jueves, 29 de agosto de 2013

Una deuda saldada



La catástrofe que protagonizó Valdés ahora hace un año martillea aún algunas conciencias. Un estúpido regate sobre Di María propició el 3-2; fue el prólogo de la derrota en la Supercopa en que también ayudaron los protocolarios errores de Mascherano y Piqué. Pero en realidad fue aquel regate calamitoso el que hizo posible que Mourinho abandonara su monumento a la infamia con tres títulos, y no dos.

VV, pese a todo, sigue siendo uno de los nuestros. Un año después nos ha devuelto el título que nos birló y lo ha hecho con dos paradas antológicas que lamentablemente no se recordarán dentro de un tiempo. Sí hablaremos del remate picado de Neymar que nos dio el título, y quién sabe si algún tarado rememorará las malas artes de Godín, ese señor que perdió anoche la primera de las seis finales disputadas a lo largo de su carrera.

Los que de ninguna manera olvidarán lo ocurrido anoche son Turan y Villa. Sus dos balones llevaban el veneno del gol, el inequívoco aroma de la desgracia. Sólo un loco maravilloso sería capaz de sacar ahí las manos que tan estupendamente les ha negado a otros. Es este Atlético un equipo convencido, fanático, donde nadie sonríe, como hizo holgadamente Song en la ida. Es un Atlético de mucho fútbol y mucha hambre, que mereció más el título, que creyó más en él y que en buena lógica hoy mismo debería visitar Neptuno. El plan de Simeone, sin embargo, tenía una sola laguna: un portero de cráneo imposible, que celebró -hecho insólito- el primero de sus milagros con el puño cerrado y mirando a la grada.

Todos en el Qatar Stadium sabían anoche que la undécima Supercopa la ganó un tío que se sabe fuera del club y que nos debía una. Durante la deslucida entrega del trofeo flotaba en el ambiente el torturado rictus de nuestro número uno y por un momento alguien creyó oír, procedentes de la tercera gradería, ciertos acordes de Dylan.

viernes, 23 de agosto de 2013

Idilios



No hay cosa más incómoda y sufrida que un inadaptado. ¿Vieron a Ibra chirriar en el engranaje guardiolano? ¿Recuerdan a Lineker o Popescu con Cruyff? ¿Se acuerdan de cuando Antic entrenó -y salvó- a este equipo? ¿No les dolía la córnea en esos raros meses en que Maradona jugó en el Pizjuán, o al ver a Baggio en el Brescia? En el fútbol, territorio de bandoleros apátridas, cuesta encajar la identidad de cada cual con la historia del club, con su afición, los jugadores, la filosofía de juego.

Pero hay raros casos en que todo fluye en un mecanismo maravilloso. Así se vio el miércoles. En esa cita intensa en que Villa le ganaba esprints a Piqué y Neymar fulminaba el segundo palo resultó asombroso presenciar y disfrutar del idilio que se vive en el Calderón. ¡Todos se quieren! Simeone dirige a una turba de fanáticos que ya en la última final de Copa demostraron que habían destronado a La Banda como campeones mundiales de wrestling. Idea de juego, sí, por supuesto: morder atrás, contragolpear y mandar balones al helipuerto que Diego Costa tiene por pecho. ¿Cracks? Sí. Arda, el artista del equipo, pisando ambas áreas y barriéndolo todo. Y luego lo otro: Juanfran y cuatro compinches abroncando a Alexis después de haberle metido un codo en la boca. Godín y sus inequívocos gestos: ¡uruguayo!

Que Simeone y el Mono Burgos están encantados es evidente y lógico. Como lo es que Cerezo esté feliz: ha silenciado a sus críticos con un equipo que aspira a su sexto título en cuatro años. Pero nada es más sorprendente y más grandioso que ver a esa afición pasional y sufrida ovacionando con entusiasmo los fueras de banda o las recuperaciones en medio campo. Fuenteovejuna: sin preguntas incómodas, ni críticos, ni gourmets, ni monsergas

El Atleti, este Atleti, merece crédito como aspirante. Idilios como el que vive cuestan mucho de encontrar en el planeta fútbol. Once tíos con una idea, cosa poderosa. Todo un club hermanado, cosa terrible.

martes, 20 de agosto de 2013

Vuelve la conjura


Mucho se ha dicho ya sobre la exhibición del domingo. Gran decisión -aunque frustrante y destrempadora- la suplencia de Neymar. Buen indicio de futuras rotaciones las suplencia de Iniesta y Alba. Extraordinaria noticia la sustitución de Messi a mitad de segundo tiempo: uno puede imaginar que también a Xavi, al fin, se le reservará para los grandes días. Y, si me permiten, resultó hilarante comprobar cómo Sex, un año más, comienza en agosto su trimestre productivo, periodo que suele terminar invariablemente a principios de diciembre.


Pero si por alguna razón el debut nos evocó viejas ilusiones fue por las celebraciones de los goles. Ese entusiasmo, ante un rival que desprendió el inconfundible aroma a fiambre de los que duran poco en Primera, ya lo habíamos visto. Vuelvan a ver el choque y buceen en Youtube: verán cómo lo del domingo se parece enormemente a imágenes de octubre y noviembre de 2009, cuando comenzaba a desvelarse el plan de Guardiola y su equipazo eclosionaba.


En efecto, las miradas y gritos entre jugadores después de cada gol eran los de un grupo de conspiradores que comparten satisfacción ante un plan bien ejecutado. El arma, lo han adivinado, se llama presión. Hasta un tal Messi se hinchó a recuperar balones en la primera media hora. Imaginen cómo correrían ustedes si vieran a La Bestia Parda sudando como un pollo, vomitar y volver a morder al rival.


Lo dijo el Tata el sábado y queda repetirlo: "Soy nuevo en la Liga pero no en el fútbol". Desde luego: en quince días ha convencido a su vestuario de que se conjure para volver a correr.

jueves, 15 de agosto de 2013

La Liga en una servilleta



Y hasta aquí el desierto y la desubicación. Vuelve el balón, vuelve Messi, vuelve la mejor alienación social inventada por el hombre moderno. Y con este redondo momento de felicidad llega también la ocasión de mojarse y hacer uno de esos burdos ejercicios de futurología que invariablemente acaban en bochorno, excusas y sonrojo. Pero no seamos cobardes. Como a los gorrinos les encanta revolcarse en el fango, a los futboleros nos gustan las profecías. Y más que ninguna otra, aquellas que hacemos con los ojos brillantes junto a una servilleta de bar donde hemos dispuesto, con mano temblorosa por la emoción, el once de nuestro equipo. Seamos sinceros: es cierto que en el eje de la defensa hay una nada, apenas confortada por una mancha de aceite del bocadillo de jamón, pero al menos ese vacío queda entre Valdés y Busquets, y bien cerca aparece Alves. Las cuatro letras de Xavi no figuran aquí desgastadas, ni cansadas, ni saben nada de tendones crispados. Tremendo es lo que hay en la parte izquierda del papelito, donde uno lee con enorme cosquilleo subabdominal “Alba, Iniesta, Neymar”, y en aquel otro rinconcito recuperamos la fe en Alexis -¿qué sería del fútbol sin el amor a las causas imposibles?- y arriba, envuelto en el torpe dibujo de una estrella, está el amuleto que nos hace sentir únicos en el mundo y elegidos de la historia, ahí, junto a un resto de espuma de cerveza, ahí campa el dorsal 10. Y en ese preciso instante, el oráculo habla a través de nuestra euforia.

Y nos dice que el Atleti es cosa seria, que el triceratops de Simeone sigue ahí, pero que sin Falcao y con Villa es mucho menor, y que difícilmente aspirará a colarse en el duelo de siempre. Y que por tanto, somos nosotros o La Banda. Y que es verdad que con esta directiva incapaz y rencorosa no podemos contar para empujar al equipo, y que ahí salimos perdiendo respecto a un Florentino obsesionado con la victoria, que, dentro de sus delirios, hace cuanto puede. Y si bien nosotros llegamos de ganar la Liga y el rival de otro año de fracasos, el efecto Tata iguala el hambre que hay en uno y otro lado. Y también intuimos que, a pesar del desastre cometido con Valdés, y del adiós de Abidal y de piezas clave del cuerpo técnico, en nuestro vestuario sigue mandando un grupo de gente sana y competitiva con un cierto sentido de la civilización, mientras que los distintos comandos armados de esa otra casa se abocan a la difícil digestión del postmourinhismo. Y al final de nuestro trance adivinatorio, nos queda, arrugada pero triunfal, la servilleta, y en ese pedacito de papel translúcido aparecen nueve nombres (y dos borrones) que, incluso a pesar de la yegua, son sencillamente superiores.


En unos meses, por supuesto, el azar del juego y el millón de detalles que entran en juego harán saltar por los aires cualquier pronóstico para avergonzarnos un año más. Hasta entonces, entornen los ojos, abriguen sueños salvajes y disfruten de su servilleta. 

martes, 6 de agosto de 2013

El horror viste de azulgrana (IV). Alfonso.





Que el patatal del Getafe llevara su nombre debería habernos hecho sospechar. Fueron los propios vecinos de esta localidad los que oficiaron en votación el bautismo, cosa que, vista en perspectiva, es una injusticia histórica para getafeños puros que sí sudaron esa horrenda camiseta, como Güiza, el Cata Díaz o el mito Pedro León.

El caso es que Alfonso Pérez daba nombre a un estadio desde dos años antes de que Gaspart decidiera tirar 3.000 millones de pesetas por él. Lo hizo a petición de Serra Ferrer, un señor con bigote y afinidades políticas próximas a las de Núñez que una vez entrenó este equipo.

No negaremos que el tío tenía un pasado. Con el Betis firmó alguna que otra obra de arte, un día le rompió la cintura por siete sitios a Bogarde y obró aquel milagro con la Selección que acabó con Guardiola y Camacho abrazados en medio campo. Lo triste de analizar el papel de Alfonso en el Barça es admitir que llegó a ilusionarnos. Eran los días de lujuria gaspartiana posteriores a la venta de Judas. Y creímos.

Pues bien, Alfonso, el de "Qué bonitos, qué bonitos son los goles de Alfonsito", el de los 3.000 millones, cumplió con la cantinela e hizo la friolera de dos goles en 21 partidos de Liga, con el agravante de que él y sus fraudulentas botas doradas los anotaron ambos en un mismo choque, jugado en Anoeta. Basta decir que Saviola y Dani García rindieron mucho más, por no hablar de Kluivert.

Alfonso acabó cedido al cabo de año y medio al Olympique de Marsella, reptó durante un tiempo y se retiró. Fue entonces cuando supimos de su de su talla moral. Primero atacó a Guardiola por sentirse catalán -¡Anatema! ¡A mí la legión!- y luego culminó su atraco al Camp Nou eligiendo lucir la camiseta de los veteranos de La Banda.

Bonus track: Cuentan que al padre de Alfonso le tocó negociar el contrato de su hijo con Nike allá por 1996. Al otro lado de la mesa, un asombrado Sandro Rosell le escuchó decir que su chaval era el mejor jugador del mundo (eran tiempos del Ronaldo del Barça, por ubicarles). Cuando al fin se pusieron de acuerdo, Pérez padre avisó de que tocaba hablar del "segundo mejor del mundo". Hablaba de un segundo hijo, un tal Iván Pérez, que ni era negro, ni repartía estopa en las piscinas de waterpolo, ni, es de suponer, tiene estadios a su nombre.