lunes, 26 de noviembre de 2012

Referéndum



"La mayoría de los actos que el hombre de las culturas arcaicas ejecuta no son, en su mente, sino la repetición de un gesto primordial ejecutado al principio de los tiempos por un ser divino o por una figura mítica"
Mircea Eliade

A mediados de los 90 fue la avioneta. Fascinados por aquel caviar llamado Romário, los niños del Barça celebraban cada gol correteando con los brazos extendidos. Cuando se acababa la década, en los patios de los colegios se tapaban la cara con la camiseta y agitaban los brazos como Rivaldo. Hoy los chavales no sabe quién fue Doña Celia, pero qué más da:  en la era Messi, los goles se celebran señalando al cielo con los dos índices.

Celebrar un gol, ya lo saben, es un
asunto serio. Es un momento íntimo que el goleador lega a su afición. Por eso las celebraciones no sólo pertenecen a los futbolistas, sino al pueblo. Y la feliz rutina de los grandes goleadores, su forma de celebrar, no debería alterarse así, sin previo aviso. Ustedes habrán sufrido alguna vez el horror que supone que la novia aparezca con un nuevo corte de pelo. Habrán contemplado con pesar que la receta de los canalones de la abuela cambia, o que de la noche al día nuestras sábanas tienen un nuevo olor por la aparición de un detergente innovador. En efecto, hay asuntos demasiado serios como para no comunicarlos. 

Como intuyen, estas líneas esconden un 
quejío: Leo, pregúntanos. Decidamos entre todos sobre nuestros pequeños instante de placer semanal. Hagamos un referéndum para ver si nos ponemos la muñeca en la frente desde hoy y por los siglos de los siglos. Permite, ante todo, que alejemos de tu insigne persona cualquier rastro de infamia. Ya sabes: tenemos derecho a decidir. 

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Un cigarrillo en Siberia



"El agua chorreaba desde la nuca empapada hasta el cuello de la camisa. Las botas estaban frías y húmedas. Encender un cigarrillo era una empresa difícil y complicada que requería la colaboración de todos".

Unos buenos zapatos y un cuaderno de notas. Antón Chejov.

Aquí en el Mediterráneo hay ciertas cargas futboleras que nos afligen. Una de ellas pasa por tener que sufrir esa maldición llamada lluvia. Más trágico resulta jugar cuando hace frío y sale vaho de las bocas y las cabezas humean, y uno tiene los dedos de los pies enrojecidos y la certeza de que aquel defensa gordo está a punto de darnos un balonazo en el muslo.

Por eso cada vez que el Barça visita la Europa del Este nos llenan de terror esas fotos de nuestras figuras enfundadas en todo tipo de lanas futuristas para contrarrestar el frío. Qué cosa nefasta. Si en nuestro imaginario todo lo que sea pasar del Besòs ya es enfrentarse a temperaturas despiadadas, esa sensación se multiplica por 1.000 cuando uno menta Rusia, con un horror llamado Siberia al que Chejov viajó una vez para dejar unas líneas inmortales.

Así, las visitas del Barça a esas estepas bien pueden verse como misiones destinadas a la civilización de territorio bárbaros donde la única ley es el frío. Si respirar ahí es jodido, imaginen dar dos pasecitos al primer toque o ir al choque contra un rubio bigardo de roja nariz. Estuvo enorme el equipo de Xavi y Messi con esa victoria, con un fútbol que parecía una pregunta a los rivales: "¿Cómo podéis jugar en este lugar?".

La cita, sobre todo, nos dejó una imagen de esfuerzo evangelizador. Ocurrió cuando Iniesta desasnó a Suchy junto al banderín de córner. Tras el último recorte, el ocho del Barça susurró una frase en perfecto ruso: "¿Te ayudo con ese cigarrillo?".

viernes, 16 de noviembre de 2012

La venganza del arte








Los artistas puros siempre han tenido su espacio en el mundo del balón. La estética libre ha encontrado su senda a lo largo de las décadas en figuras míticas -y frecuentemente malditas- como las de Sindelar, Garrincha o Best. En tiempos de Youtube, el heredero único de este selecto Club del Puro es sin duda Zlatan Ibrahimovic, genio rotundo, peleado con los grandes títulos y habituado a prosperar en los one man club.

Aquí siempre hemos sentido debilidad por Picassovic, en la distancia, durante nuestro convulso matrimonio y también ahora, después del divorcio más ruinoso que han visto los tiempos. Lo que le hizo la otra noche a Inglaterra debería ser recordado para siempre en los paladares de los futboleros más distinguidos. Esa acción en la que mide, tiene la idea demencial, vuela e impacta es puro talento desnudo. La proeza es terrible; en un mundo más justo, miles de delanteros abandonarían hoy mismo su trabajo y se irían a instalar mamparas de ducha o a negar créditos a un banco. Eso no ocurrirá, ya lo saben. El fútbol seguirá igual e Ibra, con sus tatus, su leyenda negra y su humor balcánico, colgará algún día las botas para encontrar el reconocimiento que merece sólo en cuatro internautas dementes .

La barbaridad que ha protagonizado esta semana nos recuerda otra realidad. En tiempos de Van Basten, el mundo sólo tenía ojos para él. En tiempos de este Barça eterno, Ibra no huele el podio. Nos queda disfrutar de su venganza.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Los nunca vistos (XII): Marcos L.



Nadie recuerda exactamente cuándo Marcos L. decidió jugar a fútbol en el patio del colegio. Ocurrió de un día para otro, cuando tendría unos 13 años. Hasta ese momento se había dedicado a actividades sospechosas, que nada tenían que ver con el balón. Rápidamente supimos que no era un jugador particularmente dotado. Destacaba por su imponente mata de pelo rubio y una enorme nariz.

En aquel tiempo jugábamos desde las 13.05 horas hasta las 13.45, cuando una campana nos obligaba a comer. A eso de las 14.10, convenientemente atiborrados, volvíamos al partido. La segunda parte era realmente angustiosa: en algún momento se abrirían las puertas del colegio y el campo se llenaría de los finos paladares que comían en sus casas, señal de que habría que volver a clase.

Fue en uno de esos segundos tiempos, cuando en el ambiente se olía la tensión de que en cualquier momento acabaría el partido, cuando Marcos L. hizo la acción por la que permanece en el recuerdo. Perdíamos por uno y habíamos subido en avalancha a por el empate. Pero el balón se perdió y los rivales tiraron un contragolpe a placer en que cuatro de ellos encaraban a Marcos. Ajeno al pánico que invadió a sus compañeros de equipo y sabiéndose el último defensa, se plantó muy recto, en esta flamenca postura, y sacó un pulgar y una sonrisa.

Recuerdo confusamente que varios compañeros de equipo que corríamos desesperados a auxiliarle caímos fulminados entre carcajadas. Desde ahí vimos cómo la acción acababa en nada. Todo eso ocurrió una década antes de que la sonrisa de Ronaldinho resucitara el Camp Nou y conociéramos la máxima expresión de la felicidad balompédica. Aquella sonrisa, aquel pulgar, fueron una revolución. Entendimos que el fútbol, en un segundo, puede pasar de drama a chiste.

No he sabido nada de Marcos. Les confieso que le imagino riendo en las situaciones más comprometidas, donde otros sólo sudan y jadean y padecen.



martes, 6 de noviembre de 2012

Pater Noster




"La família: cosa difícil i complicada".
Josep Pla, El Quadern Gris

¿Alguno de ustedes se ha visto en el trance de controlar un balón manso ante la atenta mirada de su padre? ¿O ha asumido, acaso, el riesgo infinito de regatear a un jugador cuyos hijos están en la grada? Sabrán entonces que el resultado más habitual en el primer caso es que la pelota, endemoniada, acaba en un vergonzoso fuera de banda. En el segundo, uno acaba retorcido de dolor en el suelo.

La paternidad no es cosa fácil en el fútbol. Ahí están los penosos casos de los hijos de Pelé -portero frustrado acusado de narcotráfico-, Maradona -bastardo, preñado de rencor y refugiado en la cuarta división y el fútbol playa- o Cruyff -enchufado oficial del reino y fugaz héroe de quinceañeras-. En efecto, ser hijo de un genio es tarea complicada. Dalí dijo una vez que no había querido ser padre para no asfixiar con su talento a su prole. Picasso o Hemingway, menos hechos a la movida tántrica, convirtieron su descendencia en carne de Ana Rosa. Todo eso es conocido.

Lo que no sabíamos es que el nacimiento de Thiago conllevaría el horror insólito de ver a Messi sufriendo sobre el campo, como si fuera Simao Sabrosa o Geovanni Deiberson. La ansiedad que mostró el sábado ante el Celta, esa mezcla de necesidad del balón y aversión a él, no se veía desde sus inicios en el primer equipo, cuando estaba peleado con el gol.

No les voy a engañar. Preferiría que Messi no hubiera sido padre, como preferiría que hubiera nacido sin el engorro de los atributos masculinos o que viviera confinado en el Camp Nou con la única compañía de un balón y de su dorsal diez. Pero nos queda un consuelo: el nacimiento de su hijo da un nuevo sentido al Padre nuestro. Ensáyenlo pensando en él, resulta asombroso: verán que se les escapa una sonrisa y que tienen un nuevo hermano de nombre Thiago.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Nuestro oscuro objeto de deseo




La Copa a doble partido pierde emoción, como la pierde pescar en un acuario o ligar en una peli porno. A esta última y baratísima metáfora quería referirme. Ustedes habrán notado, queridos lectores y lectoras, que existen por ahí algunas formas geométricas que les han venido interesando desde que cumplieron los 14 años.

Efectivamente, hay individuos que sienten irreprimible atracción por ciertas curvas, concavidades y simetrías, mientras otros, en sus momentos de expansión, son más de exhibiciones de ingravidez, cuadrículas y trazos gruesos. Unos y otros han dedicado a lo largo de su vida una absurda cantidad de horas a la contemplación, palpado y ausente reconstrucción de esas figuras kandinskyanas, con la ilusión de hallar algún día esa forma única y soñada.

El futbolero no es ajeno a este proceso. Es más: el futbolero lleva toda una vida llevando esta trabajosa búsqueda no sólo al terreno de sus oscuridades, sino también al del gol. Y en este campo, por alguna razón, la reina indiscutible es la escuadra. Ese pequeño rincón de gloria, esa rareza geométrica, esa mínima porción del universo de los goles. Observen ustedes a cualquier chaval que chute a una portería vacía. Comprueben adónde apunta. Miren cómo yerra, una y otra vez, atraído por la promesa de que ese ángulo está a su alcance, de que en algún momento el azar le concederá ese triunfo. Esta T arrogante e inalcanzable tiene un peso en nuestro imaginario colectivo sólo equiparable al de algunas redondeces.

Y en todo ello pensé al disfrutar salvajemente del trámite de Mendizorroza. Villa, primero, con inconfesable fortuna tras un mal bote del balón; e Iniesta, después, con milimétrica mala fe, hollaron dos escuadrazos memorables. A pesar de la gozosa experiencia, admitamos que no fueron perfectos, ni definitivos: ustedes ya saben que serguirán en vilo el próximo partido para ver si someten, al fin, la escuadra soñada.