelona alcanzaba incluso a las competiciones infantiles, a la elite de los futboleros de metro y medio: si llovía, nada de entrenos. Si caían cuatro gotas, nada de partidos. Si el campo estaba mojado, se prohibía toda actividad para evitar la cascada de tríadas, fracturas craneoencefálicas y roturas del tendón de Aquiles. La normativa era tan rígida que vestir catiscuscas era sinónimo de estar, por un día, incapacitado para la vida motriz. Durante años y años, los escolares futboleros asistían a los días de lluvia con una sensación de vergüenza y acompañados por el eco de una carcajada, la que salía de la garganta de Gerrard, Terry y compañía, que jugaban triunfantes y bárbaros por los barrizales del Reino Unido. En Barcelona eso era imposible: el fútbol se convertía en un arte equlibrado y seco, con cierto tufillo aristocrático, ignorante de la gloriosa sensación de hacer una 'segada' sobre el charco para regocijo de millones de partículas de agua.
A costa de generar tantas frustraciones, golear bajo la lluvia ha acabado siendo un deseo inconfesable de los niños barceloneses, como esa atractiva profesora de Naturales, como conducir el coche de papá o dejar en el ascensor un mensaje criticando al insufrible vecino del sexto. En Málaga no se libró un partido: aquello fue un homenaje a las catiuscas tristes e inmaculadas que esconden los armarios de Barcelona.

miércoles, 29 de octubre de 2008

La racha

En la cadencia del 'Falling in Love with you' de Elvis Presley, faraón de Graceland, se esconde la lógica de cómo este tierno equipo de Guardiola nos está ganando el corazón una semana tras otra. Con su décima victoria consecutiva de ayer se pone al nivel de equipos grandes de verdad. El mejor Barça que la generación post Kubala ha visto fue el Barça de Ronaldinho y Eto'o en que ya asomaba Messi y en que Márquez y Edmilson se comportaban como padres de familia responsables. Ganaron 19 partidos seguidos y estuvieron 25 sin conocer la derrota.
Aquella racha fue un amor estival y quinceañero, que Nabokov definiría de frenético, impúdico, angustiado y desesperanzado. Todo era posible, y a cada nuevo reto, había nuevas sorpresas. Por el camino de aquellos tres meses de delirio quedaron El Madrí en el Bernabéu, el Sevilla y una quincena de equipos que salían con el cuchillo entre los dientes para probar de qué estaba hecha aquella sinfonía.
Ahora, cuando Laporta y Txiki han querido, desaparecido ese lastre que fue el bueno de Rijkaard los dos últimos años, se ha levantado el castigo. 530 días después, el Barça fue líder, aunque fuera sólo unas horas. Su fragilidad defensiva no hace pensar que esta locura vaya a durar demasiado: habrá derrotas y decepciones. Pero hasta entonces, que dure el cachondeo y que el equipo siga descubriendo a cada jornada todo su potencial. Y que recuerden que si por algún motivo Edmilson, Motta o Belletti están en un altar no fue por encadenar muchas victorias, sino por ganar los partidos claves para llevarse una Liga y una Champions.

jueves, 23 de octubre de 2008

La hermana de Urtain

La irrupción de Sergio Busquets en la elite reabre el célebre debate sobre el papel de la genética en la alta competición. Los hermanos Laudrup hicieron correr ríos de tinta sobre la clonación del talento y los De Boer hicieron lo propio con la patraña. Jordi Cruyff validó la teoría de Dalí de que el genio no se hereda y Sanchis padre y Sanchis hijo ganaron, de la mano de sus blancas camisetas, sendas Copas de Europa.
Pero explicar el caso del hijo del portero que tiraba caños y sombreros dentro del área es cosa difícil sin recurrir a la hermana de Urtain. Según mi maestro de cabecera, la dulce hermana del púgil español más famoso de la historia apostó un día con el campeón para ver quién era más fuerte. Vascos y brutales, decidieron golpear a una mula para comprobarlo. El campeón quedó humillado: su hermana pegó primero y mató al animal de un solo puñetazo.
Así ocurrirá con la fama de Carles Busquets: hasta ahora, podía presumir de ser el único chaval de Ciutat Badia que jugó la Liga de Campeones de azulgrana. Su hijo le dejará en nada. Ayer mismo tuvo dos momentos estelares. En el primero, desmarque, control con la derecha, chut, caño y gol con la izquierda. En el segundo, pase al agujero de primeras y gol de Bojan.
Además de calidad, agresividad y hambre, Bussinho ha roto la tendencia liliputiense de La Masia, y se eleva hasta el 1,91. Ayer, hasta pareció compatible con Touré –recordemos, votado por este prestigioso foro el mejor jugador del Barça el pasado año-. Sólo un pequeño problema enturbia el entusiasmo por el hallazgo de este centrocampista total, y es su parecido con cierto ex futbolista llamado Motta. ¡Larga vida a la hermana de Urtain!

domingo, 19 de octubre de 2008

La fuerza invisible contra el fútbol

Acaba la jornada siete y esta caverna sigue dándole vueltas a los ocho minutos de fútbol a quemarropa que se vio en El Calderón el sábado y a ciertos misterios insondables que el barcelonismo lleva décadas tratando de comprender. Era el minuto 89. Simao tenía una falta directa y el plano de la televisión repasó la barrera del Madrí. Javi García, Pepe, Drenthe, Van der Vaart, Gago, Higuaín, Sergio Ramos. Un elenco de miserias balompédicas que retrata lo que ha venido siendo el Madrid de Capello, el entrenador que les sigue guiando diga lo que diga Bernardo: mucho orgullo, mucha fe, mucho chutador y mucho defensa poderoso. Y nada más, ni una gota de calidad.
La falta entró, pero el Madrid, ese Leviatán imperecedero, ese azote del barcelonismo por los siglos de los siglos, se llevó el partido en el '96. ¿Qué demonios tendrá el Bernabéu que convierte en ganadores a segundones como Higuaín? Butragueño, merengue amigo de los valores del claustro y el cuartel, lo explicaba hoy en televisión: "Cuando el partido se pone difícil, al Madrid le guía una fuerza invisible". Se llama fe y probablemente es el arma más temible que hay en este juego.
A eso se enfrenta el Barça este año. Por primera vez en lo que va de año, dejó su portería a cero. Ganó con ese horror llamado Víctor Sánchez profanando la medular azulgrana y rememorando esa angustia hecha futbolista llamada Gabri. Ganó sin Xavi, ni Puyol, ni Messi. Ganó con una sola pincelada de fútbol -fútbol de verdad, de calidad- que pusieron Henry y Eto'o. Duele decirlo cuando hasta las pelotas huecas marca Campeón saben que el Barça tiene diez veces la calidad del Madrid, pero para ganar al equipo de Javi García hará falta muchísimo más fútbol en adelante.

viernes, 17 de octubre de 2008

La croqueta


Iniesta nos recordó anoche que la croqueta es un manjar de dioses también en el fútbol. Mecánicamente, se basa en enseñar el balón a un lado del rival para, con un golpe de cintura (¿dónde está la pelotita?) cambiarla de un pie a otro y driblar así al contrario.
Filosóficamente, la croqueta es un regate que recuerda a los vencidos defensas que el fútbol se juega en tres dimensiones: para superar a un marcador, no sólo se trata de tirarle un caño y conseguir trazar una recta entre la posición anterior al regate, la posterior y la portería. Esa clase de driblings es tan primitiva que hasta Barjuan la ponía en práctica. La croqueta es otra cosa: aprovecha la amplitud del terreno de juego y da la bienvenida a todo un universo de posibilidades en que no sólo se trata de avanzar en línea recta, sino de aprovechar las infinitas posibilidades que ofrece ese rectángulo mágico en que se desarrolla el fútbol.
Dribladores de antología como Garrincha, George Best o El Innombrable vencían a sus rivales porque sabían que regatearles no era sólo un ejercicio lineal, sino espacial. Cuando encaraban, podían salir por la derecha, por la izquierda, o en velocidad, o no superar a su marcador sino a algún otro defensa despistados que cometió el error de pasar por ahí sin saberse carne de cañón.
Históricamente, la croqueta es para toda una generación el recuerdo de ese caviar danés que fue Laudrup, cuyo pecado merece ser perdonado sólo por haber llenado los colegios de niños que ensayaban ese arte torero del amago y el golpe de cadera.
Sentimentalmente, un pueblo cantor y embustero, al que le gusta el juego y el vino y con alma de marinero estaba condenado a amar esta suerte balompédica. Nada hay más bello que estar en el campo, recibir el balón en escorzo, ejecutar la maniobra y susurrarle al defensa: "¿Dónde está la pelotita?".
http://es.youtube.com/watch?v=YCiL-ajlfqA&feature=related (La proeza llega a los 31") http://www.youtube.com/watch?v=XZvnLYp7e5c

domingo, 12 de octubre de 2008

'Coitus interruptus'

El origen del concepto 'coitus interruptus' es oscuro. El Antiguo Testamento ya hablaba de él contando las secretas y solitarias cuitas de ese referente de la cultura occidental que fue Onán. Su construcción latina ofrece pocas dudas sobre la universalidad de un término tan temido y terrorífico como "peste negra", "santo oficio" o "guerra".
En esta caverna tenemos un miedo atroz, cerril y primario al 'coitus interruptus' balompédico, esa fatalidad del calendario que viene a joder justo cuando el Barça despega para premiarnos con 15 días de abstinencia y una visita a la hermosa localidad de Tallin, Estonia, donde los chavales de Vicente del Bosque que aprendieron de Luis Aragonés sumaron ayer una nueva victoria.
Por don Vicente del Bosque siempre sentí un cariño particular: sus jugadores hablaban maravillas de él y representa todo lo noble, ambicioso y humilde de esa plaga que no cesa llamada Real Madrid. Antes de ser domador de la galaxia, Del Bosque fue jugador. Eran tiempos de fútbol en blanco y negro y con dictadores en la grada en que no había resquicio alguno para el glamour o el ego de los jugadores.
Sin embargo, del Del Bosque futbolista trascendió algo que viene muy a cuento: sus compañeros no ocultaron nunca su asombro ante el volumen de la hombría del bigotudo mozalbete. "La tiene como una botella de Coca-Cola", decían de él. A esa botella de refresco y a su tupido mostacho debemos esta semana la increíble destrempada que hemos sufrido gracias a la furia.
Esta caverna se entrega hoy a la utopía y el desenfreno y sueña con un fútbol sin parones por las selecciones, por un fútbol donde solazarse sin interrupciones y donde refocilarse sin atender al reloj.

domingo, 5 de octubre de 2008

El Barça ha vuelto

Cuentan los sismógrafos que la de ayer fue la segunda ola que se ha visto en el Camp Nou en tres temporadas. Después de que el equipo alcanzara la gloria y se inmolara en París, sólo una vez más se vio al estadi sumido en la euforia con Rijkaard en el banco: fue justo antes de que Rufete metiera un pase al hueco y Tamudo arrebatara el título al Barça para entregarlo al Madrid. En todo el pasado año, ni una sola vez se vio a la afición volcada con su equipo. Nunca.
Dicen los obsesos de la estadística que después de París, el Barça sólo ganó en tres ocasiones partidos que comenzó perdiendo. Tres en dos años, ante rivales como el Celta, el Athletic de Bilbao y el Depor. Y añaden que en todo este horrible paseo por la nada, sólo en tres ocasiones encadenaron cuatro o más victorias seguidas (septiembre de 2006, noviembre de 2006 y octubre de 2007).
El equipo de Guardiola parece dispuesto a que olvidemos todo aquello: en tres semanas, ha ganado seis partidos seguidos. En tres días ha remontado a dos equipos broncos como el del incalificable Sánchez Llibre y el de ese héroe griego llamado Brandao. Y ayer, en 25 minutos logró erizar el pelo al barcelonismo con una avalancha de fútbol arte. Fue un Barça voraz y con recursos, un Barça donde Messi hace soñar, Iniesta bordea la estética pura y Xavi imparte lecciones de sabiduría. Un Barça donde Eto'o sabe que cualquier día puede ir al banquillo o fuera de la convocatoria y en que hasta Henry quiere enchufarse.
Ayer, durante esos 25 minutos perfectos en que humilló al Dinamo del Manzanares, uno supo que este tierno equipo de púberes y talentosos canteranos está llamado a ilusionar otra vez al Camp Nou. Se acabó la puta transición: el Barça ha vuelto.

martes, 30 de septiembre de 2008

"Is that enough?"

El Espanyol quiere denunciar a Henry, a Piqué y a Messi por generar violencia con sus celebraciones. Pobres pericos, como Laporta, se descalifican solos. ¿No se han enterado de qué va el fútbol? ¿No saben cómo las gastan Tamudo o Luis García? ¿Acaso no han visto nunca a Marañón, ese goleador histórico, jugando con 60 años en la Zona Universitaria partidos a cara de perro? A sus años no ha olvidado que la celebración de un gol en según qué partidos equivale al pillaje y a la barbarie de los buenos soldados cuando ganan la guerra.
Pero claro, al Espanyol le dolió perder y acusa a Henry. Con su estrambótico gol, el 14, el hombre que hizo soñar a una generación y engañó a toda la culerada, se fue a la esquina y dio rienda suelta al demonio que lleva dentro: "Come on!! Come on!!", rugió. Puede que Dani y el resentido Pedro Tomás quieran convertir el fútbol en Wimbledon, pero se equivocan. El fútbol es grande porque desata pasiones y porque el escarnio al perdedor es legítimo y bienvenido.
El fútbol es esa locura capaz de hacer que esta Caverna perdone, aunque sólo sea por unos días, a Henry, el guerrero con pies de artista. El fútbol es ver a Henry arrasando a Zanetti como si fuera un alevín, adelantando a Carragher como un avión, es ver al hombre que tuvo lo mejor de Ronaldinho y lo mejor de Eto'o rozar la locura para celebrar un gol a su odiado Tottenham.
El fútbol es ver a Henry preguntando a la afición rival y al árbitro si con un hat trick tienen bastante. El fútbol es dejar un derby entre insultos: gràcies, Titi.

sábado, 27 de septiembre de 2008

Sin venganza

Esta noche hay derby, una rivalidad grande e histórica que resucitó Tamudo hace dos temporadas hundiendo al Barça en la miseria. Ese pergamino madridista-espanyolista y presumiblemente anticatalán que es el diario As dio con el titular perfecto: "El polvo del siglo".
Uno se pregunta, cada vez que ve a Tamudo con el pecho hinchado y la mirada torva, si hay venganza posible. La respuesta, por desgracia, es negativa. Una de las grandes cosas del fútbol es que siempre concede la reválida para exorcizar a los viejos demonios. Pero en el caso del capitán del Espanyol, nunca habrá venganza posible.
A pesar de la competitividad del Espanyol en los últimos años, en que ha jugado tantas finales como el Barça, los blanquiazules juegan a otra Liga y los zarpazos de Tamudo en el Camp Nou en la noche más triste desde Atenas no van a sanar nunca. Igual que el Real Madrid nunca pudo vengarse de Pier, ni Brasil de Varela.
Pero el derby es grande, la noche, joven y la retirada de Tamudo, cercana.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Una semana para medirse

En esta caverna creemos que Rijkaard, después de París, no fue más que un jinete apocado que no supo cambiar de caballo cuando reventó al que le había llevado a la gloria. Pensó que con lo que había le llegaba para ganar otra Liga, por lo menos, u otra Champions. Laporta, con sus datos de popularidad siempre actualizándose en su despacho, también lo pensó. Y los cálculos púberes de Laporta y nuestro Muy Budista Entrenador se equivocaron, pero por muy poquito.
Algunos aún no han olvidado que la Liga 2006-2007 se perdió por goal average contra un equipo menor pero moldeado por la fiera mandíbula de Capello. Aquel Barça fue el máximo goleador de la Liga y el menos goleado, y logró el hito de no ganar el título pese a empatar con la misma banda que hoy entrena Schuster: faltó un solo y raquítico punto. Punto que perdieron contra el Betis, en el minuto 89, o contra el Espanyol, en la noche más negra desde Atenas, con el tiempo cumplido.
En la semana en que Gijón vio a un Barça voraz, tocador y con instinto asesino, ha querido el calendario que nadie lance las campanas al vuelo y sencillamente nos limitemos a medir a este equipo comparándolo con el de Rijkaard: en sus últimos dos años, el Barça sólo ganó una vez al Betis en cuatro partidos, en los dos últimos años, el Espanyol ejerció de bestia demoníaca, de cancerbero tricéfalo e imbatible.
A Rijkaard no le gustaba comparar a sus equipos -a menudo habría salido ganando- pero eso es lo mejor que puede hacer el barcelonismo esta semana: medir qué son capaces de hacer los chavales de Guardiola, cerrar los ojos y jugar a la quiromancia y tratar de augurar de qué seremos capaces en abril y mayo, cuando de verdad un partido puede engrosar un palmarés o convertirse en una derrota que será recordada para siempre como la que nos costó un título.

viernes, 19 de septiembre de 2008

La Intertoto League

Bate Borisov, Basilea, Aalborg, Anorthosis y Kluj. Estos son algunos de los invitados a la competición de clubes más importante del mundo, la más deseada por los futbolistas inmediatamente después del Mundial. Su presencia no es ninguna deshonra para la competición, pues el exotismo de los equipos siempre fue una de los atractivos de la Copa de Europa. Lo que es una auténtica desgracia es el modo de competición, con una Liguilla que limita al máximo las posibilidades de sorpresas y convierte los tres primeros meses de competición en un anodino trámite.
¿Qué queda de aquella vieja Copa de Europa, que con sólo mentarla ya ponía la piel de gallina? Su atractivo se basaba en la calidad de los equipos -sólo campeones, recordemos- pero también en un sistema de eliminatorias que convertía los partidos en un derroche de vértigo y adrenalina. Para emocionarse hoy hace falta caer en un "grupo de la muerte", o estar rematadamente mal en los dos primeros partidos, o limitarse a escuchar el himno de la competición, basado en la obra de Handel Zadok the Priest.
Si el fútbol es un deporte tan grande, es porque lo pueden jugar enanos patizambos como Romario o Agüero y porque cualquier equipo puede ganar un partido por humilde que sea. Si no se recupera esa máxima y se siguen protegiendo las audiencias de los octavos, cuartos y semifinales, esta competición acabará siendo un Teresa Herrera de lujo. La Copa de Europa, la que más ha hecho llorar a generaciones de culés, merece mucho más.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Jarabe de palo

¡Qué bello despertar el lunes y verse 15º, en la noble compañía de Betis, Athletic, Mallorca y Málaga! ¡Qué bonita forma de comenzar la Liga tras tres meses de pesadilla sin fútbol! ¡Qué hermoso ver al Espanyol líder! Esta caverna no ha perdido el oremus a pesar de sus esfuerzos en esta dirección durante el fin de semana: las derrotas en septiembre son una bendición del cielo siempre y cuando no turben la mente de los dirigentes.
Recuerdo una conversación con cierto sabio a quien se ha hecho habitual ver sonriendo junto a Guardiola en cada entrenamiento, que aseguraba, convencido, que nada mejora tanto a un equipo como el linchamiento mediático tras las derrotas. "Cuantos más palos, mejor: se junta el equipo y cada cual saca el orgullo". El propio entrenador, que suma un gol en los últimos tres partidos oficiales, ya avisó antes del partido qué esperaba en caso de no ganar. "No pasa nada, saldré aquí a que me deis de hostias". No lo decía con miedo, lo decía sabiendo que eso ayuda.
Este deporte no entiende de impaciencias y se cuece en primavera. Los campeonatos se ganan entonces, siempre y cuando no se llegue al final de la primera vuelta realmente descolgado. Eso no ocurrirá, y menos viendo la sabiduría con que el entrenador trabaja a largo plazo. La presencia de Pedro, Hleb, Piqué y Busquets en el campo ayer fue un aviso de que sólo jugará el que llegue mejor al partido, el que más haya entrenado. Eso puede costar puntos en otoño, pero da títulos en mayo.
Lo único preocupante del partido fue ver que la suerte nos da la espalda -a la larga, la fortuna siempre se iguala- y constatar que falta gol. Cruyff y Txiki no ficharon el pasado verano, ellos sabrán por qué. Pero a este proyecto joven y tierno le conviene aprender a sufrir.

sábado, 6 de septiembre de 2008

Capitán alegre, capitán triste

La semana se ha llevado por delante a Segarra, el hombre por quien se inventó aquello de "El gran capità", el que para algunos es el mejor jugador de la historia del Barça, el hombre que capitaneó al Barça más triomfant de siempre en la temporada 51-52, la de las cinco copas.
Juanito era un sumo sacerdote de las normas del vestuario, un integrista de los códigos internos y un ganador irreductible. Su utilidad sobre el terreno de juego le llevó a estar en el top 5 de los jugadores que más partidos han disputado de azulgrana -donde, por cierto, está Rexach, ese perdedor impenitente-, podía jugar en varias posiciones y el gran Helenio Herrera le dedicó el siguiente piropo. "Nunca tuve un capitán con la dedicación, humanidad y calidad de Segarra. Hacía tanto trabajo que cuando me fui al Inter necesité tres líderes como Fachetti, Suárez y Mazzola para hacer el trabajo de Segarra".
El mito que nos ha dejado hizo posible que la generación del fútbol en PPV y por cable oyera hablar de tipos como Kubala, Kocsis o Basora. Él hacía el trabajo sucio, tiraba del carro con buen humor y ambición de ganar. En la dedicatoria con que se despidió en su funeral, aparece un capitán de mandíbula cuadrada y mirada fija, alguien temible que me ha hecho pensar en Puyol. Sólo un detalle les separa, y eso es la sonrisa.
Puyol es un capitán dedicado, un futbolista superprofesional, un obseso de la talla de Raúl en el Madrid, pero nunca supo sonreír. Ya lo vio Guardiola cuando era jugador y supo que un tal Puyol del filial se negaba a irse cedido al Málaga. "A éste no lo echarán ni a cañonazos". El cinco del Barça es un ejemplo de humildad y de ambición que, sin embargo, adolece de la principal cualidad de un capitán, ése don de los cielos llamado carisma.
Cruyff le criticó sin piedad la semana pasada, acusándole de ser el gran culpable de que el clan de la caipirinha pasara de celebrar de noche sus victorias a ahogar en alcohol sus ausencias del césped. En esta caverna estamos de acuerdo. Puyol, como buen catalán, tiene esa enfermedad que es la sobriedad, y a un brasileño, a veces, no se le gana con el ejemplo del madrugar diario, sino con un baile con los calzoncillos por montera.
De hecho, el gran capitán del difunto equipo de Rijkaard, en gloria esté, no fue Puyol, sino Ronaldinho. Sus compañeros se hartaron de explicar cómo les motivaba en el vestuario, cómo lo contagiaba de alegría y carcajadas, cómo rezaban con él para ganar, cómo les abrazaba antes del partido recordándoles que 1)estaban en el mejor equipo del mundo y 2) que si todo iba mal, él estaba de su lado.
El mismo reconcentrado autismo que asola a Puyol -recordemos que los sociópatas Tamudo y De la Peña se cuentan entre sus mejores amigos- es un mal de otros aspirantes al brazalete. Xavi o Iniesta no aportan valores que no tenga el capitán, al margen del de saber jugar con el balón en los pies. Y ése es un problema, el de la falta de entusiasmo y alegría, que debe tratar Guardiola, porque un vestuario noble pero triste está condenado al fracaso.
De Segarra a Puyol han pasado cuatro décadas. Y es curioso cómo la historia recordará al primero, que se fue entre las brumas del Alzheimer, como un hombre que transmitía optimismo ante cada tormenta, y al segundo como un sufrido labrador que ni en lo más alto de su carrera supo esbozar el gesto futbolístico fundamental: la sonrisa.

martes, 2 de septiembre de 2008

Viva Soria

Los debuts no se inventaron para perder en Los Pajaritos. Los debuts sirven para soñar, para imaginar al equipo campeón, predecir victorias épicas en grandes estadios, para aterrorizar a los rivales. Los debus sirven para lanzar las campanas al vuelo y pensar que Henry aún tiene 27 años y que el Barça ha aprendido a atacar defensas cerradas 16 años después de enfrentarse al entrañable Viking Stavanger.
Pero el Barça tiene una plantilla con menos extremos que la del Real Madrid -un nuevo mérito de Txiki, que combina su sabiduría futbolístia con una asombrosa torpeza a la hora de sondear el mercado- y se atasca y arrastra la falta de puntería del pasado año con, recordemos, dos delanteros menos que entonces.
Sin embargo, no es de extrañar lo que ocurrió en Soria. Ese terruño áspero y frío vive nueve días grandes al año: la semana de los Sanjuanes, y las visitas de Barça y Real Madrid. Sus gentes se crecen, el equipo lo nota y esto es fútbol, no béisbol. En plena resaca por semejante inicio de campaña tras tres interminables meses a agua, pan y roja, he recordado dramáticas visitas al río Duero a su paso por Soria. Acudí con los intestinos cargados, la cabeza espesa y los ojos hinchados, la charanga metida en la cabeza y una máxima en la boca: "Viva Soria, joder".
Este Barça neonato necesita tiempo y mucha humildad, así que bien haría de repetirse lo mismo durante la eternidad que falta hasta que vuelva la Liga.

domingo, 31 de agosto de 2008

El favorito

Escribe Quique Setién que el Barca es su prfincipal favorito para ganar la Liga, y donde hable un diez que calle el resto. Sin embargo, cuesta compartir su entusiasmo, que radica principalmente en el convencimiento de que los azulgrana, de la mano de Guardiola, han recuperado las ganas de sufrir, trabajar y ganar, tal vez el unico requisito indispensable para llevarse el titulo. A ese dao el Barca puede añadir varios factores. A saber:
1) Con Alves, vuelven las llegadas por banda y la superioridad numerica en campo rival.
2) Xavi e Iniesta están ante la oportunidad de su vida: manejar el equipo sin pedir permiso y ponerse al nivel de los mas grandes.
3) El equipo parece dispuesto a presionar en campo contrario.
4) Eto'o vuelve a tener, dos años despues, algo que demostrar, igual que Henry.
5) El Madrid es tan malo como era, y con menos ganas tras tres títulos.
6) Messi: el jugador más desequilibrante del mundo se enfunda este año el diez y tiene ganas de ganar el que será de verdad su primer campeonato.
Sin embargo, el Madrid parece seguir con ese indestructible espíritu, que vendrá espoleado por la gestion de Txiki: no olvidemos que la delantera titular del Barca anoto el anyo pasado sólo 38 goles. Si se le añade el papel de Bojan, primer suplente, 48. Y si se suma a Hleb, Iniesta, y Pedritito alcanzamos la ridicula cifra de 53 tantos, algo impropio de una delantera que aspira a algo, donde sus seis delanteros deberian sumar unos 80 goles. 
Mañana es domingo, día del señor, Aleluya: por fin el fútbol.

sábado, 16 de agosto de 2008

Oh, gran Manitú

Este cavernícola se marcha de road movie a las Américas. Si la tecnología sueca lo permite, cruzará el país de Alexi Lalas hablando a los lugareños de las bondades de ese extremo llamado Pedrito y repitiendo un rezo dirigido a Johan Dios Cruyff y a sus hombres en la tierra, los Patsy, y a Txiki, y a Pep:
"Oh, gran Manitú, sé que merecemos sufrir y sé de tu poder, pero no fiches a Palacio".

martes, 12 de agosto de 2008

Cuando gana el malo

"Deambulaban como dos fantasmas felices". Esta frase recoge lo mejor del documental Réquiem por Billy the Kid, que se centraba en la figura del más célebre pistolero a través de su relación con su íntimo amigo Pat Garrett. Eran jóvenes, libres y trabajaban de vaqueros en ranchos. Fue una amistad de cuando se sabían inmortales.
Ocurrió que Billy se vio enzarzado después en la guerra del condado de Lincoln. Este pistolero de leyenda, de quien se decía que parecía sonreír siempre a causa de sus enormes dientes, fue declarado enemigo público por el gobernador Wallace, que para cazarle optó por una solución drástica: contratar como sheriff a su viejo amigo. Tras dos fugas de la cárcel, Billy El Niño murió el 14 de julio de 1881 de un tiro en el corazón de Garrett.
Pocos universos de celuloide pueden parecerse más al fútbol que el western. Hay quien recuerda con nostalgia desbocada los tiempos en que Ronaldinho y Eto'o se saludaban al grito de "¡Negro!". Eran los días en que Eto'o tenía bajo control su infinito rencor hacia el mundo y hacia los más dotados para el arte que él, los días en que no había defensa que se les resistiese y en que nada más recibir el brasileño, una gacela con el nueve a la espalda tiraba la diagonal perfecta para encontrar el balón y anotar.
Pero llegaron los días en que Samuel, renqueante de la rodilla, renunció a las normas de convivencia y se fue a la guerra contra su sonriente víctima. Poco después renegó también de su aclamado código de trabajo y se dejó ganar los sprints por gigantes torpes como Rio Ferdinand. El club le invitó a salir pero nadie quiso semejante bomba de relojería en su vestuario. Guardiola, que quiso refundar el proyecto sin manzanas podridas, echó a Deco y Ronaldinho, pero se ha visto obligado a tragar con el camerunés.
Los compañeros de Eto'o, que saben mucho menos de fútbol que Pep, aclaman su continuidad. El tiempo dirá si el mejor nueve del mercado europeo puede parecerse al que fue junto al hombre de la sonrisa eterna, en aquellos días en que deambulaban como dos fantasmas felices.

martes, 5 de agosto de 2008

Y allá a lo lejos, el fútbol

La pretemporada no es otra cosa que una metadona light y descafeinada que suele hacer aún más angustiosa la espera de que lo bueno empiece. Lo bueno, recordemos, es una eliminatoria contra un equipo de Cracovia o uno de Jerusalén y la visita a Los Pajaritos con los que dará comienzo el espectáculo.
Sin embargo, hay veranos en que por un momento el fútbol despliega toda su grandeza y vuelve a ser una cosa auténtica. Ver a los chicos de Guardiola corriendo en Central Park ha removido esta caverna. Para quien ha acudido alguna vez en Central Park con la esperanza de poder unirse a alguna pachanga, habrá sido algo increíble cruzarse con Guardiola y compañía. A quien ha probado el asfalto de jugar en sus calles -en el parque más famoso de Nueva York el césped está reservado para deportes mayoritarios, como el picnic, el frisby o los perros- le queda la curiosa experiencia de alzar la vista en el fuera de banda y encontrar los rascacielos de las películas.
En Central Park se juegan los que son tal vez los partidos más duros que un barcelonés puede imaginar. El bordillo de la acera juega, y sólo hay fuera de banda si la pelota salta por encima de él. Los 20 espectadores que hay forman entre cuatro y seis equipos, esperando a que alguno de los contendientes meta dos goles para saltar al ruedo. Con la derrota, la espera alcanza los 50 minutos que se refrescan con amarga cerveza. Se juega con el cuchillo. Los jugadores son mexicanos, puertorriqueños, dominicanos o colombianos llegados desde todas las pizzerías de la ciudad con ganas de devolverle su rencor al balón. Lanzar un caño pisadito a uno de estos chicanos es a la vez una obra de arte y una declaración de guerra.
Y La noticia triste de la semana ha sido la de ver que el corazón de Miki Albert, el mejor goleador catalán de las categorías inferiores, daba la espalda al fútbol tras latir tan sólo durante 27 años. Metió 75 goles en tres temporadas en el Gavà y este año fue el máximo goleador de Segunda B con el Girona. Gritó con pasión cada gol y dicen que ahora no sabe qué hará con su vida.
Ojalá se marche a descansar y a vivir su luto a Central Park, donde encontrará gentes que valoran el hecho de poder perseguir un balón y quién sabe si se animará a arriesgar sus tobillos en ese templo del Street Football donde hasta el Barça ha acudido para empaparse de humildad y mala leche.

sábado, 26 de julio de 2008

El nuevo Gerard

Fue fichando como Joan Gaspart demostró a qué venía al Barça. Overmars, Petit, Rochemback, Geovanni o Saviola fueron ejemplos de cómo dilapidar el patrimonio. Pero nada dentro del vestuario dolió tanto como el fichaje de Gerard López Segú.
Aún hay quien recuerda que su fichaje convenció a Guardiola de dejar el club en que lo había sido todo: procedente del Valencia, el apuesto farsante llegó cobrando más que el gran capità. Su llegada fue todo un insulto a la cantera, a los Valdés, Puyol o Iniesta que aguantaron suplencias y salarios mínimos a la espera de dar el gran salto. Y lo que es peor, ese fichaje segó para siempre la motivación de un chaval que sólo soñaba con volver al Barça para ejercer de millonario.
La aberración se firmó un 26 de julio del año 2000. Hoy se cumplen ocho años y el destino nos regala la presencia de otro fichaje sospechoso en el equipo: Gerard Piqué, potente central, buen toque. Procede del Manchester y es nieto de Amador Bernabéu, un ex directivo íntimo de Darth Johan Vader. Esta vez su precio ha sido más bajo: cinco millones de euros, lejos de los 21 que costó el que fuera campeón del Vallès de gintónics.
El pasado año jugó 11 tristes partidos en la Premier pese a la larga lesión de Vidic. Quienes le quieren bien dicen que perdió la motivación por culpa de Ferguson, que le apartó del equipo tras una juerga. Los que saben de fútbol cuentan que todo el mundo sale de noche. Nunca fue ése el problema, como bien saben Romário, Ronaldinho o Messi. El problema llega cuando se acaba la motivación.
Un ilustre cavernícola quedó asombrado anteayer por el juego de este nuevo guaperas -azulgrana-que-huyó-de-La-Masia-gratis-y-vuelve-atracando. Tiene razón: el julio es mes de optimismo, y no será esta cueva el lobby anti Piqué. Tiene condiciones y dicen que ama el club. Reciba, pues, la presunción de inocencia y el beneficio de la duda.
¿Viene a ganar o a broncearse bajo el neón? Hagan sus apuestas.

miércoles, 16 de julio de 2008

In memoriam

Han sido meses de pesadillas imaginando a Ronaldinho dejar el Camp Nou, la cuna que le vio crecer. Han sido meses en que el barcelonismo ha podido pensar cómo despedirle, qué lugar dejar para él en el corazón azulgrana, en la galería de mitos eternos.
En esta caverna nos hemos preparado para el luto y hemos tratado de situar a este brasileño dentón en el lugar que le corresponde en la historia con una encuesta que excepcionalmente se demorará durante un mes, que es el tiempo aproximado en que los responsables del blog piensar vestir de riguroso negro. El debate es complejo y la juventud un lastre. ¿Recuerda alguien a Samitier? ¿Se puede dicutir que el más importante de la historia fue Gàmper? ¿Qué hay de los viejos mitos olvidados como Alcántara o César? ¿Se puede dicutir que Kubala, quien regaló al Barça un estadio a la altura de su grandeza, ha sido el mejor? ¿Y qué hay de los artistas modernos como Laudrup o el Innombrable, o de los forjadores de equipos como Bakero o Guardiola?
Más allá de las cosas de los entendidos, explicar quién ha sido Ronaldinho es una cosa mucho más compleja. Encarnó a Ulises sobre el césped, levantó un equipo en ruinas con su sonrisa, fue el número uno en el Bernabéu y en París, nos dio la Champions, asombró de forma ininterrumpida durante un trienio memorable. Su marcha me ha recordado la famosa definición de enciclopedia que hizo Fontanarrosa sobre otro diez de leyenda: «Maradona (Diego Armando). Genial futbolista argentino (1960) que regaló felicidad a todo un pueblo».
Para mí fue el apóstol del fútbol, alguien que nos recordaba que se puede ser el mejor estando feliz, que jugaba con la pasión y la alegría que los mortales que nunca pisaremos el Camp Nou habríamos tenido si pudiéramos jugar ante 100.000 espectadores. Supongo que un día un nieto me preguntará quién demonios fue este hombre, nacido sólo diez días después que yo y que representa a mi generación. Le explicaré que en su primer año hizo 22 goles y 11 asistencias, en el segundo, 13 y 14, en el tercero, el de la gloria, 26 y 20, en el cuarto, ya en decadencia, 24 y 13. Le diré que se fue porque un día su cabeza le indicó que sin motivación no es nadie y que nunca más triunfaría en un Camp Nou que le tenía por Dios Todopoderoso, y porque su corazón no aguantaba tanto amor a la pelota, la música y las mujeres. Y por último, muy serio, miraré a mi nieto y le diré: "Una vez amé a un hombre".
Nos quedan los vídeos y nos queda la palabra. Hasta siempre, héroe.
9-V-2005. Ronaldinho, el de las grandes ocasiones
«No puedo elegir en qué partidos voy a jugar bien», dijo recientemente Ronaldinho. Pero los números están contra él, y ratifican que el brasileño, en la inolvidable senda de Romario y Rivaldo, ofrece su mejor versión en las grandes citas.
Bien lo sabe Nesta, aún angustiado por el golpe de tobillo con el que le burló el brasileño. Y Carvalho y Terry, que siguen repasando el vídeo para encontrar el agujero por donde el mediapunta azulgrana coló su parábola. Y Salgado, que tuvo que enfrentarse al FIFA World Player of the Year 2004 en dos ocasiones con la estrella del Barça exhibiendo su mejor rendimiento.
Ayer, sobre el césped de Mestalla, no regaló ni una sola sonrisa al rival. Defendió todos los saques de esquina con el ceño fruncido, como un central. Y en el minuto 28, en un balón aparentemente sin peligro, enganchó desde 30 metros un tiro impresionante que se coló por la escuadra izquierda. En un instante, Palop quedó hermanado con la selecta sociedad de guardametas damnificados por el genio de Ronaldinho. A saber, Dida, Cech y Casillas.
Unos minutos después, asistió a Samuel Eto'o por enésima vez esta temporada en una jugada que acabó con un nuevo tanto del camerunés. Ronaldinho, una vez más, había cerrado con su talento un partido grande. En el segundo tiempo se permitió alguna otra pincelada, pero el partido ya se había convertido en una trivialidad.Y en estos casos, Ronaldinho se humaniza y pierde su aura de hacedor de milagros.
Su querencia por los grandes partidos le ha acompañado desde siempre. En su peor año como profesional, en la temporada 02-03, militaba en un deprimido Paris Saint Germain. El club estaba inmerso en una grave crisis y Ronaldinho, en guerra con su entrenador, Luis Fernández. Fue suplente en muchos partidos y los piques entre ambos se sucedían. Pero ese año su equipo afrontó tres clásicos contra el Olympique de Marsella, el gran rival de los parisinos. Ronaldinho lo bordó y en esos partidos logró un total de tres tantos y cuatro asistencias.
Tras su asombrosa primera campaña en el Camp Nou, Ronaldinho ha tenido que convivir con la pérdida de protagonismo que le ha supuesto la irrupción de jugadores que le descargaban de responsabilidad de cara a puerta como Eto'o, Giuly o el portugués Deco. Además, empezó la campaña arrastrando molestias en un tobillo y tardó en sacar su mejor fútbol. No fue hasta las visitas del Milan y el Madrid cuando recordó al jugador que enamoró al barcelonismo en su primer año. Empezó la segunda vuelta de la Liga con la triste cifra de tres goles (todos de penalti) en su haber. Pero llegado el momento decisivo del campeonato, Ronaldinho ha acallado a sus críticos. Ha acabado incluso con su maldición en los lanzamientos de falta directa, tras sus tantos contra Madrid y Getafe. Lo dijo ayer Rijkaard: «De un gran jugador espero que se presente en los grandes partidos».
15-V-2005. "Eu sim que sou foda!"
No debe ser fácil enfrentarse a la sombra del mejor jugador del mundo. Eso es lo que ha venido haciendo Ronaldinho desde que inició la campaña renqueante tras un patadón de Soldevilla en la Copa Catalunya.
Desde el primer partido en que pisó el Camp Nou, en la jornada cuarta, vio con el tobillo maltrecho cómo la afición le rendía pleitesía. Su primer año había puesto las expectativas por las nubes, y la llegada de hombres como Deco, Eto'o o Giuly le relegó a un papel de coprotagonista en el ataque azulgrana. Además, a menudo sufrió marcajes dobles y triples por parte de equipos que habían aprendido que el peligro del Barøa llegaba por la banda izquierda, la del brasileño.
Enseguida se dispararon las dudas sobre si Ronaldinho sería capaz de adaptarse a la nueva situación y se empezó a hablar del fantasma del segundo año tras una serie de partidos flojos en los que se mostró inoperante de cara a puerta, incluso de penalti. Pero llegó noviembre y la visita del Milan, con un inolvidable trallazo desde la frontal que decantó el partido del lado azulgrana en el minuto 89. Ronaldinho, sacó su rabia y gritó a las gradas «¡Eu sim que sou foda!» (yo sí que soy la leche) en un Camp Nou que se venía abajo. Dos semanas más tarde, Ronaldinho martirizó a Salgado con otra actuación estelar. La imagen del clásico la dejó el brasileño en el túnel de vestuarios, corriendo hacia el césped entre carcajadas antes del inicio del choque. Nada extraño en un jugador que, como él mismo ha reconocido, aprendió a disfrutar del fútbol con su perro. «De pequeño lo que más me gustaba era regatear y me quedaba driblando a mis amigos hasta que se cansaban de jugar. Mi amigo inseparable era mi perro, el único que no se cansaba».
Un mes después de la visita del Real Madrid, la FIFA le coronó como el mejor jugador de 2004 y obtuvo también el Balón de Bronce del fútbol europeo. Pese a que su fútbol distaba del que había asombrado en su primer año, se filtró que Laporta pretendía extenderle un contrato vitalicio con el Barcelona. Ronaldinho ha desligado su continuidad de la de Rosell, y ha manifestado su predisposición a «renovar de por vida».
Pero pese a los fuegos artificiales, el astro terminó la primera vuelta con un decepcionante balance de tres goles en Liga, todos de penalti. Su talento parecía adormecido y su entorno y costumbres fueron cuestionados. Ronaldinho, que vive en Castelledefels con su madre, Miguelina, sus hermanos Roberto y Daysy, su primo Thiago, su amigo Valdimar y su sobrino Diego, empezó a faltar a gran cantidad de sesiones preparatorias. Las lesiones, un par de gastroenteritis y los viajes le impedían mostrar su mejor fútbol. Pero la llegada del tramo decisivo de la temporada trajo consigo al añorado Ronaldinho.
Sus actuaciones volvieron a aunar espectáculo y efectividad.Y en los partidos más importantes del año rozó la perfección.En los ocho encuentros que disputó contra Milan, Chelsea, Real Madrid y Valencia anotó siete goles. Algunos, como el segundo que hizo en Stamford Bridge o el que abrió el tanteo en Mestalla, fueron de libro: disparo seco y ajustado a pie parado. Parte del mérito de estas dos obras de arte es de su padre, Joao, quien años antes de morir dio a su hijo una lección inolvidable: «Me habló muy en serio y me obligó a jugar a dos toques». Así, a dos toques, Ronaldinho firmó los que seguramente son sus mejores goles en su etapa como azulgrana.
Con su gran final de campaña, Ronaldinho ha situado sus números al nivel de los que ofreció en su primer año como barcelonista: entonces marcó 19 goles y repartió ocho asistencias, mientras que este año ha logrado 12 tantos y 14 pases de gol. Lo que no se puede contabilizar es la importancia de Ronaldinho dentro del vestuario, donde sus compañeros destacan su actitud ganadora y su simpatía. A pocos sorprendió la actitud de Ronaldinho el día del regreso de Motta al equipo tras su lesión: «Casi se me saltan las lágrimas», reconoció.
Con Deco también le une una buena relación. En un entrenamiento se les pudo ver ensayando faltas directas. En seis intentos, ambos anotaron seis goles, pero sobre el césped, siempre lanza Ronaldinho. Y con Eto'o su relación es óptima. Se saludan al grito de «¡Negro!» y en la carrera por el Pichichi del camerunés, Ronaldinho ha sido clave con siete asistencias.
La sombra del Ronaldinho de la pasada campaña era alargada, pero ha tenido que claudicar ante el talento de un 10 que en las grandes citas se disfraza de su admirado Michael Jordan. La suya es la sonrisa del campeón.
26-XI-2005. Oro puro.
La escena se repetía una y otra vez junto a las escaleras del acantilado de una playa cercana a Porto Alegre, en el sur de Brasil. Un adolescente abordaba a un grupo de turistas elegido al azar y les proponía un desafío: cinco dólares a que su hermano pequeño era capaz de subir todos los escalones haciendo embaixadinhas (toques) con un balón de fútbol. Si se le caía el balón, pagaba él. El protagonista de la apuesta era un niño flaco y dentón, que agarraba el balón impaciente. Cuando los curiosos aceptaban, el chaval exhibía su habilidad y se encaramaba hasta la cima en pocos instantes. Entonces, su hermano hablaba de nuevo: «Ahora, si baja, doble o nada».
Aquello ocurría mucho antes de la noche del 19 de noviembre en que el Santiago Bernabéu se rindió a Ronaldinho, que acababa de convertir el gran clásico del fútbol español en una juerga particular para celebrar la conquista del Balón de Oro 2005. El próximo lunes, la revista France Football se lo entregará oficialmente. Pero el camino hasta la cima de Ronaldo de Assis Moreira (Porto Alegre, 1980) no fue fácil. Nació en una familia humilde como hijo menor de Joao y Miguelina. Su padre se ganaba la vida como soldador y vigilando el aparcamiento del Gremio de Porto Alegre, el club de sus amores, en el que pronto introdujo a su prometedor hijo mayor, Roberto. Poco después de que éste firmara su primer contrato profesional, con sólo 16 años, el pequeño Ronaldinho, de sólo ocho, ingresaba en la escuela del club. En 1989, Roberto estrenó internacionalidad con la canarinha y despertó el interés de varios equipos europeos. Su club de toda la vida reaccionó aumentándole el contrato y ofreciéndole una casa con piscina adonde se trasladó toda la familia. Fue en dicha piscina donde un desgraciado accidente doméstico causó la muerte de Joao. Poco después de aquella tragedia, Roberto sufrió una grave lesión de rodilla que frenó en seco su progresión y marcó para siempre su carrera. El benjamín de la familia se sobrepuso a la pérdida de su progenitor y adquirió entonces la costumbre de señalar al cielo después de cada tanto. Su hermano se convirtió en su principal asesor y posteriormente, en su representante.
En 1997, Ronaldinho disputó el Mundial 17 convertido en la gran promesa de su selección, a la que guió al título con su explosividad y visión de juego. En 1998, Ronaldinho ya era parte del primer equipo del Gremio y, al año siguiente, se consagró con 15 tantos en 14 partidos. Con 19 años debutó con la absoluta y su primer gol oficial, ante Venezuela tras un espectacular sombrero, desató la locura. En los meses venideros se proclamaría máximo goleador de la verdeamarelha en la Copa Confederaciones de 1999, con seis tantos, y de las eliminatorias para el torneo olímpico de fútbol de Sydney 2000, con nueve. Su nombre ya se distinguía del de Ronaldo y su hermano decidió que era el momento de dar el salto a Europa. En febrero de 2001 hizo público un acuerdo con el Paris Saint Germain que su club de origen denunció ante la FIFA. Tras 129 días de paro forzoso y el pago al Gremio de una cantidad a día de hoy aún desconocida, el futbolista se convirtió en la estrella del poco valorado campeonato galo.
En París vivió la que ha sido su peor etapa. Pese a que le sirvió para curtirse y adaptarse al fútbol europeo, nunca respondió a las expectativas que despertó. Marcó 25 goles en dos temporadas, un registro pobre teniendo en cuenta el nivel del Championnat y que el crack disputó cuatro competiciones en cada campaña. Con su club no logró ningún título, pero en el verano de 2002 se coronó campeón mundial en Corea y Japón, jugando como mediapunta por detrás de Ronaldo y Rivaldo.
También fue en París donde el futbolista mostró su lado más polémico. Nunca se sintió cómodo con su entrenador, el controvertido Luis Fernández, que le pedía sacrificio y le situaba como delantero centro. Con el club inmerso en una profunda crisis institucional, económica y de resultados, Ronaldinho pasó buena parte de su segunda temporada públicamente enfrentado con su técnico. En París es muy recordada todavía la imagen de Luis Fernández ordenando la sustitución de Ronaldinho en un partido de UEFA ante el Boavista. El brasileño, ante la sorpresa general y en un choque televisado, se negó con gestos visibles a abandonar el terreno de juego. Aquello ocurrió poco antes de que Ronaldinho, al más puro estilo Romario, alargara cinco días sus vacaciones navideñas. A su regreso, haciendo gala de una notable frialdad, adujo que el retraso se debía a una visita al dentista. A estos hechos, el astro añadió duras declaraciones en contra de su técnico. A su horizonte, claro, ya se asomaban los grandes de Europa.
El Barça le ganó la partida a Real Madrid y Manchester United, y en el Camp Nou, su eclosión fue inapelable. En su primer año, reactivó al deprimido barcelonismo con 22 goles y 12 asistencias que le valieron el FIFA World Player 2004. El pasado año, además del título de Liga, consiguió 13 goles y 14 pases de gol, y esta temporada va camino de pulverizar su propio registro, pues suma ya 14 tantos y 11 asistencias. Su carácter alegre y un vestuario sembrado de brasileños le hicieron convertirse pronto en uno de los hombres más carismáticos del equipo. «No es un superstar, no tiene caprichos. En el vestuario es muy cachondo, siempre bromeando, con la música y el balón», explica Sylvinho. Otro brasileño, Edmilson, destaca su sencillez: «Le conozco desde 2002 y no ha cambiado. Trata igual a todo el mundo, ya sea un presidente, un ministro o el vigilante del Camp Nou». Juan José Castillo, responsable de la Oficina de Atención al Jugador, explica que lo que más le impresiona del brasileño es su capacidad de concentración: «Esa cara que tiene cuando va a chutar una falta ya la pone en el vestuario antes de los partidos. Cuando juega se transforma en otra persona». Para Eusebio Sacristán, tercer entrenador del Barcelona, su pupilo es merecedor del Balón de Oro: «Aúna espectáculo y rendimiento. Tiene la ambición de Stoichkov y la capacidad de resolver de Rivaldo».
Pero a todas sus virtudes, Ronaldinho añade un toque personal: su predilección por las grandes citas, que manifestó en el Bernabéu. No fue raro teniendo en cuenta que, siendo sólo un niño, aprendió, a razón de cinco dólares la escalera, a disfrutar de la presión del fútbol.
18-V-2006: Un paso más hacia la leyenda
Pelé: tres títulos de campeón del mundo, dos veces campeón de la Copa Libertadores y 21 campeonatos domésticos. Di Stéfano: cinco Copas de Europa y 16 campeonatos nacionales. Maradona: un Campeonato del Mundo, una UEFA y siete campeonatos nacionales. Cruyff: tres veces campeón de Europa, 17 títulos nacionales, un subcampeonato mundial.Tras el esplendor y los desiguales logros de los cuatro mejores jugadores de la historia del fútbol, una legión de nombres ha aspirado a alcanzar el Olimpo sin éxito. Futbolistas como Garrincha, Beckenbauer, Eusebio, Bobby Charlton, Rivera, Mazzola, Platini, Van Basten, Romario o Zidane están en la antesala de la gloria.
¿Dónde queda Ronaldinho, que a sus 26 años suma un Campeonato del mundo, dos Ligas y, desde anoche, una Liga de Campeones? Sylvinho, compañero suyo en el Barça, no tiene dudas a la hora de situarle en lo más alto del escalafón. «Para mí ya está al nivel de los más grandes de la historia. Es un futbolista increíble. Lleva tres temporadas siendo el mejor. Y no hay que olvidar que fue campeón del mundo con Brasil en 2002. En aquel Mundial, fue muy importante. Recuerdo el partido contra Inglaterra, en que dio la asistencia del primer gol y luego marcó el segundo».
No le van a la zaga en cuanto a elogios se refiere sus compañeros en el vestuario barcelonista. Ezquerro, uno de los que ha sufrido en sus propias carnes la supremacía del brasileño en su posición, no oculta su admiración: «Además de su nivel futbolístico, es una gran persona que siempre hace piña en el vestuario. Pero lo que le hace único es el hecho de unir su poderío físico a una calidad enorme». Gio Van Bronckhorst, compañero de banda del brasileño, también se deshace en buenas palabras cuando habla del hombre que ha ganado los dos últimos FIFA World Player. «Entenderme con él ha sido facilísimo desde el primer día. Es un jugador muy inteligente, que no necesita verme para saber siempre dónde estoy», explica el lateral zurdo titular del Barça. Víctor Valdés, por su parte, ensalza la facilidad goleadora de Ronaldinho, que esta temporada ha batido el mejor registro de su vida profesional logrando 26 goles: «Cuando te encara es gol casi seguro, porque tiene salida por los dos lados, es totalmente imprevisible y de definición muy rápida».Para Belletti, el secreto de Ronaldinho es su «carácter». «Tiene muchísima personalidad para intentar siempre la jugada. Aunque pierda un balón, sigue intentándolo y no tiene miedo de inventar. Las cosas le salen y eso hace que cada día tenga más confianza», explica.
Las 21 asistencias que ha repartido Ronaldinho esta temporada son, en palabras de Deco, la prueba de su calidad. «Es una cifra increíble de pases de gol. Simplemente, es el mejor». Sylvinho no quiere olvidar la vertiente humana del crack. «Siempre está alegre, jugando con el balón, cantando, con su música. No es así por una cuestión de marketing, es así siempre. Nos contagia cada día su alegría».
La actuación del astro ayer en el Stade de France volvió a demostrar que, tras su reluciente dentadura, esconde a un futbolista tremendamente competitivo, ayer algo contrariado, más deslucido de lo habitual, obsesionado con entrar en la historia del deporte y, por encima de todo, con los títulos.
Durante toda su vida ha dejado ejemplos que demuestran que su hambre de gloria rivaliza en tamaño con su sonrisa. Siendo un niño, y a pesar de su tan explotada comercialmente joie de vivre, Ronaldinho convertía cada partido en un desafío personal. Sólo así puede explicarse que con 13 años, jugando a fútbol sala, metiera 23 goles en un solo choque. Mucho tiempo después, en una gélida noche parisina, sacó a relucir de nuevo su carácter. Fue en un partido de Copa de la UEFA entre el Paris Saint Germain y el Boavista. Rodeado de rivales a la altura de la medular, giró la cabeza para mirar a la grada y lanzó una asistencia de 35 metros por debajo de las piernas de un marcador. El balón dejó solo a su compañero Fiorèse solo ante Ricardo. Pero el francés falló y Ronaldinho, desesperado, se lamentó airado. Fue un feo detalle de un jugador angustiado por la sequía de su club.
Significativas también son las imágenes del documental Brasil que se ha emitido recientemente sobre la selección brasileña.En ellas, se ve el perfil más religioso del Balón de Oro 2005, así como sus dotes de motivador. El reportaje desvela que antes de los partidos Ronaldinho tiene la costumbre de rezar arrodillado y que es el encargado de motivar a sus compañeros, espoleándoles a gritos, con una mirada enloquecida más propia de un burdo central que de un artista.
Uno de sus goles más famosos, el que logró frente a Inglaterra en el Mundial 2002, es buena prueba de su orgullo. Ronaldinho tardó dos años en admitir que aquel tanto -una falta lejanísima que cogió efecto- quería ser un centro al área. Esta misma campaña, erigido en el principal icono de Nike, un periodista dudó de la veracidad de un anuncio de la empresa. Ronaldinho se puso serio por un instante, y soltó: «¿Duda de mi potencial?».
Quienes sí dudan a la hora de situar a Ronaldinho entre los más grandes de la historia son dos antiguas leyendas. Luis Suárez, único español que ha logrado el Balón de Oro, se muestra cauto. «Como quien dice, es un jugador que sólo está empezando. Pero sí es verdad que va camino de meterse en ese escaloncito que todos los demás miramos desde abajo». También Cruyff, desde la cumbre, pide tiempo. «No hay que tener prisa. Hay que darle cinco años más, porque no puedes ser tan bueno como Pelé habiendo jugado la mitad de tiempo».
En esa carrera está Ronaldinho con una sonrisa, aliñada en París con lágrimas de felicidad, que, lejos de ser una guasa, encierra todo el misterio y la voracidad de la del gran tiburón blanco.
26-VI-2007. La sonrisa en el naufragio
Hace mucho tiempo que Ronaldinho alcanzó un nivel en que ya no compite con futbolistas. Los dioses del balón se han empeñado en hermanar al brasileño con el héroe talentoso por excelencia, el Ulises de Homero. Desgraciadamente para los barcelonistas más impacientes, el diez azulgrana se ha elevado por encima de las victorias y las derrotas, y ya sólo se enfrenta a su propia leyenda.
No hay situación en que el astro revele más poderosamente su auténtica identidad que en la celebración de sus goles. En esos casos, Ronaldinho nunca faltó a su hábito de mirar al cielo y alzar los brazos para señalar las estrellas en homenaje a su fallecido padre, Joao. Jamás olvidó hacerlo, y a cada nuevo tanto resuena en el estadio la voz de Ulises, que se presenta en la Odisea con las siguientes palabras: «Soy Odiseo, el hijo de Laertes, el que está en boca de todos los hombres por toda clase de trampas, y mi fama llega hasta el cielo».
Si Ulises ganó fama eterna burlando a los troyanos con un caballo, Ronaldinho burló a sus rivales con la espaldinha, chutando faltas rasas y venenosas, con taconazos imposibles. Si Ulises engañó al Cíclope con su astucia, Ronaldinho hizo lo propio desde su más tierna infancia, cuando se divertía regateando a su perro. Ulises pasó media vida como un hambriento náufrago; el diez que refundó el Barça también tiene alma de marinero: nació en una ciudad de alegre puerto y más tarde se adueñó de un saludo que los surferos habían copiado de los marineros de la Polinesia cuando hacían con la mano sus mediciones astrales para orientarse.
En los peores momentos, cuando el regreso a Itaca se eternizaba, cuando el Barøa naufragó, ambos fueron retratados como unos indolentes. Pero nunca fueron los culpables de su suerte, sino víctimas de la soberbia de los hombres que estaban a sus órdenes: los unos comieron unas vacas prohibidas y atrajeron sobre Ulises la ira de los dioses, los otros olvidaron que estaban en el Barça precisamente para liberar al artista de las miserias terrenales.
Las personas con una proporción tan escandalosa de talento se ven permanentemente acompañadas por un halo de sospecha. El craque no escapó a esta tendencia, pero hasta las críticas se impregnaron de su aire romántico: le inventaron la enfermedad del beso y le llamaron gordo -nadie mejor que Ulises comprendió las miserias del «maldito estómago» cuando está vacío-.
Y como respuesta, sonrió. Es evidente que el diez carioca no se puede permitir escribir el Manual de comportamiento del perfecto crack. Pero mientras su sonrisa guíe al Barça, mientras siga convencido de que su Itaca es el Camp Nou, su equipo seguirá ganando y siendo único: el único del mundo con un futbolista que después de cada gol recuerda a todos que es Ronaldinho, el hijo de Joao, el que está en boca de todos los hombres por toda clase de genialidades, cuya fama llega hasta el cielo.
16-IV-2008. Tiroteando a Kubala
Defender a un jugador que cobra 15 millones de euros al año para jugar sólo 1.774 minutos es ardua tarea. Pero si ese jugador se llama Ronaldinho, la cosa se convierte en una cuestión de simple y llano agradecimiento.
Ronaldinho llegó a un Barça perdido en el desierto gaspartiano que no tenía dinero ni para pagar su fichaje. En Francia nadie ignoraba el idilio que mantenía el joven fenómeno con la noche parisina y la guerra sin cuartel que había abierto con su entrenador. Sin embargo, Ronaldinho llegó al solar azulgrana y se puso a sonreír, a inventar sobre el campo y a tirar de cuádriceps para levantar al club. Su alegría desterró el derrotismo del vestuario, su magia convirtió en tiempo récord a un equipo ramplón en campeón de Europa y su sonrisa devolvió al barcelonismo en pleno la creencia de ser el pueblo elegido.
Tras el Mundial de Alemania, Ronaldinho comenzó un declive futbolístico que nada tenía que ver con su relación con los bongos ni con su dieta: el problema estaba en una cabeza incapaz de gestionar la tremenda presión a la que le sometía la afición, la aparición de nuevos ídolos y la presencia de un reluciente Balón de Oro en la vitrina de su casa de Castelldefels.
Sandro Rosell, el único directivo barcelonista realmente alejado de los postulados cruyffistas y por ello el único que le quiso bien, nunca ocultó que le habría vendido en verano de 2006. Pero Laporta no se vio con fuerzas y postergó dos años la despedida. La decisión le salió bien: desde entonce, el demonizado brasileño ha absorbido en su persona todas las críticas en un club en que muchos han fallado, incluidos l’amic Jan, Txiki y Henry. La torpeza de Laporta sólo servirá para que el jugador más importante en los últimos 40 años, el heredero de Kubala, deje el Camp Nou sin el atronador y lacrimógeno homenaje que le debe el club que él mismo resucitó.
Si el fútbol es sentimiento, Ronaldinho es una sonrisa. Y el niño que llevan dentro los barcelonistas está a punto de empezar a añorarla.