viernes, 30 de julio de 2010

Los nunca vistos (II): Robert Q.

Hasta donde sé, Robert nunca jugó en ningún otro campo que en el del patio del colegio. Pálido, rubio de ojos verdes y con su preceptiva bata azul a cuadros, a los seis años debía de parecer un querubín. Por aquel entonces, claro está, nadie se daba cuenta de ello. El fútbol era un desorden completo y un ensayo de civilización para unos niños por civilizar.
Se hacían equipos, se desechaba a los que jugaban peor -lo que oyen, así éramos en 1986- y se desataba el caos persiguiendo una pelota que era enorme en comparación con los jugadores. En medio del torbellino, él mantenía la compostura. No era rápido, pero domaba el balón. Muchos en aquel patio comprendieron lo que era esa cosa llamada "calidad" viendo su juego slow motion y comprobando cómo tras una hora de partido seguía pulcro y peinado.
Lo más impactante de él, sin lugar a dudas, es que era zurdo. Para muchos, el primero que vimos. Era otra cosa, el primer sorbo de vino que se dio en España, el primer coche que transitó una carretera, la eclosión de la minifalda. Cinco minutos jugando con él convencían a cualquiera de que los zurdos son distintos. Para aumentar este efecto fantástico, él a penas celebraba los goles; una cosa impresionante que por algún motivo siempre me hacía pensar en su madre coja y que me tiraba una punzada de culpabilidad.
Le recuerdo como un enorme pasador a una edad en que los pequeños bárbaros suelen ser grandes egoístas y durante varios cursos jugar a su lado era la garantía de un aplastante triunfo. Pero fue al llegar Laudrup, con toda su elegante melancolía, cuando la brillantez de aquel niño empezó a disiparse. Seguramente, le vio jugar y se dio cuenta de que aquel fenómeno era la cristalización de todo lo que él mismo prometía. Tengo para mí que ése fue el primero de los dos crímenes que cometería el gran danés.
Con el tiempo, a penas recuerdo ya nada de Robert: su número de teléfono, su mirada triste, que siempre le quería en mi equipo. A lo mejor le encuentro algún día en algún campo y soy capaz de recordar por qué decía de él que era mi mejor amigo.

martes, 27 de julio de 2010

Hasta nunca

El cruel verano no sólo ha traído miseria a esta Caverna. El mes de julio ha certificado las despedidas de tres de las grandes fobias del barcelonismo, com fueron Tamudo, Raúl y Guti. Sobre los dos primeros circuló siempre una curiosa teoría -discreción, por favor-: en realidad, eran la misma persona.
A pesar de los orificios nasales de uno y del cuello de hámster del otro, las similitudes son enormes. Ambos fueron goleadores de instinto y orgullo, oportunistas, gente entregada al olfato y poco dotada para las proezas de Youtube. Se convirieron en símbolos de sus aficiones, uno por ser el españolazo del milenio, el otro por su contrastado analfabetismo de barriada.
Sobre el césped, alcanzaron la condición de mitos. Raúl mandó callar el Camp Nou, rozó el Balón de Oro y ganó tres Copas de Europa, siendo decisivo en la final en dos de ellas. Mientras le aguantó el cuerpo, fue una suerte de Capitán Trueno y un azote que nos hizo creer a los barcelonistas que el escudo era más importante que el juego. Tamudo, por su parte, nos dio la noche más horrible de todos los tiempos para hacer feliz a Tomás Guasch y ganó, además, dos Copas con el Espanyol, un éxito tremendo.
Sin embargo, una vez estuvieron acabados, se dedicaron a destrozar sus respectivos equipos. Mientras uno ejecutaba a Owen, Ronaldo, Anelka, Negredo, Robinho, Baptista, Huntelaar o cualquiera que pudiera hacerle sombra, el otro masacraba a Lotina, Valverde o Lopo para manter su dictadura. Sus despedidas llenan ahora de felicidad al barcelonismo, pero mejoran automáticamente el ambiente y el juego en sus equipos.
Y de Guti, qué vamos a decir. Ha habido talibanes convencidos de que estábamos ante el Pelé rubio, gente que decía que habría sido titular en el Barça. Guti era jugador de un solo pase, no de combinación, era un indolente vanidoso, un tumor a la altura de Raúl Tamudo Blanco y una alegría permanente para el Barça. Era un genio, sí, y también un cantamañanas.
A los tres, un mensaje: nadie que ame su club les echará de menos este año. Y un recordatorio: fue durante su apogeo futbolístico cuando el Barça se convirtió en el mejor equipo del mundo.

sábado, 24 de julio de 2010

Postales veraniegas (I)

"Realmente era un niño feo. Pero por lo que veía, me daba la impresión de que eso a Bud y Olla no les preocupaba demasiado. 'Vale, de acuerdo, es feo. Pero es nuestro. Y esto no es más que una etapa. Hay esta etapa y después viene otra. A la larga, todo irá bien, una vez todas las etapas hayan sido completadas'. Debían haber pensado una cosa así."
Raymond Carver, Catedral.
En la tele había un montón de niños pequeños y merengues darse codazos por chocar la mano con Mourinho. Todos pulcramente de blanco, le sonreían y claro, el entrenador mejor pagado de la Liga, el hombre que decidió que Eto'o es un gran lateral diestro, les devolvía un rictus seco. A los niños no les importaba. Estaban con el Dios todopoderoso del fútbol feísta, el Pelé de la pizarra, el ídolo de los ganadores compulsivos, la última carta de Tito Floren, Inda y el resto de palmeros. Después, esos mismos niños se hicieron fotos con Dudek, Marcelo, Diarra. Sonreían sin parar.
Será un gran año, una gran era, y un placer.

martes, 20 de julio de 2010

Los nunca vistos (I): Joanen

Arrancamos hoy una serie veraniega a la salud del gran Villoro, que explicaba que "conviene recordar a los jugadores de sombra, los que se quedaron en el camino, con los huesos o los nervios rotos (...). Ellos, los nunca vistos, fueron tan necesarios como las líneas blancas que separan las letras en los libros".
En esta sección me gustaría hablarles de amigos, parientes y conocidos que no llegaron a la elite pero que, a su manera, hicieron un homenaje a esta pasión global. Para estrenar esta serie quiero hablarles de Joanen, uno de los más grandes con quien he jugado. Y tienen que disculparme por empezar con un engaño, pero él sí llegó a la elite. Comenzó en los patios de colegio de Sant Antoni, jugó en el Sants, entró en la cantera del Barça y conoció a cracks mundiales. Si coinciden con él en una barra de bar, no dejen de preguntarle por De la Peña, Hagi, Laudrup o Romário, incluso por Cruyff.
Las puertas del Camp Nou no se le abrieron y se marchó al Cádiz a Segunda B. En esa patria apasionada fue el mediapunta titular, el capitán, el referente. "Cuando ganábamos, éramos los reyes; si perdíamos, nos llamaban de todo", decía. Probó la Segunda, con un entrenador que le conocía tan poco que en un partido de Copa contra el Celta, le abroncó por tirarle un caño a Mostovoi en el primer balón que tocó. Sí señores, de eso era capaz Joanen.
Luego volvió a Catalunya y jugó en equipos de Segunda B y en Tercera. Así tuve la suerte de escribir un gol que marcó (30") al Athletic en Copa. Ejercía de líder, de capitán, y no era raro cruzarse en discotecas a jugadores de la categoría que susurraban: "No le digas que me has visto aquí". Porque era, es, muy respetado, y muchos ya se olían que seguiría en los despachos cuando colgara las botas, como así ha sido. En su último año como jugador ya hacía de secretario técnico y ha conseguido ascender a Segunda B después de una tortuosa fase de ascenso.
A Joanen se le han visto cosas increíbles. En un partido de fútbol grande, recogió con un sombrero al primer toque la pedrada de su portero y, sin dejar caer el balón, marcó de vaselina desde lejos. Su asombroso regate de tobillo (un recorte con el interior del pie derecho) ha quebrado tantas cinturas, y con tanta sencillez, que daban ganas de reír al verlo. Era tremendamente generoso para buscar el pase y uno sabía que el siguiente gol lo metería quien él decidiera. A veces se hartaba y chutaba a la escuadra para recordarnos el abismo que hay entre profesionales y pachangueros.
La mejor lección que recibí de él fue a cuenta del pase de Dios -así lo bautizó un bárbaro de Castelldefels; a según qué gente no hay que llevarle la contraria-. Este gesto asombroso me llevó a preguntarle, siendo yo un niño, cómo lo hacía. Sólo sonrió. "El fútbol es para disfrutarlo", parecía decir, "no para preguntar". Como siempre que está de corto, tenía toda la razón.
Dicen de él que se ha retirado; los que le hemos visto jugar sabemos que eso es imposible. Nos espera en Altafulla.

miércoles, 14 de julio de 2010

Poca gloria, mucha pena

No quiero callar en el adiós a Henry. Fue un grande, uno de los mejores, y regaló al Barça una temporada buena, goles fundamentales en el año del triplete y algún destello del fuera de serie que fue. Esta despedida no puede ser más sentida: algunos recordamos aún el bobalicón entusiasmo con que le acogimos. Que Nueva York sepa despertar la bestia que un día tuvo dentro y que dormitó plácidamente en el Camp Nou.
Boxear haciendo el pino
El verano marca anualmente el adiós a este deporte y lo hace dejando a millones de futboleros sumidos en la nostalgia. Durante dos interminables meses, los amantes del balón se sienten jubilados ociosos. Nada hay más melancólico que el patio de un colegio vacío, con sus porterías abandonadas bajo el sol, sin un solo niño para desentrañar a pelotazos los misterios de sus ángulos. Nada hay más triste que un sudoroso aficionado en pretemporada, harto de que las derrotas no signifiquen nada, huérfano de pasión.
¿Qué se esconde tras la adrenalina de los derbis, en la plasticidad de un remate de chilena, de un regate nunca visto? ¿Qué convierte al deporte del gol en el más sensual de todos? ¿Qué lo hace único? Hay en Barcelona un sabio cojo que ha acabado amando el fútbol a fuerza de verlo con ojos de científico. Sumido desde hace décadas en el ojo del huracán del club más apasionado y suicida del mundo, este estudioso ha comprendido la esencia del juego en toda su profundidad y sencillez. Su teoría del balón se basa en dos sencillos preceptos: 1) El fútbol es el único deporte sobre la faz de la tierra en que los jugadores pueden enfrentarse sobre el campo con cualquiera de los once oponentes del equipo rival. Este permanente y agotador desorden, que hermana al juego de la pelota con la teoría del caos, no tiene parangón en ninguna otra modalidad. Y 2) Las piernas, que los futbolistas emplean para desplazarse, son las encargadas de ejecutar la parte técnica. Por ese sencillo motivo, ningún otro deporte se entrena como el fútbol. Nuestro sabio ofrece una metáfora para descifrar el misterio de este juego: jugar a fútbol es como boxear haciendo el pino.
Pero ni todo el saber de este filósofo del deporte puede explicar la excitación latente del verano futbolístico. Las alineaciones hechas a mano se suceden sobre papeles arrugados, los representantes de jugadores se convierten en profetas y las noticias de los secretarios técnicos se reciben con euforia. La mejor prueba de ello se ha visto en el Camp Nou: aún es posible soñar que Messi, Eto'o y Ronaldinho vuelvan a jugar juntos para mecer los sentidos de los amantes del fútbol y demostrar que, pese a todo, eran los mejores.
Ahí no acaba la cosa: por una alineación astral irrepetible, por un guiño de los dioses, Thierry Henry llega al Barça para poner su firma a la delantera más grande de todos los tiempos. Henry es el guerrero y es el artista, es el que hace que los niños sueñen con volver al patio del colegio. Es el bailarín que con su sola presencia estremeció la fuente de Canaletes, el que hizo que La Rambla se sonrojara, el que tiene a la ciudad entera rezando para que llegue el mes de septiembre.
No es de extrañar: Henry es, de entre los 270 millones de futbolistas que hay en el mundo, el que mejor domina el raro arte de boxear haciendo el pino.

lunes, 12 de julio de 2010

Venganza, amor, fútbol

El 17 de mayo de 2006 Andrés Iniesta lloraba desconsolado en la habitación de un hotel de París. Acababa de saber que, en la aberración de todos los tiempos, Rijkaard le relegaba al banquillo para jugar la final de la Champions. En aquel entonces, era el partido de su vida. "Flipé, llamé a mi padre, no me lo podía creer", me susurró años después. Iniesta había sido el MVP indiscutible del Barça en la semifinal contra el Milan, pero el día decisivo, Eusebio y el marijuano optaron por poner en su lugar a Mark van Bommel. Ya saben cómo acabó aquello: Iniesta entró a la media parte y remontó la final. Al holandés se la guardó.
Ya saben ustedes que el pasado verano falleció Dani Jarque, íntimo amigo de Iniesta. Se querían mucho y aquel mazazo ayudó a que Iniesta se desmontara y cuajara un año discreto en el Barça (ha marcado más goles en el Mundial, dos, que de azulgrana en todas las competiciones, uno). Ayer, el que una vez fue bautizado sin ningún tipo de fortuna como El ángel exterminador, salió al campo para jugar, esta vez sí, el partido de su vida. Enfrente, Van Bommel. Y bajo la camiseta, un arma secreta en forma de recuerdo a Jarque.
Ya conocen mis preferencias contra el equipo de Camacho, pero Iniesta lo merecía. Xavi lo merecía, y La Masia entera y Oriol Tort. La infame actuación de Holanda es un consuelo, la verdad. De Jong, junto al ricitos asesino, hizo una de las entradas más terribles de toda la historia de los mundiales (y de paso, el inepto, consiguió que alguien pueda recordar que su víctima estuvo en Sudáfrica). En este sentido, sigo creyendo que el mayor delincuente del fútbol en color sigue siendo el bueno de Harald.
Pero el fútbol no recordará las patadas, la fe, el músculo y las tretas constantes de Van Bommel. El fútbol recordará la volea de un chaval frágil y lleno de pasión. Gracias a él, la final tuvo un grandioso final que además de vida y muerte, juntó venganza y amor.
PD. Conozco a varios, entre los que me cuento, que no habían sido capaces de borrar el teléfono de Jarque. Desde esta noche, pueden hacerlo en paz.

sábado, 10 de julio de 2010

Finalistas (y II): Los usurpadores

Holanda, la romántica Holanda hippy del 74 en que todos fumaban (excepto el seis, visiblemente cabreado porque no le pasaron el porro) y todos practicaban la coyunda libre, la que descubrió el fútbol total y el poder de la posesión del balón y el ataque continuo, ha sido durante 30 años heredera de la colosal obra de Rinus Michels que popularizó Cruyff.
En 1978 mantenían su filosofía y fueron de nuevo finalistas, ya sin el Profeta del gol. Jugaron la final demasiado cerca de los centros de tortura de Videla y volvieron a quedarse, como cuatro años antes, a las puertas de la gloria. Sólo Hungría y Checoslovaquia, ambas recordadas aún por su fútbol, han igualado esa fatalidad.
Holanda seguía siendo un espectáculo cuando juntó en una generación a Gullit, Rijkaard, Koeman y la bestia de Van Basten. Y en los 90 mantuvo su apuesta por los paladares exquisitos. Pero resultó que al animalico le apetecía entrenar y entre 2004 y 2008 se dedicó a convertir el fútbol oranje en una vulgaridad. Su heredero, con menos veneno y más sentido común, manda jugar a lo mismo y allí le tienen: en una final. Con el heroico Gio, que jugará mañana el último partido de su vida, con el esforzado leñador al timón, con la puntería de Sneijder y el vértigo de Robben. En líneas generales, con un juego lo bastante timorato como para creer que pondrán en problemas a la selección española y como para que haya riesgo real de que Cruyff se suicide si semejante horror se lleva el título.
Qué hermoso el fútbol: hoy corona al rey absoluto. En un rincón, una colla que renunció a su estilo pero no a su mítica camiseta. En el otro, un equipo renqueante por la covardía de su entrenador (aquí, su táctica favorita) que ya ha anunciado que celebrará así el título.
Qué hermoso, el fútbol, ese deporte democrático: secuestrados contra usurpadores. La gloria les espera.

jueves, 8 de julio de 2010

Finalistas (I): Los secuestrados

Cuando empezó el Mundial, en este foro quedó escrito que España era la selección que mejor tocaba el balón. Fue una estupidez. Esta selección no es la de 2008 con Luis, y ha apostado por el ortopédico doble pivote para desangelar el fútbol caudaloso al que nos tienen acostumbrados los superhéroes del Barça: en seis partidos, España ha ganado tres veces por 1-0 (el mismo número de veces en que lo hizo el Barça en toda la Liga). En seis partidos, España ha logrado la friolera de siete goles. Argentina, Alemania, Chile o México han hecho estupendas exhibiciones a lo largo del torneo y han dado el espectáculo que Del Bosque y Xabi Alonso nos han escamoteado.
Pero nada, a nivel de juego, es tan clamoroso como fijarse en Xavi. En el Barça doma el balón, organiza el juego, marca el ritmo y mece la cuna. Con la selección, obligado a jugar de espaldas, tiene un único rol: dar el pase definitivo. Ni siquiera contra Alemania, más abierta, se adueñó del partido como sabe. Todo por culpa de la ignorancia mesetaria: la misma que impone a Alonso, la misma que le llama Hernández porque ya está "Sabi".
Aun así, España ganará el Mundial salvo cataclismos y nuevos accesos de potra de los holandeses. Habrán ganado sin legar nada al fútbol, por supuesto, como lo hizo Brasil en 2002. Aquella canarinha imponía la insultante superioridad de su delantera -Rivaldo, Ronaldo, Ronaldinho- como esta España impone la mayor calidad de sus jugadores. Pero no, el juego no lo busquen, es como el graduado escolar de Tamudo o el libro que leyó una vez Fernando Hierro (aquí, cuando ganó el Nobel).
Luego está lo otro. Como saben, aquí donde vivo muchos se han alegrado con el éxito de la selección. Y otros muchos, entre los que me cuento, lo hemos vivido como una tortura (nuestro espíritu queda más magullado que el jeto de Piqué). Al secuestro (que huele a récord) y la mancilla del Barça se une la constante negativa de la administración central a permitir que haya una selección catalana. Se suma, además, el fervor unitario y patriótico de una prensa española que cada día da más miedo. Con mucha intención, El Mundo ha llevado en portada el titular "España unida", La Razón "Villa sentencia" o el As "Visca España". Para los medios que jalean el neocentralismo hispánico (en el mejor de los casos) y a la catalanofobia (en el peor) ayer fue un día grande y libre.
La última vez que en Catalunya pudo verse un partido de fútbol oficial de selecciones corría enero de 1987. Jugaron, qué casualidad, España y Holanda en el Camp Nou. Gullit fue el primero en marcar y España evitó la derrota con un tanto de Calderé, el único de los 14 jugadores alineados aquel día por Miguel Muñoz que era catalán.
Bonus track: Puyol, una vez más, volvió a llevar la felicidad al Bernabéu.
Bonus track 2: Gracias, Pedro, por no darle ese balón (2'52") a Torres; les dais el Mundial pero a cambio de que todos los goleadores sean del Barça.

domingo, 4 de julio de 2010

Supervivientes

Hablábamos sobre la superviviencia y la inminencia de la muerte con el psicólogo y nombró cuatro países para saber la opinión que me merecen los triunfadores de esta competición caníbal. Creo recordar que la cosa fue así:
-Holanda.
-Una chapuza adornada por la mejor arma que hay en el fútbol: la suerte. Sólo se salva Robben y tienen como cerebro a la cosa. Y de diez, a Sneijder. La raquítica Brasil de Dunga mereció meterle cuatro, incluido el que habría sido el mejor gol del torneo (52").
-Sigamos. ¿España?
-Su política de secuestros masivos se revela útil. Temo que ante Alemania pongan a Abidal de lateral zurdo y junto a Villa a un chaval bajito que se llama Leo. Sólo juegan cuando se libran de su pesado incordio vascongado.
-Bravo. Alemania.
-Recuerdo aquellas partidas de rol y la fascinación que me produjo siempre el concepto de muerte por aplastamiento. Lo que le hicieron a Inglaterra y Argentina fue una masacre limpia, profesional y metalúrgica.
-Interesante. ¿Uruguay?
-Sólo en la selección celeste sería posible encontrar dos jugadores de campo capaces de hacer palomitas bajo palos en el último minuto de un partido (fotón). Sólo en Uruguay el insensato Abreu.
Antes de irme, me recomendó que no me ilusionara y que esté preparado para lo peor. Abandoné el lugar turbado. ¿Dónde quedó aquella camiseta firmada por Hierro? ¿Realmente Uruguay tiene menos de cuatro millones de habitantes? Con el calor y esas dudas, no pude dormir.

viernes, 2 de julio de 2010

La gran mentira

Juegan hoy Brasil contra Holanda y parece un gran momento para advertir contra la vieja mentira del excelso fútbol de estas selecciones. Pocos equipos mantienen el estilo a lo largo de los lustros, ya que eso depende de las dúctiles convicciones del entrenador de turno, de la paciencia de quien le da el cargo y de los futbolistas que tiene. El Brasil que en 1970 bordó el fútbol y la Holanda que cuatro años después lo revolucionó ya no existen. Han muerto de la mano del miedo y de gente como Dunga, que jamás olvidará esto, o el nefasto Van Basten entrenador.
Seguramente, lo fácil teniendo dinamita arriba es apostar por los trivotes y blindar la zaga. Cierto y respetable, como también lo es afirmar que para permanecer en la memoria balompédica del buen fútbol hay que renunciar a Melo o Van Bommel. Sólo dos peticiones antes del partidazo de hoy: la primera, que no mientan más, que Camacho entiende el espíritu de Brasil más que Sócrates. Y la segunda, que puestos a renunciar al espectáculo, se quiten las máscaras y cuajen un partido inolvidable como fue éste. Algunas recomendaciones: 2'50", 4'15", 4'25", 8'24" u 8'50". Bruce Lee versus Chuck Norris: que lo disfruten ustedes. [Gràcies, Torpedo!]

jueves, 1 de julio de 2010

La liberación

(...) Advertía el oro por todas partes. Lo sentía en su cada vez más ensoberbecida manera de hablar de abogado advenedizo. En sus afirmaciones, cada vez más atrevidas. Y en su absoluta confianza en sí mismo.
Bel Ami, Guy de Maupassant
Maria Àngels Feliu, Emiliano Revilla, José Antonio Ortega Lara, Íngrid Betancourt, el Barça. Anoche llegó el instante mágico en que terminó este secuestro de siete años en que el club ha estado en manos del impresentable Johnny Lapotra, de sus palmeros, y de su secta.
Su exitosa gestión deportiva, su modélica gestión en lo social, la modernización de un club que durante el gaspartismo olía a naftalina... Todo queda oscurecido por la insoportable vanidad del presidente a quien el barcelonismo ya trató de echar en 2008. Las recientes elecciones han demostrado que ni Guardiola ha cambiado el rechazo que produce el amigo de dictadores uzbekos, y todo lo que olía a Lapotra se llevó su merecido. Se diría que el club creció a pesar de él, impulsado por el hambre de un barcelonismo castigado por Gaspart y Núñez.
Las elecciones nos recordaron a muchos socios y a muchos barceloneses que nuestra sociedad es realmente pobre cuando para dirigir al Barça aparecen sólo personajes del calibre de los que pudieron verse. A la hora de decidir, muchos socios se sintieron Ronnie Lee Gardner. Y al conocer el nombre del ganador, pensamos que Rosell triunfaba por haber sido el primero en renegar de Johnny y que, efectivamente, somos una afición resignada: nos basta con que se mantengan las esencias del club, no nos roben mucho y no nos avergüencen excesivamente en público. (Sabe Dios cuáles de estas condiciones cumplirá Sandruscu).
En el fútbol, como en la vida, todo acaba. Habrá un día en que Messi, el gran Messi, el niño Messi, jugará su último partido. Entonces podremos consolarnos pensando en el día que nos levantamos y supimos que nos habíamos librado del insufrible bacó cazado, el hombre que secuestró al mejor Barça de la historia.
PD. Récenle un padrenuestro al pobre Johnny. Aún no sabe lo larguísima que se le hará la vida lejos del Camp Nou.