lunes, 12 de enero de 2009

Te amo

Era la celebración del primer gol en el Calderón, la primera alegría de las seis que ha habido esta semana, y Alves agarró a Messi, le abrazó y le gritó en el oído lo que siente el barcelonismo: "¡¡Te amo!!".
En este frío invierno en que batir récords parece cosa de rutina, en que no importa perder en el minuto 80 porque sabes que probablemente la cosa acabará en victoria, Messi está reeditando sensaciones que sólo los más grandes han hecho sentir al Camp Nou. Desde el primer día en que apareció por La Masia se veía que era un crack, pero es ahora cuando ha entrado en la dimensión vetada al resto de los mortales.
En los últimos 20 años, pocos jugadores han alcanzado el nivel actual de Messi, en que combina fantasía y confianza hasta llegar a ser tan decisivo como lo ha sido esta semana, en que ha sumado cuatro goles, una asistencia y ha participado también en el sexto. Podríamos recordar al Stoichkov que convirtió la furia en una virtud, a aquella maravilla llamada Romário que nos hizo creer en la 93-94 que todo es posible con un balón en los pies. A esa explosión de fuerza y talento que era Ronaldo antes de entrar en el lado oscuro y criar barriga, a ese héroe solitario llamado Rivaldo que nos dio tantas tardes de gloria. Podemos recordar a ese diez tocado por los dioses que fue Ronaldinho durante tres temporadas, que en su temporada de máxima exuberancia futbolística acabó la temporada con 25 goles y 20 asistencias, un registro que parecía sencillamente insuperable.
Messi, al que además acompaña un equipo hambriento y solidario, suma ya 20 tantos y 10 pases de gol. Al final de cada partido, uno reza para que no se lesione. El inicio de cada día sin fútbol llega ahora lleno de suspiros, renecs y consultas al calendario para ver cuándo vuelve a jugar este Barça indomable. Y uno concluye que no aguanta un día más sin ver en acción a esta increíble Bestia de 169 centímetros de estatura a la que el fútbol ama.

lunes, 5 de enero de 2009

El diez más grande

Cuesta creer que Maradona haya tardado un cuarto de siglo en volver al primer estadio europeo que le idolatró como al más grande. Pero son cosas del ego: basta recordar el cuidado tango que se marcó el sábado el diez más grande ante Cruyff para ver que sencillamente no le dio la gana venir antes para no regalar una foto a Núñez ni a Gaspart.
En este blog somos -aviso para navegantes- muy maradonianos y guardamos material altamente freak para cuando llegue el triste momento de recordar su figura. Pero hoy quería hablar de la relación que dos barceloneses tan ilustres como anónimos tuvieron con el semidiós argentino. Tita Vidal era por entonces enfermera y trabajaba en el departamento de epidemiología del ayuntamiento de Barcelona. Cuando había una epidemia o una infección rara, su trabajo consistía en vacunar a los pacientes, a veces a colegios enteros, otras a enfermos de Sida de cuando El Raval era el Barrio Chino.
Un día le comunicaron que tendría que poner inyecciones de la Hepatitis B a un contagiado de la zona alta de Barcelona, ni más ni menos que en la avenida del Tibidabo. Cuando llegó a la dirección, le costó reprimir una mueca de asco. Gente tirada por los suelos, evidentes signos de que allí había mucha droga y que había tenido lugar más de una orgía. Durante meses le tocó poner inyecciones a aquel chico de los rizos "que semblava un gitano" y por quien no sentía el menor atisbo de simpatía.
En la misma época, al disortado Maradona le rompieron la pierna. Fue una barbaridad de Goikoetxea, del Athletic, pero El Pibe ni se quejó. Para recuperarse, el club puso a su disposición a Joan Malgosa, que era entonces recuperador de lesiones y preparador físico. Tras cuatro décadas de profesión, Malgosa se pasea aún por el centro de la ciudad en compañía de su diminuto perro. Y a quien se para a escucharle, le suelta verdades como puños: que los futbolistas, al lado de motociclistas o tenistas, eran unos vagos. Que a lo largo de su carrera encontró poquísimos jugadores de fútbol realmente profesionales. Y que en eso, el número uno fue Maradona.
Cuando entrevisté a Malgosa, Maradona pasaba una mala época. El veterano preparador físico se lamentó de que hacía tiempo que no le llamaba -cuando lo hacía, el astro le llamaba "Papi"-. Ojalá le haya visto estos días. Y ojalá Tita Vidal llegue a comprender algún día que el brazo que tantas veces perforó era el de un pedazo de historia, el de una leyenda, el del hombre que encarnó como nadie la grandeza y las miserias del fútbol.

miércoles, 31 de diciembre de 2008

'Man of the Year'

A fuego lento, como las buenas recetas. Así es el fútbol de Xavi Hernández y así ha llegado al Olimpo de los cracks. A la hora de hacer balance del año, es más fácil quedarse con el juego exuberante de Torres, Cristiano Ronaldo o Messi. Pero lo que hace Xavi con la velocidad de un niño de seis años tiene más mérito.
De sus fabulosas cargolades cuando algún insensato le entra de golpe para robarle el balón, de su visión de juego y su recuperada ambición han salido algunos de los mejores momentos que se han visto este año en el fútbol mundial. En el año que empezó como el del hundimiento definitivo del Barça, Xavi comprendió, a sus 28 años, que había llegado su hora de decir que el equipo es suyo.
Lo hizo en un equipo en ruinas en que sólo Milito y Touré rendían al nivel Barça. Él, que lleva en su cabeza el mapa secreto de la ruta Cruyff hacia los secretos del buen fútbol, pasó de ser un arquitecto lúcido a un ejecutor perfecto. Acabó la temporada con su récord de goles y, sobre todo, demostrando a Deco que era mejor que él. Luego volvió de la Eurocopa convertido en el centrocampista más decisivo del continente, capaz de abrir la lata en semifinales, y tan bueno que hasta un mal pase suyo se convirtió en el gol decisivo que dio a España el título.
Lo mejor estaba por llegar. El nivel que está ofreciendo Xavi en estos tres meses de sinfonía exquisita con Guardiola supera a cuanto se haya visto de él hasta ahora. Lo ha hecho, además, ante el escepticismo de la eterna legión de críticos que le acompaña. Pero los números no engañan: suma seis goles y 14 asistencias. Sólo Messi es más productivo, pero el seis, además, acompasa las agujas del reloj del Barça.
Maqui, ese jugador feo, pequeño, diestro y sin cambio de ritmo ha alcanzado este año el nivel prodigioso de Lampard y Gerrard, y lo ha hecho sin zapatazos y reivindicando la artesanía del fútbol de toque.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Sobre la felicidad

El buen barcelonista lleva una semana levantándose mal. Encendiendo el teléfono móvil con la certeza de que le han llamado del hospital, de que ha ocurrido una desgracia. Consultando si su banco ha quebrado. Sorprendiéndose cada vez que abre el armario y dentro no encuentra a ningún hombre musculoso con un escudo del Espanyol tatuado en el tríceps. Comprobando, asombrado, que Messi no ha dado positivo en ningún control antidoping. Muchos han optado por somatizar tanto desconcierto, pillar la gripe y así poderse quedar en la cama a meditar su suerte.
Y todo porque la semana prevacacional fue tan perfecta (el clásico, el sorteo de Champions, la victoria en Villarreal, la ventaja en lo alto de la clasificación y los fichajes de La Banda) que el barcelonista espera ahora que se le castigue por tanta felicidad. Uno no sabe si esta predisposición innata al sufrimiento tiene raíz en nuestra cultura judeocristiana ("¡Arrepentíos, arrepentíos!") o se explica más bien por la historia del club: el robo de Di Stéfano, los palos de Berna, las dos décadas de Rexach, las lesiones de Maradona, los penaltis de Sevilla, etcétera.
La realidad es que el Barça es así. Patidor y cenizo. Los culés suelen coincidir en que la alegría por ganar la primera Liga de Rijkaard fue menor a la tristeza del desastre del Tamudazo. El éxtasis de la Champions de París habría sido una minucia al lado del luto que habría seguido en caso de haber perdido. De hecho, en este club sólo idiotas insensatos como Maxi López han sabido celebrar las cosas como se merecen. Miren a Belletti: él sí parecía del Barça. Marcó el gol de la década y no sabía si reír o llorar. Lo celebró una hora después de acabado el partido, saliendo en chancletas al césped de Saint Denis a escuchar el silencio del estadio y a mirar la portería donde hoy está su altar.
El Barça, en la victoria, parece un escolar tímido al que la profesora más odiosa felicita por un examen: sólo quiero que acabe el tormento. Y en la derrota, pues eso: reniega de Di Stéfano, de los palos cuadrados, de Duckadam, de Gaspart y de la madre que los parió a todos.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Morir en azulgrana

Tenía el aspecto inconfundible de un freak o de un postyonki. Era uno de esos culés al filo de la patología mental que pasaba el día en el Camp Nou, viendo entrenamientos de mayores y niños, paseando arriba y abajo, y ejerciendo de embajador de los jugadores entre los aficionados y de cónsul del culé en el vestuario.
Su indumentaria se componía inevitablemente de chándal o ropa ajada y por eso sorprendió a todo el mundo cuando el pasado sábado apareció en el Miniestadi entrajado para ver jugar al Orihuela y al Madrí, esos equipos menores. Ocurrió que los jugadores del Barça Atlétic le querían hacer un homenaje y le habían regalado un segundo traje, el oficial del equipo.
Con su atípica vestimenta, pero con el moreno y el graciejo de siempre, Cristóbal vio a los chavales, que ganaron por 4-0, antes de desplazarse al Camp Nou a asistir al último Clásico de su vida. Las televisiones le han recordado esta semana en escenas que recuerdan que los futboleros de verdad tienen un inevitable punto de locura. Hablaba con Eto'o de qué había comido, se abrazaba a Jorquera -sí, el que había antes del señor de la coleta- y aprendía a chutar con rosca con un maestro llamado Ronaldinho.
Si le hubieran preguntado cómo quería morir, Cristóbal habría pedido caer fulminado después de que su equipo masacrara el Madrí. Alguien le escuchó y le concedió un infarto al poco de que el húmero de Cannavaro comprobara la dureza de los palos del Camp Nou. En la semana en que se decide el futuro europeo del Barça, viene bien recordar que a este hombre le daba igual el alevín de la Rapitenca que el Milan. Porque él era del Barça, el equipo que juega a 50 metros del cementerio de Les Corts donde fue enterrado.

domingo, 14 de diciembre de 2008

El día perfecto

En la caverna corre hoy la cerveza y se asan jabalís. Sus gentes se abrazan y cantan canciones desafinadas. Hay cola en los kioscos y ganas de sintonizar Antena 3. Es el merecido homenaje que tienen los buenos guerreros, los que sobrevivieron al Clásico y pueden celebrar haber nacido a este lado de la trinchera.
El Barça-Madrid es siempre un día especial, en que se concentran las emociones y se embotan los sentimientos. El de ayer no fue una excepción: de Barcelona a Pekín y de Pekín a Nueva York hubo gente que estrenó televisor nuevo para ver a Messi más guapo. Hubo gente que recurrió a sus fieles de las grandes noches para reeditar la tradición de la danza de la guerra ante el eterno rival, hubo quien se reencontró con su infancia de batas azules y rojas -de blanco iban las enfermeras que te pinchaban el brazo un segundo después de preguntarte si te gustaba el fútbol, ¡traidoras!-. Y hubo corazones que justo ayer dijeron que no pueden más y pasaron el partido en un quirófano entre batas blancas.
Todo eso fue un Barça-Madrid que dejó escenas imborrables. Mecidas por el Perfect Day de Lou Reed se suceden hoy imágenes de esa calamidad desvergonzada que se llama Drenthe, del fanatismo de Sagado besándose el escudo, la grandeza de Casillas volando bajo la lluvia para parar un penalti, la locura africana celebrando un gol, los puños de Valdés bajo el chubasco, la legión de ancianos de la grada recibiendo con una muralla de cuernos a Palanca en un saque de banda.
El Barça-Madrid es la mirada de Messi fija en el balón antes de que le llegara en el último minuto, cuando ya había decidido lo que iba a intentar. Es ese balón flotante [http://es.youtube.com/watch?v=Y7JI1a-iS6k (1' 29")], colgado del aire mientras el argentino y otras 100.000 personas lo empujaban con los ojos hacia la red.
Fue una dulce agonía que ocurrió instantes antes de que Barcelona entera se abrazara a un barril de cerveza para poner punto y final al día perfecto.

jueves, 11 de diciembre de 2008

La pesadilla

El barcelonismo comparte una pesadilla: en ella, sobre fondo verde y ante el silencio sepulcral de la multitud, una decena de jugadores vestidos de blanco se abraza.
Eso no cambia ni siquiera en tiempos de euforia, en que el club quiere ganar, el vestuario es una piña y el equipo hace un fútbol excelso. Llega La Banda rota, como el espejo roto de las convulsiones que ha vivido la Casa Blanca en el último lustro, con un fútbol lamentable y una alineación escandalosamente descompensada.
Pero es el Madrid, el equipo más ganador de la historia del fútbol. Y es el Barça, el equipo que ha tenido la épica misión de plantarle cara proponiendo fútbol de museo, funambulsimo táctico y malabarismos con la pelota. La caverna vive una semana de miedo, casi de depresión. La llegada de Juande hará reaccionar al vestuario blanco. Elementos como Guti o Sergio Ramos se agigantan estos días en un equipo desesperado y acuciado por la posibilidad de salvar una temporada que pinta fea. El orgullo de Raúl, Hijo de Di Stéfano, acalla toda lógica de la superioridad arrasadora azulgrana. Y Dios no quiera que para hablar de Saviola haya que sacar del olvido a personajes lamentables como John Wilkes Booth.
Para añadir histeria a la situación, el fútbol ha mandado un aviso esta semana: el Barça sigue siendo el de los palos cuadrados de Berna, el equipo que queda primero de grupo para exponerse a un enfrentamiento con Chelsea, Inter, Olympique o Arsenal.
Que empiece ya. Que acabe. Que por lo menos rasquemos un empate. Que disfrutemos de esta pesadilla del fútbol por muchos años.

viernes, 5 de diciembre de 2008

El último imperio

Ésta es una entrada de homenaje a la sufrida generación que aprendió a insultar, a renegar y a emplear vocablos que escandalizaban a sus madres viendo en el televisor a Buyo, Míchel, Butragueño, Martín Vázquez, Hugo Sánchez y compañía. Los barcelonistas que nacieron al fútbol tras el desastre de Sevilla vivieron un interminable lustro entre 1986 y 1990. Ser del Barça equivalía a llorar, frustrarse y dudar de una cosmogonía balompédica, que un año tras otro llevaba el "Aquest any, tampoc" al Camp Nou. En aquel tiempo, el único consuelo posible consistía en exorcizar los demonios propios insultando con saña a los jugadores del equipo campeón cuando jugaban en el Camp Nou.
Dejando aparte el último par de décadas de asombrosos éxitos del Barça, el fútbol español tiene dos etapas: antes de Di Stéfano, y después de Di Stéfano. En los años remotos, antes de que La Saeta inculcara al Madrid su insaciable voracidad, no había un claro dominador en el fútbol español: el Barça era el equipo con más títulos (seis), seguido de Athletic de Bilbao (cinco), Atlético de Madrid (cuatro), Valencia (tres) y Real Madrid (dos).
Pero con el portento argentino de su lado, el equipo blanco convirtió la Liga española en su coto privado de caza. Dicen los antiguos que los árbitros ayudaron. Con perspectiva, no parece que un equipo que tenía por estrella a ese perdedor resignado que era Rexach pudiera hacer nada contra una secta balompédica adicta a la unión y al éxito. Entre 1954 y 1990, La Banda se llevó 23 títulos. El Barça, ya entregado a las convulsiones internas y al victimismo, cuatro. Y el último conjunto que marcó época encadenando más de dos títulos seguidos antes de la llegada del Dream Team, fue aquella maravilla de la técnica llamada Quinta del Buitre.
Debieron de ser muy buenos. Jugaban al ataque y eran terribles. Aún tienen el récord, con Schuster a la batuta, de haber sido el equipo más goleador de la historia de la Liga. Butragueño driblaba en un palmo y Hugo Sánchez podía enganchar de espaldas al mundo esos remates en que empalmaba apuntando de forma centera a la Sagrada Família. Martín Vázquez y Míchel eran los mejores volantes de España. Buyo tenía alas y hasta Sanchis, Tendillo, Chendo o Camacho daban miedo. Sin embargo, aquella gente nunca gustó a nadie en Barcelona. Ningún niño les tenía en sus carpetas, tal vez sí en sus pesadillas.
Para ellos este silencioso reconocimiento.