domingo, 30 de diciembre de 2012

1471: El año de La Bestia






Y el abuelo, mirando el póster, entre grandes esfuerzos y torsiones de la memoria, abrirá la boca al fin: “2012, año glorioso”. Sin Liga y sin Champions. Sin Intercontinental ni Supercopa de Europa. Cediendo un título en el Camp Nou ante el máximo rival, contra el que perdieron, por primera vez en años, dos choques directos.

“Glorioso”, repetirá. Y recordará cómo un equipo lastrado por la mayor sobredosis de títulos que haya conocido vestuario alguno sacó el orgullo y se puso a remontar. Cómo un grupo que parecía listo para que le echaran la lápida peleó hasta reducir una distancia insuperable en Liga y amarró otra Copa. Sobre todo, rememorará que la ambición de un futbolista venció a una defensa deficitaria y superó a los grandes mitos del pasado.

Entonces ocurrirá. 

Su Alzheimer aleteará al recordar la figura menuda de un futbolista que parecía dormitar sobre cualquier rincón del césped para, de repente, electrizar el partido. “La Pulga”, dirá, con una sonrisa de niño, “el mejor que hemos visto nunca”. Y sin previo aviso, contará que en 1471, con ese jugador, vio prodigios.

En su discurso trompicado aparecerán César y un tal Torpedo, Di Stéfano, Maradona, Pelé, Cruyff y varios Ronaldos. Hablará de milagros de última hora, maravillas impensables, remontadas en terreno hostil, el terror en el Averno. Dirá barbaridades, la familia se mirará incómoda mientras el abuelo jura que aquel 10 metió 50 goles en Liga y 91 en todo el año.

1471, dirá, fue un año en que los grandes títulos tuvieron espantosos campeones, instantáneamente olvidados. Un año en que el único remanso de arte estuvo alrededor del mejor centro del campo que se haya visto, un año en que el fútbol se enamoró para siempre del delantero final, el llamado a cerrar la historia de los grandes mitos.

El abuelo repetirá que “1471 fue un año glorioso”. Después apartará la manta, se levantará de su sillón y buscará con su mirada gris un viejo libro. Pasará páginas hasta encontrarlo. “El 1471 hi va haver una plaga de puces. Va ser l’any de la picor, que tothom gratava”. 2012, año glorioso, año de La Bestia. 

viernes, 21 de diciembre de 2012

La guerra total




¿Cuánto puede aguantar un cuerpo enfermo? ¿Cuánto puede aguantar un vestuario? Estas dos preguntas han tronchado de cuajo nuestro optimismo. La primera cuestión atañe exclusivamente al drama personal de Vilanova, que se lo juega todo. La segunda, a un equipo que en pocos años ha tenido que luchar contra mucho más que sus rivales: acusaciones de dopaje, la falacia de las ayudas arbitrales, el lastre infinito de haber ganado más de lo que jamás una plantilla haya ganado. Y luego está ese otro asunto, el cáncer.

La culerada afronta esta sombra sin haber podido celebrar el regreso de Abidal, un jugador del que se hablará dentro de un siglo, entre miradas de escepticismo e incredulidad. Le enfermedad de Tito, 44 años, será el termómetro que mida la fortaleza espiritual de un vestuario al que la dieta de la pasada temporada ha despabilado. Muchos dan por hecho que el equipo metabolizará esta nueva desgracia en positivo. Pero en esta casa sabemos lo que es perder una Liga por un secuestro. Y equipos como el Sevilla acreditan cómo una desgracia puso fin a uno de los mejores equipos de la historia reciente del fútbol mundial.

Nadie conoce el futuro. Pero sí hay actitudes decentes ante una situación así. Fritz Zörn, en las memorias del cáncer que le devolvió la vida y le llevó a la muerte, hablaba de la necesidad de rebelarse, de protestar, de gritarle a las paredes y escupir de rabia. "Yo todavía no he vencido aquello que estoy combatiendo; pero tampoco estoy vencido y, lo que es más importante, todavía no he capitulado. Me declaro en estado de guerra total".

El mérito del escritor fue ése. Sabía que podía perder, pero se resistió con todas sus fuerzas. Si un vestuario le entenderá, ése es el del Barça, desgraciadamente acostumbrado a convivir con los dramas humanos, felizmente sabedor de que el fútbol y la vida no son más que una actitud. Guerra total.

martes, 18 de diciembre de 2012

El ejército de los 100.000 tarados



Contrariamente a lo que podría pensarse viendo las gradas de un estadio, el fútbol es un asunto muy personal y serio, un diálogo silencioso entre uno mismo y el jugador que lleva el balón. En ese santuario íntimo no es recomendable meter a desconocidos durante esos 90 minutos, porque este deporte puede ser también una medida muy exacta de nuestro grado de estupidez e incivilización.
El domingo afronté esa desagradable experiencia de confrontar mis fobias y filias a las ajenas. Quiso Dios que justo delante mío me tocara en gracia una señora, de unos 40 años y conocimiento futbolístico precario cuyo principal placer y cometido era el de aplaudir a Puyol a cada acción. Eso incluye los balones fuera, las pérdidas de posición, sus esprints fallidos tras Falcao y en definitiva todo aquello que agitara su Gloriosa e Incorrupta Melena. Justo detrás, tenía un gerundense cabestro de unos 30 años y con diagnóstico de internamiento urgente en centro psiquiátrico. Encadenó un "hòstia puta, què cardeu!" tras otro hasta que el marcador fue de 4-1. Acusó a Xavi de dormitar sobre el césped, criticó a Messi e Iniesta, insultó a Busquets. Lo más curioso es que se manejó con genuina y sincera indignación durante esos 89 minutos, tratando a los 11 del Barça como si fuesen culpables de siete descensos consecutivos.

A estas incomodidades se unen los aplausos del minuto 17 con 14 segundos (en la primera y en la segunda parte, ojo, la patria necesitaba lo primero y lo segundo), que en ambos casos forzaron un molesto anticlímax. El colmo de mi turbación llegó ante el inaudito espectáculo de los aficionados levantándose de su asiento para aplaudir a cualquier sustituido, sin importar su rendimiento, nombre o historial. Así, Pedro recibió tratamiento de semidiós tras un partido discretísimo, mientras Adriano se llevaba la ovación que el Camp Nou reservaba para el día que Kubala reaparezca -¡alehop!- súbitamente sobre el césped. Todo ello guarda cierta coherencia con lo que ocurría a esa hora en la televisión del club, donde se rendía homenaje a Reiziger. Gracias a un hábil montaje, aquella agresión estética parecía Cafú. Y particularmente triste fue el recibimiento a Villa, aclamado por la afición como el Redentor que viene a salvar a un equipo que lleva quince jornadas sin chutar entre los tres palos.

En efecto, ver al barcelonismo ante el espejo deformador de los decibelios del Camp Nou es deprimente. Uno se acuerda de que en esencia somos el club mayor de un país donde Lloll Bertran es una estrella. Uno recuerda de que el fútbol nos infantiliza y nos idiotiza, y que en ciertas culturas tendemos a una hiperemotividad de memos. Pero sobre todo, uno concluye que en el fútbol somos todos unos tarados y que para ciertas cosas es mejor no mezclarnos con nuestros iguales.

viernes, 14 de diciembre de 2012

El gafe



El fútbol es un gran lugar para exhibir las parafilias sin necesidad de ocultarlas en pegajosos cajones. En este rincón de barbarie, ya lo saben, sentimos gran inclinación por la rareza. Aquí defendimos a Hleb contra toda lógica, llegamos a creernos que aquel tío de los Monty Python era en realidad futbolista y a día de hoy aún sostenemos que Bojan tenía cosas de grande.

Pero nuestra capacidad filantrópica no se detiene, y en las últimas semanas hemos arrancado una nueva ONG que lleva por nombre Frente Tocopilla. Nuestro entusiasmo por el chileno es total. Le vemos un arranque explosivo, intuición para ir al espacio e inteligencia para no perturbar a Messi. Ahora bien, Alexis tiene un grave déficit: si ustedes se fijan bien, tiene cara de emoticono triste :(  .

Esas cosas suelen pesar. Ciertamente, su inicio de temporada ha sido nefasto en alguien de su calidad. Lejos de cuestionarle, queremos reivindicar aquí que lo que le ocurre es simplemente que arrastra un pesado gafe. Mirando con detenimiento su rendimiento, observamos que los árbitros le dan tratamiento de rookie de NBA, que las lesiones se ceban con él y que, por encima de todo, la suerte se burla de él.

En lo que llevamos de temporada, los fenómenos paranormales que ha desencadenado el chileno son dignos de análisis. Hemos visto a rivales meterse goles en propia portería con tal de que no marque él. Hemos visto, como en Lisboa, cómo se le anulaba un gol completamente legal. Hemos visto a compañeros asistidos por Alexis fallando ante el portero con tal de que no se le reconozca la asistencia. En el colmo del horror, hemos visto fallos a portería vacía para dejar en el olvido la acción del nueve

Un gafe, en fútbol, es un asunto muy serio. Pero creamos en el chileno. Ese gesto sufrido y esa pelea con el destino podrían perfectamente desembocar en el gol de la década en Wembley. Ese día, créanme, lo celebrará con su mejor sonrisa. :[







domingo, 9 de diciembre de 2012

Lengua de serpiente



Esta Caverna lleva toda la semana regodeándose en un mantra maravilloso: "Pensé que era el último balón que tocaría en mucho tiempo". Repítanselo: espanta el insomnio, combate las ojeras y alarga la vida. El poema no es nuevo: la Bestia Parda ya nos había demostrado que es capaz de hablar como el Diego para aterrorizar a un rival antes de una final. De hecho en esta casa sabemos cómo se gana una Champions desde la sala de prensa. La cosa no es nueva: mucho antes, Obdulio Varela le había dado a Uruguay el Mundial del Maracanazo con una sentencia que tiene mil versiones pero que vino a ser esto: "Estos son japoneses, y a los japoneses se les gana siempre".

Y uno se para a pensar y resulta que sí, que parece imposible que un juego donde el azar, la fe y el hambre lo son todo, la palabra pueda ser algo tan devastador. De ahí que los trash-talkers sean amos de los banquillos desde siempre y de ahí la gigantesca fama de gente tan absolutamente vulgar como Mourinho.

Por desgracia, cada semana centenares de frases anodinas de las salas de prensa se multiplican en las páginas de los diarios; eso no quita que muy de vez en cuando merezca la pena escuchar al personal y Messi nos lo ha recordado esta semana.

PD. No pretendíamos hoy dejarles con este buen sabor de boca. Les comunicamos que La Banda se ha hecho con los servicios de los hermanos David (136 centímetros, 30 kilos de peso, del Benjamín A) y Jorge (127 centímetros, 25 kilos de peso, Prebenjamín). No les subestimen: se apellidan De la Víbora.

lunes, 3 de diciembre de 2012

La máquina del tiempo



Nostalgia: Del griego, dolor de una vieja herida. 

En rigor, este Barça inmortal es un equipo que tiende a ganar todos los títulos y a ridiculizar a sus oponentes. En rigor, sus futbolistas forman una generación única construida alrededor de Xavi, Busquets o Iniesta; posiblemente nunca nadie haya tocado el balón tan bien. Pero gran parte de la fascinación que genera este equipo se debe a Leo Messi, 169 centímetros, tal vez el mejor de siempre en esto de chutar la pelotita. A cuestas de su voracidad y de la plaga de estadísticos que muñen el balón, en los últimos meses le hemos descubierto una virtud más: la de transportarnos décadas atrás.

Así hemos gozado de cómo Messi se vengaba de Ronaldo por nosotros y anulaba su ridículo registro de 47 goles en una temporada. Con su vieja sapiencia ante los porteros hemos recuperado a Romário, aquella frialdad, aquellas vaselinas. Con la final que jugó en Wembley, con su alarido en el 2-1, supimos cómo Stoichkov habría celebrado en caso de marcarle a Pagliuca. Con su visión de juego y su profundidad nos hemos reconciliado con Laudrup. Con su amor por las grandes citas y las causas perdidas, Rivaldo ha vuelto a nosotros.

Pero no todos tenemos una memoria tan corta. Este sábado, mientras la máquina de Tito completaba la tarea de hacer picadillo del Athletic, un señor que tendría 85 años se giró hacia nuestra mesa y dijo: "Acaba de empatar a César". Se refería a los 190 goles de La Bestia Parda en Liga. "¿Era bueno?", le pregunté a aquel culé. No respondió. Se le arrugó el gesto, emitió un sonido, de algún modo asintió. Aquel hombre humildemente endomingado se estaba trasladando a su juventud, a cuando les guiñaba el ojo a las señoras y bebía whiskies con sus amigos y no le dolían todos los huesos del cuerpo y Les Corts era una fiesta. Por ese viaje en el tiempo a la felicidad de su juventud, nuestro amigo pagó una cerveza y unas aceitunas.

Muchos como él viajarán pronto en el tiempo de la mano de Messi. Recordarán a Müller y el terror que desencadenó en los 70. Muy pronto, también, veremos a Maradona, y a Platini y Raúl y Cruyff y Pelé, y a todos a la vez, porque La Bestia Parda es todos ellos en cada gesto. Y así seguiremos catando el delicado placer de la nostalgia.

Posiblemente hay en esta Caverna quien escuche a Leonard Cohen para ponerse melancólico o quien se aplique otros rebuscados rituales masoquistas. No duden que dentro de 50 años la simple pronunciación de "Me-ssi" hará que evoquen, en un segundo, las alegrías de su vida y sus viejas heridas, y también los cánticos y cicatrices de generaciones de barcelonistas. Todo al módico precio de unas aceitunas y una cerveza.