domingo, 31 de marzo de 2013

Lágrimas negras



Permitan que nos preparemos para uno de los momentos más importantes de la historia reciente del barcelonismo. Y permitan que me adelante: repasando a vuelapluma nuestros últimos 70 años, podemos llegar a convenir que hay por lo menos 11 tipos distintos de lágrimas culés:

-Lágrimas Ramallets. La tragedia de Berna no pudo ser más cruel con aquel portero enorme. El trauma de aquel error le acompañó durante décadas. De hecho, hasta hace muy poco tiempo, aún aprovechaba las llamadas de los periodistas para culpar de la derrota más dolorosa de la historia del club al entrenador de aquel naufragio, Enrique Orizaola. Las lágrimas de Ramallets son unas lágrimas de rabia ante el infortunio. Para entenderlas basta con decir que el hombre que las lloró por primera vez acabaría perdiendo la vista.

-Lágrimas Kubala. Elijan momento: cuando se fue al Espanyol, cuando dejó el fútbol, cuando marcó aquel penalti en su gélido homenaje en el Lluís Companys, cuando falleció, cuando se descubrió su estatua en el Camp Nou. Son lágrimas de reconocimiento al hombre que nos convirtió en un club enorme, lágrimas fundacionales.

-Lágrimas setenteras. De carácter adolescente, eran las lágrimas que lloraba el barcelonismo durante los 60, los 70 y los 80 cuando un año tras otro veían que Rexach o Migueli habían vuelto a no ganar la Liga. Se clamaba contra el árbitro o el régimen y alguien, a continuación, hacía ver que se secaba un ojo.

-Lágrimas sevillanas. Esa tanda de penaltis marca un hito en la producción lacrimal del pueblo culé. Muy pocos llegaron a ver con precisión la estampa de Urruti vencido: no usaban parabrisas.

-Lágrimas griegas. Desailly marca el cuarto y al rato Cruyff desmantela el equipo que nos hizo triunfar. Era ley de vida, pero aquel día muchos supieron que también la felicidad futbolera se acaba. Cada vez que un gran equipo queda enterrado, el mundo huele a Atenas.

-Lágrimas nuñistas. Las lágrimas nuñistas tienen para el barcelonismo algo de mayoría de edad. Las vertíamos, de pura risa, al recordar la delirante producción verbal del pecident, al recordar las miserias pasadas. Estas lágrimas recuerdan que también el pueblo azulgrana tiene sentido del humor, aunque últimamente, si se acompañan de una breve reflexión, tienden a quedar congeladas.

-Lágrimas Belletti. Almunia se la come, el héroe cae fulminado y un segundo después recordamos que éramos un equipo grande, que lo de Koeman no fue un espejismo. Lágrimas de orgullo culé.

-Lágrimas blanquiazules. Tamudo nos acaba de ejecutar en pleno Camp Nou. Algunos no pueden regresar ahí con la memoria, pero fueron lágrimas de genuino dolor.

-Lágrimas Ronaldinho. Él nunca nos hizo llorar. Pero en ese homenaje del Camp Nou, esa sencilla inscripción fue demasiado. Fue como releer la carta de amor que recibimos aquella primera vez. Un llanto de felicidad y de añoranza. Un "aún te quiero" que ya nadie oye.

-Protolágrimas. Algún día Messi jugará su último partido en nuestro estadio. Creemos, infelices, que estas lágrimas premonitorias nos ahorrarán algún dolor.

-Lágrimas negras. No se podrá explicar sin que la historia suene a cuento chino para niños insomnes. Pero un día, en nuestro equipo, jugó un héroe llamado Abidal. La primera vez volvió para alzar la Champions. La segunda... Háganse con un parabrisas, por Dios.

lunes, 25 de marzo de 2013

Balones con forma de tibia (V): Diego Braghieri



Se acerca la Semana Santa y todos, pecadores, merecemos afrontar sangrantes contriciones. Nuestras acciones y nuestro negro corazón sólo encontrarán la paz la penitencia extrema. Y aquí les proponemos un camino rápido para expiar sus culpas. Posen su mirada en los ojos del angelito de la imagen. Se llama Diego Braghieri y juega de defensa en el Arsenal de Sarandí. No pierdan detalle de esos ojos y confirmen lo que temen: en efecto, hablamos de un defensa argentino.

Este Diego nació en enero de 1987, no hay duda de qué alentó a su padre a elegir semejante nombre. Desde su concepción marcado por el balón. Y el tío se hace profesional, y es defensa, y en su pasaporte dice que es argentino. Y un buen día, horror, el destino le pone enfrente, en un choque de la Libertadores, a un equipo brasileño. Miren esos ojos de nuevo. Un equipo brasileño ante Dieguito Braghieri. Sientan cómo la adrenalina le late en las sienes.

Y ahora imaginen que el partido se juega en Argentina y que los brasileños arrasan a su oponente y se ponen 2-5 en el marcador. Todo ha sido obra de un sonriente genio peludo, que pese a su tripa sigue teniendo más magia en su pie derecho de la que muchos ganadores del Balón de Oro tendrán jamás. El partido aún no está cerrado y claro, el bueno de Diego tiene sus códigos y uno de ellos es dice así: "Si no podés ganar, vengáte". Y en ese momento, el jodido crack brasileño recibe dentro del área. Y Diego se lanza al que es seguramente el penalti más salvaje que hemos visto jamás en esta sección. (Si el enlace no les lleva directos al instante de la barbarie, les comunico que todo sucede a partir de los 6 minutos 20 segundos).  No se pierdan las repeticiones. Es una barbaridad que les limpiará todas sus culpas.

Y no se pierdan el detalle: Ronnie, nuestro gran Ronnie, le aceptó las disculpas. 

martes, 19 de marzo de 2013

Los nunca vistos (XIII): Toni P.



Toni es el bonachón padre de dos criaturas. Pasa de los 40, es velludito y se ríe a menudo de la gente que está por debajo de los 100 kilos. El hombre es periodista, vio los inicios de un diario deportivo que pretendía ser L'Équipe y acabó siendo el cobijo de Relaño; ha estado por lo menos en otros dos naufragios mediáticos.

Toni es también un gran jugador de fútbol a pesar del clamoroso lastre le que supone ser tan buena persona. A menudo se le escapa la risa en pleno partido. Durante las charlas tácticas se mira a los pies para que nadie vea cómo se descojona. Su lozanía queda enterrada, pero con el balón en los pies sigue teniendo alma de Fred Astaire. Difícilmente verán a alguien driblar tan bien con esa carga de kilos. Es de esos jugadores que son incapaces de dar un palo; sobre la pista sólo deja fintas, amagos, toquecitos suaves. El hombre es perico y cuesta saber en quién piensa este cuarentón. Pongamos que es Lauridsen, aunque, confieso, a mí jamás me pareció gran cosa.

Y Antòniu sí es gran cosa. Cuando consigue no lesionarse durante el calentamiento -le martirizan los isquiotibiales, la zona lumbar y prácticamente todas las articulaciones del cuerpo- aparece un jugador temible. Además de su fútbol portuense y de su sabiduría para entender el juego, le ha legado a este deporte una suerte inmortal y de factura propia. Se conoce como polinha. El hombretón coge el balón -en sus manos parece una bola de petanca- y desde el córner lo lanza con una potencia brutal en paralelo a la línea de gol. Los porteros normalmente se adelantan un par de palmos, suficiente espacio para que el proyectil les supere por detrás y para que algún desgraciado remate en el segundo palo.

Muchos han visto el drama que supone recibir una polinha, no es cosa agradable. Hay gente que, incapaz de acomodar el cuerpo ante semejante pedrada, remata con la cara. Una vez se vio a uno que anotó con la nariz. Otro lo hizo con las gónadas -por si se lo preguntan, olvídense de Raí; marcar de escroto no tiene nada de poético-. No sé si alguno de ustedes tiene una jugada con su nombre, debe ser algo hermoso.

Dentro de 40 años sería importante recordar que en el Día del Padre del año 2013, Antòniu ganó una final con un gol de surfero a cámara lenta y lanzando una polinha milagrosa. Tendrían que ver esta última celebración: correteando por el campo con los dos brazos arriba, con esa risa de niño que el condenado esconde durante las charlas técnicas.

domingo, 17 de marzo de 2013

Ecos del vestuario



En esta edad dorada que se nos ha permitido vivir, la pasión de la culerada cumple escrupulosamente con unos ciclos predeterminados: se aletarga durante los largos meses de otoño e invierno, sacudida sólo por algún choque contra La Banda o las bienales apariciones en el Mundial de Clubes. Después espera paciente a que lleguen los duelos a vida o muerte en Champions para despertar con la buena nueva: seguimos siendo los más grandes. Messi nos ilumina, jamás ningún centro del campo gobernará igual el balón. Cuando eso llega (ocurrió el martes contra el Milan como había ocurrido antes contra Olympique, Stuttgart, Arsenal o Bayer Leverkusen) la euforia nos invade durante largos días.

En efecto, la vida vuelve a ser maravillosa, la Liga está atada y uno sabe del pánico que se ha desatado en los vestuarios del resto de aspirantes a la Liga de Campeones al ver que un susto y una humillación han despertado al Barça. El shock ha sito tal que hasta han recuperado ese arma de destrucción masiva llamada presión adelantada. Hasta aquí el masaje. Ya pueden volver a ponerse el albornoz, caballeros.

Permitan que hagamos algo de arqueología en las palabras que se han filtrado en los últimos días desde ese misterio insondable llamado vestuario. Cronológicamente. Comenzó Alves: "Hemos perdido el hambre de querer comernos al rival. Esas ganas que antes teníamos, ahora no se notan, y eso se contagia. Las cosas buenas se contagian y las no tan buenas, también". Le siguió Iniesta: "Hemos salido de ésta pero hay que aprender algunas cosas". Y en seguida terció Mascherano: "Lo más importante es que hoy hemos vuelto a los orígenes". Un día después, remachó Busquets: "Hemos aprendido que si no estamos como tenemos que estar, sufriremos y nos puede ganar cualquier equipo".

¿Piensan ustedes que alguna de estas palabras iba dirigida a la afición, ahora que se ha puesto de moda insultarla y degradarla? No parece. ¿Acaso iban dirigidas a Tito y Roura? En absoluto. ¿A esa directiva adicta a la mentira? Pues tampoco. La duda queda ahí. Pero permítanme que excave otro poco y les cite otras dos frases surgidas de pesos pesados del vestuario en las últimas y dramáticas semanas: "Este es el mejor equipo en el que he jugado nunca, mejor que el de las Champions de Roma y Wembley". Y ésta otra: "Cada partido malo que hago retrocedo 10 buenos que he hecho".

Exigencia versus complaciencia, amigos. Muchos ganadores en ese vestuario saben que el modo en que se salde esa tensión decidirá más eliminatorias que un gol mal anulado o un penalti al larguero. Es lógico: esto último sucede en un milisegundo; la sorda y ancestral pugna entre currantes y vividores se alarga durante todas las horas de todos los días de cada semana.

miércoles, 13 de marzo de 2013

La carrera del siglo (VI): Le llaman suerte




"En varias ocasiones estuvieron al borde de la tragedia y solamente consiguieron superarla a base de profesionalidad y sangre fría: “Algunos le llaman suerte”, escribiría Amundsen, impresionado por la presencia de ánimo y serenidad de sus compañeros. Un día, después de montar la tienda, uno de ellos salió a buscar nieve para fundirla y preparar la cena. A escaso medio metro de la tienda descubrió un montículo que podía servirle, pero cuando lo golpeó con el hacha esta se hundió y se quedó encajada; al forcejear para sacarla rompió el hielo y pudo ver cómo los trozos caían en una sima que parecía no tener fondo. Acostumbrados al peligro, no hicieron más que unas cuantas bromas sobre lo ocurrido y, sin más, utilizaron el hielo que la cubría para hacer esa noche la cena". 


Amundsen-Scott: Duelo en la Antártida. Javier Cacho Gómez 

A estas alturas de la vida es importante que ustedes sepan que el núcleo duro del vestuario del Barça quedó para ver el partido de La Banda en Manchester, igual que un puñado de mourinhistas hizo lo propio anoche. Corre la cerveza, se lanzan maldiciones y valen todo tipo de vudús. Unos y otros, profesionales de la lucha grecorromana, saben perfectamente quién es el enemigo.

Rueda el balón. En el banquillo, Tassotti. En el campo, siete Copas de Europa, nadie ganó tantas en los tiempos de la televisión en color. Gobernando el centro del campo, un monumento a la claustrofobia llamado Ambrosini. Y arriba, unas crestas atroces que hacen delirar a Callejón en sus noches locas. Es el equipo de Baresi con un 2-0 a favor. Mourinho brinda, Berlusconi sonríe.

Mascherano y Piqué defienden al Barça. Repitámoslo sin que ustedes se descojonen: Mascherano y Piqué defienden al Barça. Pero contraviniendo toda lógica, el mejor equipo que habremos visto cuando reposemos en una caja de pino decide regalarnos otra noche gloriosa. En el minuto 15 llevamos cinco ocasiones. La Bestia Parda desencadenada: tiembla la Lombardía. Xavi vuelve a ser Gandalf e Iniesta flota; Busquets se supera a sí mismo y llega, al primer toque, a la antesala del Balón de Oro.

La masacre se consuma. Alba decide en una y otra área. El orgulloso Milan de las siete Champions preferiría haber jugado la UEFA. Hoy ha conocido un horror desbocado y su afición sufre un mazazo que no podrá olvidar en muchos lustros.

Sólo hemos pasado a cuartos, cierto. Pero el Barça se ha acordado esta noche de cómo lo hacía hace un par de años para arrasar a todo el que se le ponía por delante. Vean la cara de Montolivo en la imagen. Véanla bien. Piensen en Diego López.

La carrera sigue; muy a pesar de muchos, el más grande no se apea.

lunes, 11 de marzo de 2013

Por sus pronósticos les conoceréis



Finalmente llega el temido día en que un barcelonista tiene que salir del armario y mojarse. Y sorprende lo poco que nos gusta hacerlo, teniendo en cuenta que vivimos en un mundo en que el momento de máxima plenitud intelectual al que aspira el hombre libre es el de mandarle un SMS a su cuñado con las palabras "Qué te dije".

También en las predicciones demostramos ser un pueblo escindido. Décadas de rexachismo configuraron un club melodramático, depresivo y especialista en excusas, un club al servicio de un ejército de almas pesimistas. Muchos forjaron su educación sentimental en aquel tiempo oscuro y no vamos a replicarles; aún ven a Duckadam en sus noches negras y algunos incluso estuvieron ahí en la final de Berna. Pero el advenimiento del Fútbol a estos lares ha traído consigo 25 años en que han caído la mitad de ligas y un buen puñado de Champions, y eso, comprenderán, también marca mucho. La cuestión no es puramente generacional, el asunto es más complejo: de alguna forma, el signo de las predicciones que hacemos es el termómetro del castigo que nos ha infligido la vida, y ahí no siempre juega la edad.

Cuando llega una ocasión como la de mañana, es el momento de confrontar la solidez de los propios fantasmas con la de nuestros deseos salvajes de gloria. La certeza en ese 5-1 al Milan es pensar que sí, que un día te saldrá la mayonesa, y que llegará la milagrosa mañana en que la vecina del cuarto segunda repare en tu sonriente persona, y el milagroso lunes en que deje de sonar el despertador a las 6.15 porque el saldo de la hipoteca será un solitario cero, y que cualquier noche de éstas caerá una juerga como las de hace lustros.

Y por contra, proclamar que el Milan saldrá del Camp Nou con un 2-2 en el zurrón y bailes de extrarradio en las caderas también es prever que de esa entrevista de trabajo no nos llamarán ni de coña, que no pasaremos la ITV ni sobornando al mecánico, que este pinchazo en el costado traerá cola y asumir que tu hijo quinceañero, sin duda, lleva tiempo sisando tus pitillos a escondidas.

A estas alturas ustedes pueden preguntarse qué ambiente reina en La Caverna. No tengan la menor duda: aquí pensamos que si algo nos hemos ganado es el derecho a soñar, que al fin y al cabo ya está la vida para poner límite a nuestros delirios. Vecinita del cuarto segunda, no dudes de mis intenciones. ¿Acaso no ves con qué descaro meto barriga?

jueves, 7 de marzo de 2013

Balones con forma de tibia (IV): Scott Parker



Dejen que hoy, en esta sección maravillosa, nos entretengamos con una tremebunda proeza de la Premier League, la competición de la que el poeta dijo estas atronadoras verdades. El mozo de la imagen es Scott Parker. Ahí le tienen: pequitas, sonrisa deslumbrante, raya en el pelo, onda del flequillo. A pesar de su aspecto de mediofondista de Carros de Fuego, este lord ha sido capitán de Inglaterra. Pasa por ser un volante técnico y tiene ya 32 añitos; teniendo en cuenta que debutó como profesional con 16 primaveras, uno puede imaginar que a estas alturas ya comprende que una falta dentro del área puede llegar a ser considerada penalti. (Lo será siempre y cuando no pase por ahí el gordo de Andy y Lucas y haga ese gestito con la mano que le hace inmune a todo mal).

La otra noche, Scott, siete veces yerno del año para las devoradoras de galletas del elegante barrio de Chelsea, nos dejó esta joya dentro del área. (Youtube nos boicotea: la acción ocurre al minuto y 20 segundos del vídeo). Fíjense en la acción, merece la pena estar en este Hall of Shame. Doble plancha, el árbitro a un metro, gritos e imprecaciones, las manos a la cabeza... Se lleva incluso la mirada de espanto de un colegiado acostumbrado a ver atrocidades cada fin de semana.

(Sé que son tiempos de penurias y que llevan ustedes dos días geolocalizando a un árbitro turco. No sean así. Disfruten, amigos, de la locura incomprensible de este deporte).

domingo, 3 de marzo de 2013

Keep calm




Mi tarde no fue mejor que la suya. Cerveza y gintónics con sabor a veneno. La humillación de ver al segundo equipo de La Banda jugar tranquilo, sonriente y ganando ¡sin sudor! Sufrí el horror de ver que Thiago está verde, me planteé si algún día se sabrá que Mascherano, Piqué y Puyol eran en realidad infiltrados de Florentino para hundir nuestro ánimo.

Desde pequeños los barcelonistas hemos aprendido que nada hay más terrible que ver a la turba merengue celebrar un gol sobre el verde del Bernabéu. Desde niños tenemos pesadillas con delanteros de blanco impoluto que trotan sobre el pasto con los brazos levantados. De toda la vida sabemos que la derrota jamás es tan amarga como cuando llega a manos de El horror. Y siempre nos queda una certeza aún peor: que la siguiente debacle dolerá aún más. Y pasa lo de ayer.

Qué fin de semana, por Dios todopoderoso.

No me odien si a pesar de todo no irrumpo en un histérico hipar. No me odien si no me arranco las vestiduras ni cubro ni cara de ceniza. En esta cueva no somos compulsivos usuarios de información deportiva, pero sí acertamos a retener varias datos durante los meses anteriores:

-Que el nivel físico de los jugadores vive un momento bajo en enero y febrero.
-Que nuestra defensa es la peor de todos los grandes equipos de Europa y que concede ocasiones hasta contra el Granada o el Córdoba.
-Que nuestros mejores jugadores han ganado más de lo que nunca nadie soportó nunca.
-Que el líder de este vestuario está a seis husos horarios intentando salvar su salud.
-Que el mejor entrenador de la historia del club pidió hace sólo un año que se fulminara a ciertos jugadores que siguen ahí dentro.

No me odien si en estos momentos de pánico les digo que no, que la caída del equipo de Rijkaard no tuvo nada que ver con esto. También estuvimos ahí, ¿o ya no lo recuerdan? Cuando un vestuario se deja ir, es en las miserias domésticas de la Liga donde se nota. Cuando un vestuario se adocenta, lo normal es disimularlo en la Champions o en la Copa, ¿o es que no estuvieron ahí durante el pasado año? ¿O es que no han visto a La Banda de ahora?

No soy partidario de celebrar mañana mismo una rúa por nuestros campeones, no. Pero sí entiendo que este equipo aún nos hace disfrutar, que aún tiene a un puñado de los mejores jugadores que habremos visto cuando nos lleve el alzhéimer. Por otra parte, nunca creí que con Messi lo ganaríamos todo por siempre jamás; pensé que simplemente lo intentaríamos con buen fútbol y actitud.

Es legítimo dudar de esto último, cierto. Y es legítimo creer que este grupo no llega bien de cocción espiritual al tramo decisivo. Además está lo otro: ver a La Banda celebrando goles contra nosotros nos sitúa en el abismo de la salud mental. Pero llegados a este punto, con qué se quedan: ¿con oficiar un entierro y arrasar el club? A los que Guardiola nos curó de dramatismo e histeria nos queda la opción de mantener la calma y esperar a que los milagros del fútbol vuelvan a asomar en el horizonte. Así lo haremos mientras Busquets, Iniesta y La Bestia Parda vistan de azulgrana.

viernes, 1 de marzo de 2013

La carrera del siglo (V): ¿Escopeta o gramática?





Con todos ustedes, el Clásico más descafeinado del año. En una competición que tiene campeón desde hace un par de meses, y que además, como habrán comprobado en los últimos días, es infinitamente menos importante que la Copa. Honestamente, de todos los duelos a vida o muerte que en los últimos años han enfrentado al Barça con La Banda ninguno llegó tan falto de adrenalina.

Uno se pregunta cómo afrontar esta visita al Averno y se acuerda de sus amigos, los noruegos e ingleses que en 1912 se batieron a muerte por llegar al Polo. Ocurrió que meses antes de empezar la definitiva marcha hacia el Sur, marineros ingleses se encontraron con el barco de los noruegos. Unos y otros se quedaron de piedra. En la cubierta del Fram, un tripulante se asustó al ver a esos extraños en el confín del mundo y cuentan que corrió a coger una escopeta. Nórdico como era, cogió también una gramática inglesa; al ver que venían desarmados, dejó el rifle y les esperó con el libraco.

¿Qué harían ustedes, pues? ¿Darle oportunidades a ese pobre Sergi Roberto, a Deulofeu, a Montoya y Bartra? No lo sueñen. Tito y Roura ya saben qué clase de prensa afín tienen en Barcelona y que nadie les perdonará otra derrota. Saben que el sol saldrá en nuestro mundo si La Banda palma en Manchester, y que todo lo que puedan hacer ayuda en ese objetivo -jugar a tope, ganar, aflorar debilidades y dudas en el rival-.

Ante todo, saben que el rival siguen siendo los mismos Quincazos que han hecho de la antideportividad un arte en los últimos años, gente que tiene la cobertura mediática más extrema que pueda imaginarse, hasta el punto que uno repasa fragmentos de las retransmisiones del 1-3 del martes y los posteriores análisis y piensa que aquello fue un 0-8, una masacre. La Banda ha ganado una Liga, una Copa y una Supercopa en los últimos años con el equipo más caro y feísta que ha podido concebir el rey del feísmo. El Barça logró 14, incluyendo tres Champions, con un fútbol caudaloso, con gente de la cantera, sin salir cada semana en las páginas de Sucesos, pero se le trata como a un hatajo de impostores.

En ese vestuario campeón no hay dudas, no teman. Llevan tres días acariciando sus rifles.