viernes, 29 de febrero de 2008

El fraude en el fútbol

Visita el Barça el Vicente Calderón para jugar ante el Atlético que se siente un grande y vive en su fantasía. Su grandeza, sin embargo, es poco más que una patraña caduca, un mito que se fundamenta sobre tres patas: por una parte, su inigualable y emotiva exaltación de la derrota, por otra, el gusto por los finales cardíacos, las gestas imposibles y los desastres bíblicos, y por último la clase periodística de Madrid, que ama a este club sin mesura ni rubor.
Para una generación, el Atlético es el gran equipo de Aragonés que jugó una final de Copa de Europa y la perdió cruelmente. Para la siguiente, la chirigota de Gil, que en 17 años ganó tres Copas y una Liga pero malgastó millones tan generosamente que se ganó la simpatía de muchos y la consideración de tercer equipo de España.
Pero leyendas al margen, el Barça juega hoy contra un equipo que ha ganado sólo cuatro de los últimos 15 puntos en juego, que en los últimos ocho años ha tenido menos participación en Europa que el Mallorca, el Villarreal o el Getafe y que tiene menos aficionados que el Valencia o el Athletic de Bilbao. Hablando de leyendas: hubo una vez un centrocampista total, que barría el centro del campo con furia, movía el equipo con criterio y veía portería con facilidad.
Pobre Thiago. No quiso ser una estrella. Un fichaje perfecto para el entrañable Atleti, que no quiere ser grande.

martes, 26 de febrero de 2008

De romanos y godos

Miércoles, 22.00 horas. En ese momento, Barça y Valencia saltarán al Camp Nou a por un puesto en la final de Copa del 16 de abril. El Barça es el conjunto copero por excelencia por su ciclotimia, su impulsividad, su amor a las remontadas y a los partidos a vida o muerte lejos del escenario internacional.
No es casualidad que haya ganado más títulos -24- que nadie, pero, sin embargo, actualmente atraviesa la mayor sequía de su historia. Este año se cumple una década del último título, algo que no había pasado nunca. Haciendo memoria de las finales que pude vivir, encuentro varios motivos para amar este título:
1) Año 88: Alexanko marca a lo Bruce Lee en una final en que la Real fue mucho mejor. Nos entrenaba Aragonés, que salía de una depresión. Ese Barça entrañable…
2) Año 90: 2-0 al Real Madrid. Txiki demuestra que dentro del área pequeña se pueden hacer pases de gol.
3) Año 96: No logro recordar quién demonios es Pantic.
4) Año 97: Amunike remata y el disparo, que iba fuera de banda, rebota en dos tíos y un traidor para acabar en gol.
5) Año 98: La gente recuerda a Hesp. Para mí será siempre la final en que alguien atendió a mis rezos en arameo y mandó fuera el penalti de Stankovic. Y ¡ojo!, Bogarde fue titular.
Estando el Barça al nivel que está, abierta por fin la caja de Pandora, cuesta ser moderado en los pronósticos –sí, veo un 6 a 1-. Pero ocurre que jugamos contra un rival desesperado, que se juega todo el año en 180 minutos y que hará lo posible por llegar vivo a Mestalla. Este equipo triste de Koeman me hace pensar en un profesor que explicaba que los pueblos godos eran irreductibles para los romanos porque libraban las batallas a las puertas de sus poblados, con sus mujeres e hijos dentro, sabiendo qué pasaría si eran derrotados.

viernes, 22 de febrero de 2008

23 días de vino

Los calendarios no engañan: si todo va bien, al Barça le quedan 23 partidos desde ahora al final de la temporada. Eso incluye 14 partidos de Liga, las semifinales y final de Copa –que jugaremos siempre y cuando el Valencia no fiche al Piojo este fin de semana-, la paliza al Celtic en casa y, por supuesto, los cuartos, semifinales y final de la Champions.
Fue Michael Jordan quien popularizó el número 23. El Pelé del básket tuvo tanto carisma, tanta ambición y tanto talento que jugadores como Henry, Ronaldinho o Bojan le señalan como ídolo. Ese mismo guarismo ha servido también como cimiento de amores ancestrales y ha acabado por tener la fuerza del 9, del 10, del 11, a pesar de que en los últimos tiempos, gentes como Beckham, Oleguer o Tamudo se han apropiado de su dorsal.
El legado de Jordan, sin embargo, pervive. Os adjunto una frase que resume su filosofía y que he recordado esta mañana viendo sudar los petos a los chavales. “If practices were harder, the actual games would be a lot more fun”. El Barça lleva quince días entrenando como si esto fuera el Piamonte, la enfermería se ha vaciado y los cracks han comprendido al fin que en cada partido se juegan el orgullo. Ya sabéis, aquello tan simple y bello de que quien no marca, no sale en las portadas.
Por eso el oráculo de los viernes me ha premiado con una cita que anuncia que esta semana disfrutaremos: "Para no ser los esclavos martirizados del tiempo, embriagaos, ¡embriagaros sin cesar! con vino, poesía o virtud, a vuestra guisa".
Brindemos por 23 días de gloria.

martes, 19 de febrero de 2008

El regalo del nigromante

Hay algunos secretos que se pueden resumir en una sola frase, palabras que resumen siglos de sabiduría y oscuros sortilegios que rara vez ven la luz. Cuando lo hacen, pueden desatar tormentas, desastres y auténticos leviatanes.
Cuento esto porque poco después de ser injustamente destituido del Real Madrid, Fabio Capello tuvo un acto de resentimiento con el club blanco que quedó recogido en los diarios. Hoy sabemos que sus palabras eran un mensaje cifrado para el Barça, para los Valdés, Puyol, Márquez, Milito y Abidal. Dijo así el hechicero: “Remontamos en los minutos finales por las ganas, por el espíritu, por el convencimiento… La cosa más importante en el fútbol es estar convencido”.
De un plumazo, Capello desvelaba su propia fórmula –que le valió para ganar ocho títulos de Liga- y desmontaba el mito de 100 años de triunfal historia del Real Madrid. Y daba al Barça, además, la clave para volver a imponer su indudable superioridad futbolística.
El mes de febrero es un mes aparentemente inútil en el devenir de los campeonatos. Pero ocurre que es precisamente la rampa de lanzamiento para todo lo bueno que pueda ocurrir en el futuro. Es el mes idóneo para que, de un día para otro y sin ninguna razón que lo justifique, los jugadores se miren y se crean que van a ganar. Viendo lo que ocurre sobre el césped a día de hoy, se diría que sólo nuestros defensas están convencidos, pero quién sabe, con la primavera a la vuelta de la esquina tal vez eso se contagie al resto del equipo.
Los que tienen fe, rara vez pierden. Miren al pobre Capello, insultado hasta la saciedad, con esa mandíbula de culturista, esas gafas de intelectual fraudulento. Ocho ligas y una Champions le contemplan. Sabía convencer a sus hombres.

viernes, 15 de febrero de 2008

Cuando acaba el deporte

Asisto en directo a la muerte deportiva de Ronaldo y no puedo reprimir una gozosa y secreta satisfacción: se ha hecho justicia. Ni una conspiración bicéfala entre Florentino y Berlusconi habría torturado con tanta saña al barcelonismo simpatizante del Inter como hizo este ariete. Despidamos a Ronaldo, ese niño de ojos rencorosos que, de tener una última vida como jugador, la pasaría formando pareja atacante junto a Tamudo.
Sumió en la depresión al barcelonismo para marcharse el Inter y regalar un año de magia al popolo neazurro, al que dejó al borde del suicidio cuando tras dos años de lesiones decidió irse al Madrid a celebrar su recuperación. Aunque no era el mismo, goleó como Hugo Sánchez antes de completar su crimen y largarse al Milan. Y, por fin, luciendo de rossonero, la justicia divina se abatió sobre él al fin.
Su tercera y definitva lesión de rodilla le apartará de lo que más amó y le hermanará con esa gente desubicada y herida que son los ex futbolistas. Quién sabe si ese chasquido de su tendón rotuliano resonará en la cabeza de Ronaldinho, cuyo futuro como azulgrana pende de un hilo y cuyo futuro como estrella necesita un milagro. Si el diez que nos enseñó que se puede ser el mejor entre sonrisas quiere volver a disfrutar sobre el césped tal vez haría bien visitando a Ronaldo en la clínica parisina de La Pitié Salpetriere. “No pierdas ni un día más, también el fútbol se acaba”, le diría el ídolo caducado.
Mucho más cerca le queda a Ronaldinho el recién cesado sargento Ivanovic. Pese a su rictus imposible, siempre sentí simpatía por él. Porque su mensaje era muy simple: el deporte no es para siempre y hay que vivirlo con pasión y entrega. Y además, se enamoró de Barcelona después de haber recorrido media Europa. Se lo confesó a su mujer en un susurro tímido, apostado en el balcón de su casa: “No me quiero ir nunca de aquí”. A Ronaldinho le haría mucho bien ver la cara del serbio el día que se vaya al aeropuerto del Prat para no volver.
PD. No hay sólo rencor en mi persona hacia Ronaldo. Es el jugador más parecido a la perfección futbolística que he visto, y una vez le dediqué estas líneas.
Los que le vieron jugar entre 1996 y 1998 cayeron rendidos a sus pies. Era una estrella caída del cielo, un héroe en la senda de los cuatro grandes de la historia del fútbol. Su arrancada era milagrosa, sus fintas, un atisbo del más allá. Era tan bueno y tan superior a los demás que se rumoreó que había pactado con el Diablo: sería el más grande a condición de llevar la infelicidad a cuantos le amaran.
Se le recordará como el delantero efímero que cabalgó con furia el balón dejando una ristra de corazones rotos a sus espaldas; para algunos será sólo un niño que perdió la inocencia sobre el césped”.

lunes, 11 de febrero de 2008

Así empieza todo

Hoy es necesario que escriba un cuento infantil que va mucho más allá de empates afortunados y goleadas sangrantes. Un cuento tan importante que se remonta al día que nació el fútbol.
“Cuentan que fue así: había dos niños, Gabriel y Guillem, que se acostumbraron a estar juntos desde sus primeros días. Lloraban, comían y dormían a la vez. Respiraban como uno solo. Aprendieron a gatear la misma semana y sus primeros tambaleos andantes tenían rumbo a un mismo abrazo.
“Un buen día, cuando ya había crecido lo bastante, Guillem sorprendió al mundo gateando a toda velocidad rumbo al pote de las galletas. Al llegar, sonrió complacido. Entonces no lo sabía, pero acababa de descubrir el Juego.
“Poco después, estando los dos en el parque, descubrieron una bandada de palomas al sol. Sin necesidad de mirarse decidieron disolver la reunión y rompieron a correr hacia ellas. Una contagiosa carcajada acompañaba cada nuevo paso y de ese modo celebraron el descubrimiento del Deporte.
“Y llegó, por fin, el día en que se enfadaron: Gabriel se esforzó por alcanzar una pelota antes que Guillem y cuando la tuvo no se la quiso dar. Sus caras crispadas reflejaban la excitación de haber dado con algo nuevo: la Competición. Al día siguiente, en cuanto apareció la esfera multicolor, Guillem hizo la trabanqueta a su compañero de aventuras. Había nacido el Fútbol”.
Si alguien me preguntara cuál es mi imagen preferida de este deporte, ésa sería la de un balón perdido en mitad de la nada, esperando a ser encontrado. Su soledad contempla todas las posibilidades y emociones que conoce la humanidad. Y si alguien me preguntara con qué imagen describiría la vida, elegiría la de unos padres acariciando con un dedo a su diminuto recién nacido.
Una pelota pesa un máximo de 450 gramos y su circunferencia se mueve entre los 68 y los 70 centímetros. Mis sobrinos, nacidos hoy, son más o menos lo mismo: dos minucias redondeadas con toda la infinidad del mundo por delante.

viernes, 8 de febrero de 2008

A los que creen

Hay en Barcelona un gran cavernícola que en plena ruptura sentimental filosofó sobre sus prioridades: “En la vida sólo hay una cosa segura: que el Barça juega el fin de semana”. Eso es, en esencia, el fútbol: la espera a que algo ocurra. Que un balón perdido caiga donde debe, o una rosca supere la barrera, que un rebote acabe en gol o una pifia arbitral desate la euforia.
Es la fe la que distingue al buen barcelonista. Por ilimitada que sea su capacidad para atraer el desastre y resignarse a cualquier derrota, en su recóndita intimidad esconde a un optimista. Hay quien no llega a ser consciente nunca de su condición de bienpensante. Hay quien se avergüenza de ello: haber vaticinado que el Barça de Gaspart, Rexach y Rochemback ganaría la 'Champions' tiene consecuencias para la autoestima intelectual del profeta de turno. Y está también esa especia exótica y necesitada de un buen afeitado, los nacidos después de 1984 –es un decir-, que parpadean con asombro cuando se les habla de los palos cuadrados de cierta ciudad Suiza. Estos últimos, como es lógico, viven instalados en un saludable optimismo y son la prueba de que no es que los ganadores escriban la historia, sino que sólo los perdedores se interesan por ella.
Hablaba del optimismo porque mañana visitamos al Sevilla, seguramente el único equipo de España capaz de humillar a este Barça casto y sufrido de los últimos tiempos. Sólo con imaginar lo que Capel es capaz de hacerle a Oleguer –sí, amigos, vuelve el gran Barça- le entran ganas a uno de seguir a esa extraña perversión que es la sección de hockey patines.
Pero a eso de las 10 de la noche, como siempre, estaremos ante el televisor rezando oscuras plegarias para seguir soñando con la Liga. Porque sólo los que tienen fe prefieren el fútbol al cine. Porque juega un Barça que no hace tanto era el mejor equipo del mundo. Y porque no hace ni una semana que Xavi, seguramente el peor finalizador del equipo, obró un milagro. Lo visteis, ¿verdad?
Porque tenéis fe. Guardaré el secreto.