Cuentan los que le vieron jugar que fue tan bueno, tan bueno, tan bueno que era indiscutible en la mejor plantilla del nuevo milenio. Los que corearon una vez su nombre -dos sílabas, vocales tónicas, como si quien le puso el apodo lo hubiera hecho pensando en la grada del Camp Nou- lanzaban tal torrente de elogios sobre él que aún hoy es imposible discernir la verdad de la leyenda, la estadística de la devoción.
Fue tan bueno que los rumores sórdidos y las historias rocambolescas entorno a su persona se multiplicaron, acuciadas unas veces por la admiración, otras por la envidia. Se le atribuyeron decenas de esposas celosas, multitud de problemas conyugales, y complicadas tretas para ver a sus hijos, se especuló con las raras enfermedades de sus vástagos, con sandalias doradas de reconciliación, y hasta con peleas multitudinarias en plena Rambla, se dijo que llevaba tatuado un samurai a al espalda y en el súmmum del delirio, hubo quien aseguraba que fue padre con 12 años.
Y todo porque fue tan bueno.
Las fuentes más fiables hablan de un centrocampista que presionaba y mordía, que afilaba sus tacos antes de saltar al césped para mecer sedosamente el balón. Aseguran que pivotaba sobre el balón como sólo los artistas sudamericanos y los flamencos del fútbol sala saben, que su control a primer toque rompía cinturas y que su sola gravitación creaba espacios. Que chutaba y asistía. Dicen que conocía el camino de la escuadra y que se crió en la cocina del fútbol, la medular, donde le enseñaron a atacar en oleada y a destruir con furia. Hasta cuentan que aprendió el seceto de la pausa y que su primer juguete fue un gnomon. Que detenía el fútbol con su sabiduría y lo propulsaba desde sus cuádriceps de enano. Hay quien asegura que le vio en la derrota destruyendo un vestuario, gritando a sus compañeros y a sí mismo, clamando que nada le gustó tanto como la única profesión que se le conoció: la de ganar.
Así cuentan que fue Anderson Luis de Souza, Deco, que jugó en una era pretérita junto a Ramallets, Alcántara, Marcial, Suárez, Simonsen, César y Bakero, quienes se referían a él, con cariño, envidia y rencor, como El artista en la trichera.
2 comentarios:
I també s'explicarà d'ell que va preferir quedar-se a casa abans de patir una derrota humiliant al Benabéu. Que les males llengües asseguren que va fer bulling a una jove estrella de 17 anys.
Deco ha acabat una era. És una llàstima, però és així.
Dejando de lado su vida privada díscola y atormentada nadie puede negar que es un futbolista total, lo hace todo y lo hace perfecto.
Paz a su alma.
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