domingo, 30 de marzo de 2008

En la derrota

Las derrotas más tristes tienen siempre algo de revigorizante: uno se da cuenta de que lleva dentro a la versión menos dialogante de Conan el Bárbaro y, sin embargo, se las arregla para no entregarse a los placeres del crimen. Ya decía el maestro Villoro que "el hincha puede pertenecer al género de los ardientes, los melancólicos, los cardiacos o los nostálgicos, pero ante todo y en forma sorprendente es alguien que se resigna".
El fiasco de la segunda parte del Villamarín deja dos lecciones, a cuál más peligrosa: esta plantilla sigue sabiéndose la mejor del mundo y tiene una fragilidad mental sorprendente. Contra lo primero hay difícil remedio: son un poco mejores que los que ganaron Liga y Champions y encadenaron 18 partidos seguidos ganando, con todo lo que ello comporta. Contra lo segundo, sólo queda lamentar las ausencias de algunos jugadores que a pesar de sus naufragios personales, sobre el campo siguen siendo tipos duros.
Pero lo mejor de estos domingos de pánico al telediario suele ser la lista negra que uno elabora mentalmente. Y uno imagina cosas alentadoras, que le levantan el ánimo: pase lo que pase, nunca más Thuram estará en nuestro equipo. Y nunca más tendremos que forzar la memoria para saber qué le veíamos a Zambrotta. Sylvinho también habrá partido con su bonhomía y sus lagunas rumbo al Celta, y tendremos un centrocampista con carácter ganador, capaz de romper una tibia en caso de que sea necesario, y de intimidar a base de insultos a cualquier árbitro. Para la delantera, basta decir que Bojan será indiscutible, y que Messi y Eto'o no volverán a lesionarse.
Por desgracia, este Barça no tiene un problema de nombres: tiene un problema de hambre y de humildad. Hace falta foc nou, un proyecto donde la gente que no forma parte de la historia del club sea mayoría. Hasta entonces, nos quedan los rezos y el recuerdo de los años de plomo.

miércoles, 26 de marzo de 2008

La gran mentira

La pasada semana asistí con asombro al linchamiento descomunal que sufrió el Barça tras perder en Mestalla. Detrás de la crueldad de algunos comentarios se escondía, en realidad, la incapacidad del barcelonismo para afrontar una verdad absoluta: en fútbol no siempre gana el mejor.
Cierto es que históricamente el Barça sólo ha ganado la Liga cuando ha hecho fútbol de alta escuela o cuando su superioridad era abrumadora respecto al resto. Pero aun así, es absurdo creer que la calidad técnica arroja títulos como el manzano da manzanas. Esa mentira, que carga de resentimiento a la culerada después de cada derrota, está muy extendida.
Esta situación empeoró dramáticamente en la década de los 90. Dinamic Multimedia empezó entonces a lanzar al mercado un videojuego de fútbol en que la gracia no era chutar a gol sino hacer de presidente plenipotenciario de un equipo. La fórmula para ganar, tras pocas horas de vicio, quedaba clara: acumular jugadores de calidad en el área rival. Equipos que contaban con Cafú, Matthaus y Roberto Carlos como únicos defensas no encajaban un gol ni a tiros, por el simple motivo que en la delantera tenían a Stoichkov, Vieri, Ronaldo, Del Piero, Shearer y Bergkamp. Para barrer la medular, bastaba con un hombre de poderoso físico como Guardiola. Tal era la consistencia de este once que podía permitirse tener a Biurrun bajo palos.
Toda una generación de adolescentes se crió con esta mentira balompédica. Y no sólo ellos: Florentino Pérez fue, sin duda, un temible jugador en el Pro Manager, y a Roman Abramovich le llegó alguna copia a Moscú que le despertó el gusanillo. Ambos, Florentino y Abramovich, son seguramente la pareja más analfabeta que ha dado la historia del fútbol. Y en lo esencial se parecen al barcelonismo: pensaban que la suma de nombres y millones concluye indefectiblemente en la consecución de títulos.
Dinamic Multimedia quebró en 2001. En 2004, y con idéntica propuesta, Planeta de Agostini relanzó la saga de PC Fútbol. El pasado mes de mayo se hundió el negocio. Florentino Pérez no lo ha superado -aquel mundo virtual era sencillo y perfecto- y va cada mañana al kiosco a preguntar si ya ha salido el PC Fútbol 2008. Como gran parte del barcelonismo, no ha aceptado que ganar, en fútbol, es algo dificilísimo, una concatenación de pequeños milagros que nunca empieza por el número de camisetas que vende el jugador con el número 10.

lunes, 24 de marzo de 2008

Radiografía de La Banda (II)

Domingo de resurrección. El linchado equipo de Rijkaard ha hecho lo que se esperaba, sin alardes pero sobreviviendo milagrosamente a una defensa con Zambrotta, Thuram y Sylvinho. ¿Dónde estuvo, pues, la noticia del día? En el Bernabéu, donde La Banda sumó -atención- su quinta derrota en los últimos ocho partidos. De los últimos 24 puntos, sólo ha ganado nueve.
En esta caverna, esos números no sorprenden. Si ya hablábamos hace nueve días de cómo Florentino empezó a triturar el imperio prescindiendo de centrocampistas y de la estrategia de Mijatovic y Ramón 'Leaving Las Vegas' Calderón para perpetuar lo peor de La Galaxia, hoy toca hablar de lo principal, del abecé, el mandamiento primero del mundo del fútbol: un equipo sólo gana cuando quiere hacerlo. ¿Cómo está el Madrid de ambición? Psé. Su mayor acicate es que sólo les queda la Liga. Pero nada que ver con el pasado año, cuando llevaban tres años en el desierto y de la mano de Capello parecían una horda de locos con los ojos inyectados en sangre y capaces de remontar lo imposible una semana tras otra.
¿Unión en el vestuario para tirar adelante? Escasa. Cito palabras de Casillas a este cavernícola: "Aquí dentro somos unos cuantos que trabajamos con humildad para volver a ganar". "Unos cuantos", no lo dijo, son cuatro: él mismo, Cannavaro, Raúl y Van Nistelrooy. Casualmente, ni un solo centrocampista. En esa zona manda Guti, titular por decreto -agradecimientos a As y Marca- a quien nadie ha definido mejor que Luis Aragonés: "No piensa en el fútbol". Y si no quieres ganar porque Drenthe y Pepe no vinieron precisamente a sudar sangre por la causa y además no te sobra fútbol, estás condenado a perder, porque un equipo sin hambre acaba conformándose con el Trofeo Bernabéu.
Hasta ahora el Madrid ha tenido suerte con la enfermería azulgrana y la lentitud de Rijkaard en comprender que Ronaldinho no puede jugar sin estar a tope. Y cabe recordar que en toda la segunda vuelta sólo hemos recortado tres puntos al líder. Pero lo de ayer fue un anticipo: un equipo que prepara durante toda la semana un partido contra la chatarrería ché y pierde está llamado a dar tardes de gloria a los culés. Las veremos ahora, en el tramo decisivo. Insisto en mi apuesta: hasta final de temporada ganarán sólo cuatro partidos y acabarán rezando para que se lesione Marcos Senna.
Sí, compañeros: el naufragio está en marcha y nada lo frenará.

sábado, 22 de marzo de 2008

El rey de copas no tiene sed

Viendo a Baraja celebrar con desesperación su gol y al presidente del Valencia llorar ante los micrófonos comprendí qué pasó el jueves en Mestalla. Si la raquítica banda de Koeman ganó fue porque era su última bala, su única posibilidad de salvar el año. La necesidad mueve montañas. Y echando una vista a la lacrimógena historia del Barça, uno comprende que a lo largo de décadas hemos sido los primeros en beneficiarnos del todo o nada copero.
Si marcamos un antes y un después en la historia del fútbol español con la llegada de un búlgaro a este país en verano de 1990, vemos que los número hablan por sí solos. Hasta 1990, el Barça ganó sólo una de cada seis Ligas. En muchas de esas temporadas, salvar el año dependía de ganar la copa borbónica, franquista o ancestral. Precisamente por eso, en aquel tiempo inmemorial los azulgrana ganaron 22 copas, con una muy digna media de una cada cuatro años.
Pero desde 1990, y con Cruyff como entrenador, azote o vicepresidente deportivo encubierto, la Liga se ha convertido en un festival: el Barça gana una de cada dos ediciones y con semejante sobredosis de proteínas en el menú ya nadie se juega el bigote en la competición del KO. Por eso en 18 años sólo hemos ganado dos trofeos, un promedio lamentable que compartimos con el glorioso Espanyol.
Hay quien dice que el fútbol es un estado de ánimo. A veces es algo mucho más sencillo: el fútbol es que un jugador sepa que podrá salir a tomarse un café sin que le insulte cada panadera o taxista que le vea cruzar la calle.
PD: El fracaso de Valencia para mí no fue tal. Hacerle 12 ocasiones de gol a un equipo donde todos defienden como si les fuera la vida tiene mérito. Cierto es que Zambrotta es un castigo de Dios, y que lo de los pivotes y las lesiones ya cansa, pero en Mestalla vi al equipo que ganará la Liga gracias a sus Militos.

jueves, 20 de marzo de 2008

Cuestión de orgullo

Es el día, es la hora. Esperan en Mestalla once tíos y una afición dispuestos a practicar un exterminio deportivo del Barça tan devastador como el del Getafe el año pasado, cuando nos dejaron en el último momento sin final de Copa.
Hoy he visto el 0-2 al Valencia en la 2004-2005, con goles de Ronaldinho y Eto'o. Viendo cómo celebraba el Barça aquellos goles, he comprendido que lo de esta noche es pura cuestión de orgullo. Igual que viendo al Racing perder con grandeza, he visto que hay noches en que los futbolistas deben sacar lo que llevan dentro.
El Barça tiene hoy la oportunidad de demostrar que es un equipo grande. Esta noche no ganaremos con fantasía ni de virguerías. Es un trabajo para Abidal, Puyol, Valdés, Milito y de Touré, para los guerreros. Es el día para que Eto'o reviva en el túnel de vestuarios, antes de saltar al campo, sus escalofriantes gritos de una tarde de marzo de 2005: "¡¡¡Vamos, hermanos, es el último partido de nuestras vidas!!!"

martes, 18 de marzo de 2008

El porqué de un linchamiento

Amanecer con el diario oficial del Barça destrozando en portada a Ronaldinho se ha convertido en algo habitual en los últimos 18 meses. Sport, líder indiscutible a la hora de comercializar promociones con el escudo del Barça y líder también en filtraciones interesadas, es la voz de Laporta.
La portada de ayer, en que se “desenmascaraba” a Ronaldinho, que quiere “engañar” al barcelonismo, tiene un origen siniestro. Todo se remonta al encuentro casi pornográfico que tuvo lugar el pasado año entre Joan Laporta y Silvio Berlusconi. “Si vendo a Ronaldinho, me echan del país”, le dijo el aprendiz al capo di capi. Para alguien que quiere hacer política, el índice de popularidad cuenta más que el latir del corazón. Y echar a un mago sonriente es muy diferente a echar a un putero gandul.
Un mes atrás, Paco Chaparro resumía sabiamente todo lo que le ha pasado a Ronaldinho desde el verano de 2006: “Cuando vuelva a sonreír jugará como siempre”. Y cuando ya asomaban esos dientes que doña Miguelina le dio, el club aprovecha otra insensatez suya para dejarle con las vergüenzas al aire -Con Eto'o hace lo contrario- y lanzarle la jauría.
Esta entrada de hoy es también una declaración de intenciones. Aquí no hablaremos del futuro de Ronaldinho. Ha decidido irse al Chelsea y volver a ser el mejor. Si me equivoco, invitaré a cualquier cavernícola que me lo pida a un brebaje etílico de origen incierto. Si marca en la final de Moscú, me ataré en el aeropuerto del Prat para evitar su adiós, y me rasgaré las vestiduras, me embadurnaré la cara de ceniza y probablemente me arrancaré mi mermada cabellera a puñados.
Y si se va sin ganar, lloraré su adiós en silencio. Es el mismo que nos encontró en la UEFA y nos llevó a lo más alto. A los estajanovistas del balón, a los que le odian, una petición: se va en dos meses, no hace falta que rebajen más su precio. Y un apunte: el Éibar también va de azulgrana y también juega con once, todos ellos esforzados profesionales.

sábado, 15 de marzo de 2008

Radiografía de La Banda (I)

El fútbol siempre pone en evidencia a los profetas. Por ello me disculpo al anunciar que hoy empiezo una serie de entradas para explicar cómo el Real Madrid ha logrado convertirse en el engendro deportivo que conocemos hoy. Mis palabras serán seguramente el principal argumento para que la banda de Schuster gane la Liga, pero aun así, no puedo resistirme a comentar la montaña de errores que se han cometido en ese club. En el epílogo de este comentario dedicado a los otros explicaré por qué están encima del Barça, y quedará probado que su candidatura a ganar la Liga no está reñida con su lamentable nivel.
Al principio fue Florentino. Cometió hasta cuatro errores espectaculares. El primero de ellos viene dado por una afirmación que hizo una vez a un cavernícola indiscreto: “Lo malo de los entrenadores es que hay que tener uno”. Dicho lo cual, se cargó a Del Bosque. Queiroz y la pléyade de títeres que le siguieron nunca más tuvieron la autoridad moral de discutir las decisiones del presidente de la Galaxia, a saber: 1) Que la clase media no podía ser barrida como pasó con gente como Makelele, Solari o Morientes. 2) Que no se puede ganar sin centro del campo. El modelo de cinco defensores y cinco atacantes sin nadie capaz de ordenar el juego es una catástrofe que el Real Madrid ha arrastrado hasta día de hoy. Samuel, Woodgate, Cannavaro, Pepe, etcétera evitan menos goles que un centro del campo capaz de llevar el ritmo del partido. Y 3) Que hay que fichar lo que necesita el equipo, no lo que recomiendan los diarios deportivos, As en este caso. Gaspart, Parera, Saviola y Riquelme podrían escribir una tesis a este respecto.
El Real Madrid que ganó la última Liga y lidera la actual arrastra aún los defectos de entonces: poca cohesión en el vestuario, con la yihad hispánica por un lado, los fichajes rumberos por el otro y un tercer grupo de titiriteros autistas. En la medular sólo destruye Diarra y el resto son media puntas incapaces de elaborar y dar pausa al juego. Respecto a los fichajes, en fin, suponemos que Pedja y Calderón tienen el olfato en el bolsillo y que harán lo posible por depredar los recursos blancos como no hace tanto hizo Gaspart en el Camp Nou.
El naufragio está en marcha y nada lo frenará.

miércoles, 12 de marzo de 2008

Del fútbol sin cerebro

Con el paseo del Liverpool ante el Inter se ha confirmado la presencia de todos los equipos ingleses en cuartos de final de la Champions. Asisto admirado al torrente de elogios hacia la Premier League, considerada ya la mejor del mundo.
Como antiguo corresponsal deportivo en el país de las pintas, considero absolutamente ficticia la supremacía de esa Liga. La Premier tiene cuatro equipos de una potencia económica por encima de lo normal. Manchester United, Chelsea, Arsenal y Liverpool se han beneficiado en los últimos años de la fuerza del pound respecto al euro y de la fiscalidad británica a la hora de convencer a los cracks para fichar por sus equipos. Sus plantillas destacan por la obsesiva ausencia de ingleses -los inventores del fútbol no han logrado meterse en una Eurocopa donde sí estarán Grecia, Rumanía, Suecia, Polonia o Turquía- y sus directivas, por la presencia de inversores extranjeros que tanto podían haber aterrizado en Londres como en Viena.
Sin embargo, juzgar una Liga por el nivel de sus grandes es un error. El Aston Villa, el Bolton, el Newcastle, ésos son los equipos que hay que mirar, para comprobar que juegan estrictamente al patadón y que tienen como estrellas a antiguos cracks que viven de sus glorias pasadas. "En España jugar bien es un concepto relacionado con la calidad y el toque de balón. En Inglaterra, jugar bien sólo tiene que ver con la intensidad y el ritmo", dijo sabiamente Laudrup un mes atrás.
Siempre es más fácil destruir que crear y contragolpear a jugar al ataque, y ése es desde siempre el secreto del horror balompédico británico y la clave de sus triunfos. El Arsenal juega bien, es cierto. El Manchester, a veces, también. Más o menos como el Barça, o el Villarreal. El resto juegan a lo que pueden, a acumular tíos atrás, a cerrar todas las puertas al rival y a machacar al contragolpe. Malouda, fichado por el Chelsea este verano, parafraseó a su manera a Laudrup: "Durante los partidos es como si los cerebros de los jugadores se apagaran. La gente juega por instinto, como lo hacían cuando descubrieron el fútbol por primera vez".
Que no corren tiempos de poesía en el fútbol europeo es cierto. Que Inglaterra es un sobrevalorado jardín futbolístico del que sólo deberíamos clonar sus horarios, sus pubs, y su cerveza, también. Tranquilidad, pues: el día en que Xavi, Iniesta o Deco deban mirarse en Mascherano, Carrick, Mikel o Flamini queda aún muy lejos. Por el bien del fútbol de toque.

lunes, 10 de marzo de 2008

Guerreros invernados

Paciencia, fe y ardor guerrero. El Villarreal ha vuelto a demostrar que este Barça tiene lo justo en ataque. De la defensa es imposible hablar mal teniendo en cuenta que ayer jugó Thuram, ese señor mayor con alma de polizón que algunos domingos se viste de corto.
Otra vez a ocho puntos, con sólo 11 partidos por jugarse. En mi opinión, la remontada es posible. Al Real Madrid le quedan un montón de partidos complicados, que en su estado de forma decreciente no va a sacar adelante. Dice el oráculo que va a perder por lo menos 11 puntos hasta final de Liga. El problema es cómo se apaña el Barça para tener un sólo pinchazo hasta el final: el empate en el Bernabéu nos hace campeones, pero es complicado que este equipo gane 10 de 11.
Lo primero que tienen que hacer los jugadores es hablar con el psicólogo de Xavi para que les cuente que no hay nada imposible. Lo segundo, decidirse a ir todos a una a ganar los partidos. Eso es lo más triste de noches como la de ayer, que el Barça no parece un equipo. Aunque parezca increíble, a veces es tan fácil como eso: que los jugadores saquen el orgullo y quieran. Que encuentren aquel precepto guerrero de Sun Tsu, el dao, que viene a ser el sentimiento de compañerismo entre los soldados. "No respetan nada. No hacen caso a nadie. Hasta se engañan entre ellos", decía la semana pasada un cavernícola infiltrado en Can Barça hablando de los cracks.
¿Por qué hay que creer? Porque el fútbol es algo absurdo, cruel y caprichoso. Porque las reacciones menos probables llegan a veces sin motivo. Porque los contratos dependen de lo que ocurra entre ahora y junio. Porque la primavera siempre llega.

miércoles, 5 de marzo de 2008

El ciclo de las lágrimas

Ya ha perdido la inocencia pero cada vez que se lesiona rompe a llorar. Lo hizo a los trece años, en su segundo partido con el Infantil B del Barça, cuando un central del Castelldefels le rompió el peroné, y lo ha venido haciendo a cada nueva despedida del balón.
Parece que su talento sobrehumano y su asombrosa aceleración le vinieron dados con la condición de usarlos sólo cinco meses al año. Cada vez que lleva cuatro semanas imitando a Maradona, su nombre entra en un luctuoso sorteo en el que antes habían estado gentes como Overmars o Prosinecki. Su físico, su pasado, su explosiva juventud y su fe ciega en que sin balón no hay fútbol y que la prevención de lesiones es una quimera le han llevado a este callejón.
¿Qué hay que esperar de este Barça huérfano de vértigo? Por una parte, que su ausencia ayude a unir al equipo y pique el orgullo de los delanteros. Si la luna le respeta, Ronaldinho estará a su mejor nivel físico en quince días. La desesperada voracidad de Eto'o siempre está ahí. Y tal vez Henry, en su cinismo, recuerde que las notas de la temporada se ponen siempre en primavera.
Pero sobre todo hay que esperar que seis semanas no sean nada, que el equipo sobreviva hasta semifinales de la Champions y que los médicos y fisioterapeutas del club recuperen la vergüenza. De ese modo, Messi emulará desde finales de abril el gol de Maradona al Estrella Roja, el de Ronaldo al Valencia y el de Romário al Madrid para caer lesionado justo antes de la final de Moscú.
El Camp Nou habrá completado de nuevo el ciclo de las lágrimas, la ley de Messi, esa leyenda fatal e irresistible.

domingo, 2 de marzo de 2008

El Efecto Pigmalión

Han pasado ya ocho meses desde que Capello le quitó la Liga al Barça a base de remontadas y desde entonces he dedicado muchas horas muertas a hacer terapia, a averiguar qué pasó, a encontrar una explicación al desastre. ¿Cómo un equipo con tanta calidad pudo estrellarse tanto? Hay muchas respuestas conocidas. Fue tan simple como que el vestuario se aburguesó y trabajó menos. Al final sólo faltó un punto, un gol, es cierto. Pero si pudiera medirse el esfuerzo por litros de sudor, faltaron varias toneladas.
Viendo el eclipse del sábado en el Calderón, recordé una explicación que me dio cierto sabio que merodea esta caverna. Todo acabó bruscamente con la chilena del crack. ¿Por qué? Por el Efecto Pigmalión. Cuenta la leyenda que Pigmalión fue un célebre escultor que dedicó media vida a pulir un bloque de piedra para convertirlo en una estatua perfecta. El artista acabó enamorándose de su estatua, y sus deseos se vieron cumplidos cuando los dioses la convirtieron en mujer. Sólo su fe le libró de convertirse en un triste solterón.
A partir de su historia, los psicólogos definieron el síndrome, según el cual las expectativas sobre un grupo social pueden afectar a su forma de actuar. El experimento más amplio al respecto se llevó a cabo en colegios de Massachusetts: en vísperas del inicio de un nuevo ciclo escolar, se engañó a varios profesores diciéndoles que algunos de sus alumnos tenían una inteligencia superior y un enorme talento. Los profesores les trataron con particular deferencia y los muchachos, que eran absolutamente normales, hicieron enormes progresos académicos.
Ese éxito radicaba en una premisa fundamental: que los alumnos no supieran que se les consideraba genios. En ese caso, sus ganas de aprender habrían desaparecido y se habrían convertido en auténticos tochos. Esos temidos elogios son los que han llegado en caudalosa cascada al vestuario del Camp Nou desde 2004. A fuerza de oír que eran los mejores, explica el sabio que me contó esta historia, los jugadores creyeron que no necesitaban demostrarlo.
El chute de piropos que recibieron por ganar dos Ligas y una Champions y desplegar el mejor fútbol del mundo sólo decayó con la catástrofe del pasado año. Hasta noviembre, cuando se perdió en Getafe, el vestuario no recuperó la humildad. El diez fue entonces apartado. El equipo recuperó el espíritu, la agresividad. Volvieron los buenos resultados y todos los jugadores sufrían para ganar cada partido.
Pero entonces resurgió esa maravilla llamada Ronaldinho y voló en la noche del Calderón. Viéndole con la melena flotando, el mundo a sus espaldas y las estrellas ante sus ojos mientras remataba a gol, no resulta difícil entender qué pasó: durante 45 minutos, el Barça volvió a saberse el mejor equipo del mundo. Se olvidó de demostrarlo con hechos, pero es que hay goles que hablan por sí solos.